La 'intifada de Trump' se cobra cuatro muertos en el 'viernes de la ira'
Los enfrentamientos han dejado más de 200 heridos en 30 focos de protesta por toda la región.
8 diciembre, 2017 20:53El segundo “Día de la Ira” convocado por los palestinos se ha cobrado cuatro víctimas mortales entre el viernes y el sábado. Dos murieron el viernes en la Franja de Gaza y más de 300 resultaron heridos en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad israelíes en ese territorio y en Cisjordania y Jerusalén por las protestas contra la decisión del presidente estadounidense, Donald Trump, de reconocer esta ciudad como capital israelí.
El Ministerio de Sanidad palestino informó de que la segunda víctima mortal es Maher Atallah, de 54 años, que se suma a la muerte de Mahmud al Masri, de 30 años, por un impacto de bala del Ejército israelí cuando se manifestaba al este de la ciudad gazatí de Jan Yunis, cerca de la frontera con Israel.
Según fuentes oficiales palestinas, se registraron más de 300 heridos en 30 focos de protesta, que congregaron a más de 5.000 participantes. Además de las marchas habituales en urbes de Cisjordania –Hebrón, Belen, Ramala o Qalqiliya-, Gaza y Jerusalén oriental, también hubo movilizaciones en poblados árabes dentro de Israel, como Umm el-Fahm.
En esta localidad, bastión del Movimiento Islámico de Israel, su líder encarcelado, Raed Salaj, mandó un mensaje a las masas: “Los americanos se unieron a los sionistas para destruir Al-Aqsa. El mundo musulmán debe despertar”. A su vez, dos proyectiles disparados desde Gaza en dirección a Israel fueron interceptados por la batería antimisiles del tsahal.
Dos muertos en los bombardeos nocturnos
Entrada la noche el Ejército realizó bombardeos en respuesta al lanzamiento de proyectiles de fabricación casera desde el área de Beit Hanun, en Gaza, uno interceptado por el sistema antimisiles Cúpula de Hierro y otro cayó en una localización desconocida.
Los bombardeos del Ejército israelí han provocado, hasta ahora, la muerte de dos palestinos, que elevan a cuatro la cifra de los fallecidos en la escala de violencia provocada tras el reconocimiento de Jerusalén como capital oficial de Israel por parte de EEUU.
Rumores de atentado
Al alcanzar las colinas de Jerusalén por la autopista 1 se respiraba en el ambiente que no era un día normal. En las cadenas de radio hebreas se bautizaba este viernes como “el día D”. En grupos de watsapp, israelíes hacían correr el rumor de un posible gran atentado. Las avenidas principales de la parte occidental (judía), despertaban sin apenas tráfico.
Algunos corredores, gente paseando perros y otros tomando café en terrazas trataban de seguir sus vidas, como si el alboroto que se gestaba a escasos metros no fuera con ellos. Yoel Ofir, judío de avanzada edad, contó a este reportero que la situación le preocupa: “Soy de los que cree que debemos hacer la paz con los palestinos”.
Pero sobre la declaración de Trump, opinó que “es una legitimación de lo que es verdad”. Desde su fundación en 1948, David Ben Gurion declaró Jerusalén como capital del estado judío, y aquí están ubicadas sus principales instituciones. “Cada país escoge su capital, pero nosotros somos el único a quien nos impiden hacerlo”, apostilló. No obstante, Ofir cree que hubiera sido útil compensar el anuncio con una medida favorable para los palestinos que apaciguara los ánimos: “Hay que ayudarles económicamente para su desarrollo, porque ante la desesperación muchos no ven más alternativa que los disturbios”. Aun así, precisó que “es difícil hablar con ellos. No aceptan nada y lo quieren todo”.
A la salida de un acto cultural, Shmuel Salama quiso quitar hierro a la crisis: “No debemos tomarlo con miedo, desde fuera lo ven con mayor peligro que los que estamos aquí”. Este judío afirma que, pese a los riesgos, “sabemos que queremos vivir en Jerusalén y jamás nos iremos de aquí”. Además, Salama cree que la división en el mundo árabe –bloque chiita y sunita- y el acercamiento discreto de Arabia Saudí y Egipto a Israel perjudica a la causa palestina: “Trump no hubiera hecho la declaración sin la aprobación de sus aliados árabes”, indicó.
Sirenas y humo
En los aledaños de la Cinemateca de Jerusalén se divisa una panorámica inmejorable de la Ciudad Santa, con las murallas de la ciudad antigua de un lado; y el imponente muro de hormigón que divide la ciudad santa de Cisjordania, por el otro. Varios equipos de televisión preparaban sus directos, y poco después se oyeron las primeras alarmas de policía y ambulancia.
Una pareja de fornidos agentes hebreos llegaron repentinamente en moto: “¿Qué estáis haciendo aquí?”, preguntaron, mientras en la lejanía se divisaban columnas de humo, procedentes de la vecina localidad palestina de Abu Dis. Jóvenes ataviados con kefiyas (pañuelo árabe), que quemaron neumáticos y lanzaron piedras y cócteles molotov, se enfrentaban a las fuerzas hebreas y los brotes violentos eran aleatorios e imprevisibles.
La Explanada de las Mezquitas estaba a rebosar, y el sol resplandeciente mitigaba el penetrante frío habitual del invierno jerosolomitano. Miles de personas ondeaban banderas palestinas y entonaban a viva voz ¡“Alahu Akbar!
A diferencia de otros periodos de tensión –en que se restringía la entrada a jóvenes-, esta vez la policía hebrea permitió el acceso a palestinos de todas las edades. No obstante, al acceder a las angostas callejuelas de la ciudad antigua por la puerta de Jaffa, se hacía difícil presagiar que se trataba de un “Día de la Ira”.
Numerosos grupos de turistas coreanos o rusos se embobaban con la cantidad de rincones sagrados que descubrían. A diferencia del jueves de huelga general masiva, los comerciantes árabes levantaron nuevamente la persiana. El olor a café arábigo perfumaba el ambiente; las carnicerías halal exponían carne fresca; y las paradas de humus y falafel vendían a buen ritmo. A los palestinos más jóvenes se les veía rostros más serios y enojados, pero para los veteranos todo parecía un viernes más.
El laberinto
Es fácil desubicarse por los zocos del casco antiguo. Todo está exageradamente pegado. El visitante primerizo se sorprende al entrar en las tiendas de souvenirs del cuarto judío y ver todo tipo de “merchandising” de Jerusalén junto a candelabros o estrellas de David y, tras girar una esquina, las banderolas pasan a ser de “Al Quds” (Jerusalén en árabe) con la insignia palestina y la omnipresente mezquita de Al-Aqsa. Unos y otros reivindican la soberanía sobre las mismas piedras.
Taufiq Halawani regenta un puesto de falafel al final de la calle Khan az-Zait, que desemboca en la emblemática Puerta de Damasco, principal arteria de entrada y salida la parte este de la ciudad. Junto a su parada, agentes fuertemente armados de la guardia fronteriza israelí aguardaban a la espera de recibir órdenes. Mientras preparaba pitas a sus clientes –por menos de dos euros, cuando en el oeste valen el doble-, Halawani renegaba de la decisión de Trump: “Lo que ha hecho es muy peligroso, es un grave error”, opinó.
Mientras enseñaba a sus dos hijos como funciona el negocio, afirmó rotundamente que “esto es la capital de Palestina, lo dice la ONU y todo el mundo”. Y concluyó: “No sabemos cuánto durarán las protestas, pero será un gran problema para los judíos y los americanos”.
El epicentro mediático
En el acceso del anfiteatro de la puerta de Damasco un megáfono a todo volumen lanzaba consignas islámicas en bucle. Mientras, el líder palestino Mahmud Abas decía que “no nos rendiremos jamás, la rabia continuará”. Junto a los vendedores ambulantes, grupos de jóvenes alentaban a la violencia: “no necesitamos palabras, sino piedras y fusiles”, clamaban.
En las graderías, decenas de cámaras se apostaban para captar la escena. Diputados de partidos árabes israelíes hacían incendiarias declaraciones a la prensa, y se registraban los primeros refriegues entre agentes y grupos de exaltados. Desde un lateral, Micky Rosenfeld, portavoz de la policía israelí, seguía el minuto a minuto con atención.
“Tenemos unidades desplegadas por todo Jerusalén, y hemos hecho operativos especiales los últimos días”, afirmaba con visible estrés. Sobre hasta qué punto puede derivar la violencia, Rosenfeld afirmó que “respondemos acorde con la amenaza sobre el terreno. Hay mucha tensión y las cosas pueden variar muy rápido”. En muchos casos, los palestinos aquí concentrados rehuían las preguntas, tal vez por una mezcla de hastío con los omnipresentes reporteros e indignación por el jarro de agua fría que les brindó Trump.