Israel ha blindado por ley la unidad de Jerusalén y la declara su capital, pero la urbe sigue mostrando una división física y psicológica entre la zona occidental israelí y el ocupado este palestino, cuyos habitantes se temen y son unos desconocidos entre sí.
"La geografía del terror y del miedo" ha marcado Jerusalén, asegura a Efe Israel Kimhi, director de planificación del Instituto de Estudios de Jerusalén, creado a iniciativa del que fuera su alcalde en los años sesenta Teddy Kollek para intentar dar sentido a la complejidad de esta ciudad, de intenso pasado histórico y con "problemas únicos".
La Ley Fundamental de 1950, enmendada en 1980 para anexionar la parte oriental y denominarla "Jerusalén, completa y unida, como la capital de Israel", fue hoy nuevamente modificada para introducir la necesidad de una mayoría cualificada (80 de 120 parlamentarios) ante una eventual cesión territorial, lo que dificulta que el este, como reclaman los palestinos, pueda ser la capital de su futuro Estado.
Y esta situación condiciona a sus habitantes: del total de 883.000 personas que vive en Jerusalén, el 60 % reside en la zona este, donde el 42 % es judío, considerado colono por la ley internacional que prohíbe la transferencia de población de una potencia ocupante.
La situación de esta ciudad -sin estatuto político definido y ahora reconocida por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, como capital de Israel, pese a la condena internacional- marca inevitablemente su pulso vital.
"Hemos sufrido una discriminación en los servicios en Jerusalén este bajo ocupación. Los residentes están ahora intentando obtener servicios y derechos por las tasas que pagan. Para conseguirlo tendrán que seguir luchando", afirma a Efe Hussam Wattid, coordinador del centro comunitario en la zona de Swafat y Beit Hanina.
Wattid es consciente de que algunos residentes no quieren acudir a la municipalidad y aceptar la soberanía israelí, pero cree que es la única que tienen actualmente e intenta mediar con los vecinos para hacer que el consistorio tenga conocimiento de sus necesidades.
La mayoría de los palestinos tampoco se siente protegida por la Policía que patrulla la ciudad y a cuyos efectivos tendría que acudir por temas de seguridad.
"Esto es la causa por la cual hay mucha violencia en los barrios árabes, como violencia doméstica, y también hay muchas construcciones que se levantan sin permiso", explica a Efe el investigador del Instituto Isaac Reiter.
Para los palestinos, los uniformados son aquellos que realizan redadas nocturnas en sus barrios y detienen a decenas de personas por vínculos con actividades que Israel considera "terroristas" o cancelan eventos organizados por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que tiene prohibido trabajar en Jerusalén.
Los censos y estadísticas de la ciudad no son del todo claros, reconoce el Instituto, ante la imposibilidad de acceder a determinados barrios palestinos que hasta hace apenas unos años carecían de envío postal a domicilio porque sus calles no tenían ni nombre ni número.
Además de la falta de infraestructuras, los servicios se ofrecen con marcada diferencia, como la recogida de basura o los minibuses que llevan al aeropuerto de Tel Aviv y tienen limitados sus recorridos en los barrios palestinos de Jerusalén.
"Tenemos como una veintena de barrios en Jerusalén que sufren de falta de presupuesto, con fondos insuficientes para realizar reformas, no hay bastante dinero para hacer parques y tampoco para proveer ciertos servicios públicos", declara el israelí Reiter.
El 79 % de las familias árabes viven por debajo del umbral de la pobreza, frente al 23 % de judíos, además de tener derechos políticos limitados, ya que la mayoría no cuenta con ciudadanía israelí, sino con una residencia permanente que solo les da opción a votar en los comicios locales.
Los bajos ingresos, la falta de industria y la desconexión con los mercados palestinos de Cisjordania, de la que está separada por por el muro israelí que se construyó en 2003, lastran el desarrollo económico de los residentes de esta zona de la ciudad.
"Durante muchísimos años, la agenda (política) consistió en poner la mayoría de esfuerzos en el lado israelí. En los dos últimos años ha habido un cambio. La gente se dio cuenta de que el este de Jerusalén, en cualquier caso, será o bien parte de Jerusalén o barrios vecinos de Jerusalén", argumenta Kimhi sobre las desigualdades de la considerada por Israel "capital indivisible".