Algo se mueve en el Hotel Intercontinental de Riad y no es precisamente la policía que guarda el Ministerio del Interior, justo enfrente. Coches van y vienen y la estética clásica, mujeres de negro y hombres de blanco, se mezcla con fundas de trombón, niñas en vaqueros por debajo de la abaya (la capa tradicional femenina) y una sonrisa que muestra la ilusión por lo que se va a ver en el interior.
Es el primer Festival de Jazz que se organiza en Riad y ha conseguido el permiso de la Autoridad de Entretenimiento del Gobierno, un nuevo departamento gubernamental que controla el desarrollo del ocio, una industria en auge, una sociedad en cambio.
Al cruzar el hotel no da la impresión real de lo que se ha montado en el jardín, pero al salir al campo de golf, viejos coches americanos y carteles de jazz transportan al que así quiera sentirlo a Nueva Orleans, Nueva York o la Nueva Riad, siguiendo el símil.
La entrada al recinto es separada, hombres por un lado y mujeres por otro, y el escenario también está dividido por un pasillo neutro y vallas blancas… pero entre medias, todo se mezcla, el baile, la charla, los teléfonos. Nada hace pensar que se está en la capital del que ha sido uno de los Gobiernos más conservadores del Medio Oriente. “La música es el lenguaje del corazón”, se oye desde el escenario. Y la gente aplaude efusivamente porque saben que eso tampoco tiene género.
En los puestos de comida se ofertan hamburguesas, mojitos sin alcohol y mucho Bronx, mientras cientos de jóvenes bailan, canturrean, graban con sus teléfonos y se mueven al ritmo de los acordes. “Cuando uno escucha la música de Louis Amstrong, sabe que todo va a ir bien”, asegura el trombonista del grupo que cierra el primer día de conciertos, Delafayo Marsellis, una banda de Nueva Orleans.
Mientras se escuchan canciones del más puro jazz, en la zona de baile los grupos son cada vez más más heterogéneo: saudíes con niqab, con pañuelo solo, sin pañuelo, con abayas de colores y adornos en dorado, abiertas… tacones, zapatillas...
"Las reformas nos han empoderado"
La fusión es evidente y la mirada de todos los asistentes deja claro que el desafío de hace unos años es ahora una ‘rebelión’ inspirada, en parte, por el Gobierno. “Hace cinco años hubo un concierto y se presentó la policía religiosa pidiéndonos que nos cubriéramos el pelo y revisando las fotos que teníamos en los móviles”, explica una joven saudí, profesora de inglés.
Ahora cuando se les increpa tienen otra actitud: “Las reformas nos han empoderado”, reconoce otra de las asistentes, trabajadora del Gobierno saudí.
El plan de reformas de Mohammed Bin Salman ha colocado el ocio no sólo como uno de los sectores que tienen que tirar del carro económico sino como la muestra de la nueva imagen que quieren dar al exterior.
Estos días, el Festival de Jazz no es el único que tiene de aquí para allá a los jóvenes de Riad, una población que supone el 70% del total en el país. Wonder Land es un festival montado por y para saudíes pero que podría trasladarse a cualquier ciudad española y no desentonaría en absoluto. El lugar elegido para su segunda edición es la Universidad Princesa Noura, donde estudian unas 40.000 mujeres.
Nada más entrar por la puerta, performances vestidos con cabezas de zorro, lobos o caballos y vestido de cochero del siglo XVIII francés aventuran que cualquier cosa es posible en esos metros cuadrados… hasta escuchar el ‘Despacito’ en español y cantado por unos niños saudíes que repiten el estribillo casi como si fuera un mantra.
Al evento puede entrar cualquiera: hombre, mujeres, niños… “Es para familias”, explican los organizadores. Pero la verdad es que está lleno de chicas de menos de 25 años que necesitan experiencias nuevas, música, espectáculo… vida.
Cualquier atracción y actuación ha sido aprobada por el Comité de Entretenimiento, incluso unos músicos kuwaitíes con un ritmo frenético y bailando como locos en el escenario. “No nos han puesto pega en ninguna de las cosas que le hemos propuesto”, asegura Najla, el alma mater de la feria.
El año pasado, acudieron a disfrutar de esta magia 165.000 personas y este año, ya tienen previsión de superarlo. “Estamos viendo los cambios. Todos están motivados porque cualquiera que quiera hacer algo, puede hacerlo”, completa su marido, Mishael Al-Rasheed, el dueño nominativo de la empresa “aunque la que se encarga de casi todo es mi mujer”.
Najla es de esas saudíes que han tenido la oportunidad de desarrollarse profesionalmente aunque sea gracias a la actitud abierta de su marido. Se sacó el carné de conducir en Kuwait y es consciente de que le tocará coger el coche en Riad. “Aunque perderé tiempo de coger mis llamadas”.
Sin niqab y con una energía contagiosa, va de aquí para allá aclarando que uno de los equilibristas es español y que los patinadores tienen un espectáculo de toros.
Pero el verdadero espectáculo está en las gradas. Si obvias el color negro de la mayoría de las abayas que llevan las mujeres, con el olor a hamburguesa con cheetos (especialidad del restaurante Salt), el sonido de la Bamba a saxofón y los gritos de las subidas y las bajadas de las atracciones podrían llevarte, como explican sus propios organizadores, “a cualquier feria de París o Londres”.
“Queremos que las familias creen sus propios recuerdos y hacerlo aquí, en nuestro país. Nuestra juventud está cambiando el futuro, lo estamos liderando y por eso merece la pena volver”, asegura Mishael en un discurso tan conmovedor que podría ponerse en boca del mismo Mohammed Bin Salman y estaríamos hablando de un gran líder.
Palabras como dirección, liderazgo, cambio, gestión… se mezclan con globos voladores y soldados rusos con bailarinas patinadoras en mitad del escenario. Y todo aprobado por el Gobierno saudí.
Ya sea en el Intercontinental o en la Universidad Princesa Noura ya se baila el cambio y si algo queda claro es que la diversión no tiene por qué ser pecado, al contrario, es un regalo de los dioses, al menos en Riad.