“Lo que hemos sufrido los sirios bajo el califato no lo sabe nadie. A Occidente le preocupan más las piedras de Palmira que las personas, y eso me da mucha tristeza”. El que habla es Abu Samir, un humilde comerciante sirio al que el Estado Islámico le confiscó una de sus tiendas cuando los yihadistas dominaban la zona y sus banderas negras comenzaban a izarse en Siria e Irak. Su política se basaba en el miedo y el terror. Ahora que la región ha sido liberada por parte del ejército sirio y sus fuerzas aliadas, el sueño de Samir pasa por abrir un pequeño supermercado para dar de comer a sus cuatro hijos.

Este estremecedor testimonio, que debería abochornar a Europa, lo recoge el periodista Mikel Ayestaran (Beasain, Guipúzcoa, 1975). El veterano corresponsal de guerra en Oriente Medio acaba de publicar Las cenizas del califato (Península), un viaje a las ciudades que vivieron el terrible mandato del califato establecido por el EI entre Siria e Irak y que tres años y medio después también fueron testigo de su derrota militar. Son plazas que han visto por fin la expulsión de los yihadistas pero que ahora poco tienen que celebrar. Porque ahí solo queda muerte, destrucción y ruinas. La herencia del Daesh son cenizas y pueblos fantasmas a los que los civiles no pueden volver. 

En esta crónica, un recorrido geográfico por los lugares antes sometidos al yihadismo, Ayestaran da voz a hombres como Abu Samir y a otras víctimas del califato que intentan rehacer su vida, si eso es posible, y dejar atrás los años del terror. Occidente no les presta atención y los medios no recogen sus historias en la prensa. Ahora, tras las mediáticas batallas de Mosul y Faluya, que acapararon portadas y titulares, ahí solo quedan locales abandonados a su suerte. Y reporteros como Ayestaran para contar su día a día.

Dices que la información sobre Oriente Medio no despierta interés en los medios. Tu anterior libro, Oriente Medio, Oriente roto, ha sido un superventas y ya va por la sexta edición. ¿La información internacional solo se consume en formato de libro?

Yo creo que no. Se sigue consumiendo en más formatos que nunca: en redes sociales, periódicos, televisiones, radios… Lo que ocurre es que lo que se consume es el formato breaking news. Entonces todos los periodistas vamos y estamos hablando del mismo tema. Con el formato de libro, el lector busca ir un poco más allá de lo que puede ser esa inmediatez. Ahora mismo somos esclavos de la inmediatez. Y al final dan las ocho de la tarde y un tema de la mañana ya te parece viejo.

¿Triunfas por la marca personal Mikel Ayestaran o porque los temas de información internacional realmente venden?

Siempre he tenido muy clara la apuesta por la marca para ganarte la credibilidad de la gente. Da igual que escribas en un periódico o en otro, hables en una televisión o en otra; lo importante es que la gente cuando te vea diga: es Mikel Ayestaran.

Con los temas de internacional, por mucho que nos digan que siempre importa lo más cercano, sí veo que hay acogida. Hablamos de una cosa lejana, complicada, que yo mismo no acabo de entenderla al 100%, pero veo buena respuesta. El tema interesa, y ese interés se basa en el miedo que da el Estado Islámico. La gente quiere tranquilizarse y necesita saber. Busca respuestas. Pero el problema es que busca respuestas absolutas: quiénes son buenos y quiénes son los malos. Y tampoco las tienes. Lo que intento es darle a la gente herramientas para que pueda tener su juicio y pueda controlar su miedo.

MIkel Ayestaran durante la entrevista. Silvia P. Cabeza

Tras la liberación de Mosul, el Daesh ha quedado debilitado y parece que solo quedan cenizas. ¿Crees que puede resurgir? 

Lo que hay que dejar claro es que con lo que hemos acabado es con el califato desde el punto de vista militar. Se ha acabado con ese pseudo estado que establecieron. Punto. El Estado Islámico no ha desaparecido. Ni el grupo ni el proyecto. Ahora mismo están combatiendo el campo en el que mejor se manejan, que es la insurgencia. Están trabajando de nuevo bajo la mesa. Ya no tienen sus banderas desplegadas como las tenían antes, pero operan en toda la zona del desierto que separa Irak de Siria y hay combates abiertos todos los días.

Hay que dejar claro que hemos acabado con el califato. El Estado Islámico no ha desaparecido

Lo que ocurre es que, por un lado, no hay periodistas ahí. Pero tampoco hay un interés informativo fuerte. Ya les hemos dado por derrotados. Han estado cuatro años ocupando portada, y la gente se ha cansado. Hasta que tengamos otro atentado en Europa. En ese momento nos acordaremos… 

¿Qué es lo que atrae a la gente para que se sume a la yihad, incluso en Europa los lobos solitarios?

Hay muchos locales que se suman por un plato de comida, no por ideología, no por un vínculo ideológico especial, sino porque tienen que comer. El caso europeo es diferente. Y los sectores más radicales del grupo llegan precisamente de Europa: Londres, Ceuta, París… También del norte de África y Túnez. Los cuadros de mando no son sirios o iraquíes. Son sobre todo chechenos.

¿Que les lleva a hacer eso? En el caso de los que están fuera hay un adoctrinamiento muy fuerte gracias a la extraordinaria maquinaria de propaganda. Antes difundían sus mensajes con casettes y fotocopias y ahora tienen dos autopistas a tu casa, que son las redes sociales. Y entran como tiros. Y lo han trabajado de forma excepcional. No se sienten integrados, no les gusta lo que ven y por eso les llega su mensaje. Y sobre todo porque compran el discurso de que las invasiones de Afganistán e Irak han generado una situación de injusticia. 

En sus primeros años, al acabar la guerra de Irak en 2003, el califato pasó desapercibido para Occidente. Solo hasta 2014 , cuando se difundió el vídeo donde un yihadista decapitaba a un periodista americano, tomamos conciencia de lo que eran capaces de hacer. ¿Cómo es posible que EEUU y Europa no actuaran antes? ¿Alguien hizo la vista gorda?

Yo creo no se hizo la vista gorda. Fue una sorpresa para todos. Por eso realmente este grupo está rodeado de tantas teorías de la conspiración. Yo estaba en 2014 en Bagdag y cuando vimos al califa autoproclamando el califato nos quedamos alucinados, y los iraquíes también. Parece ser que los servicios de inteligencia también.

Respecto a la reacción, hasta que a Obama no le dieron en el ojo con el asesinato de James Foley ante la cámara, no se movió. Él estaba ya de salida: había sacado a las tropas de Irak y no quería ni oír hablar de Oriente Medio. Pero fue tarde.

Foto: Silvia P. Cabeza

¿Cuál es la visión que tienen en Oriente Medio sobre el EI? ¿Lo perciben como nosotros?

La inmensa mayoría lo percibe como nosotros, y sobre todo la gente que vivió bajo su mandato. Esto les cayó encima de la noche a la mañana, no fue una opción que eligieron. Estamos hablando de sitios como Siria o Irak que tenían regímenes muy fuertes. Y, de repente, en Irak desde 2003, se encuentran en un caos absoluto: guerra sectaria, atentados diarios… Y en el caso sirio, en las zonas que pierde el gobierno de Bashar Al-Asad, se encuentran con una amalgama de grupos yihadistas y no yihadistas que están peleando por el poder. Entonces en este escenario llega el Estado Islámico y les dice: “Hemos venido a establecer el califato y traemos el orden. Y somos mas fuertes”. La gente, en un primer momento, les acepta y les abre las puertas. Pero a los dos días se dan cuenta de lo que tienen. Por eso, entre los civiles, la palabra que más me han repetido sobre los más de tres años de mandato que ha tenido el Daesh ha sido miedo. Y terror. 

Hablar del Real Madrid y del Barça en Oriente Medio te abre muchas puertas. Es muy útil para romper el hielo

Como dice un testimonio que recoges en tu libro, a Occidente le ha preocupado más la destrucción del patrimonio de Palmira que la muerte de sus civiles. ¿Cómo ven Europa las personas que te has ido cruzando en esta aventura?

Para ellos Europa es como un sueño, una salida dorada. Les encantaría venirse.  Y, sobre ese testimonio tan esclarecedor… Tú estás ahí y vas persiguiendo las piedras de Palmira. Yo y toda la prensa mundial. Hemos hecho reportajes sobre Palmira, Palmira y Palmira. Pero, según ibas llegando a la zona, te encontrabas muchas aldeas destrozadas con gente trabajando y ni te parabas.

Los sirios e iraquíes te lo dicen: aquello es un parque temático del horror. Tú puedes elegir hacer reportajes sobre civiles que han muerto por bombardeos de Assad, civiles que han perdido a gente desaparecida en las prisiones del régimen, que han muerto por los bombardeos de EEUU, que han muerto por las milicias chiíes en Irak… Por desgracia puedes elegir lo que quieras. Y al final yo elegí a las víctimas del EI.

¿Y EEUU?

El invasor es EEUU. Y Reino Unido. Pero con pasaportes como el español no tienen ningún problema.

Resulta curioso que ellos sigan al Real Madrid y al Barça. En un momento dado, para pasar un control de seguridad te funciona sacar ese tema de conversación. ¿Hablar de fútbol sirve en época de guerra? 

Es la diplomacia del fútbol. Al final tienes que tirar de argumentos y la marca España más internacional es el fútbol. Es impresionante el seguimiento al Barça y al Madrid, en cualquier zona y grupo al que vayas. Lo que ahora mismo une a Oriente Medio, y también divide, es la Liga española. En un lugar tan fraccionado, lo que les une es una noche de Clásico, donde la gente va a estar viendo la tele. La capacidad de seguimiento que tiene el fútbol me ha dejado alucinado. Y ojalá eso se puede utilizar de forma positiva. 

Los sirios e iraquíes te lo dicen: aquello es un parque temático del horror.

En el día a día, es una herramienta muy útil para romper el hielo, superar un control, entrar a un ministerio… Cuando ven un pasaporte español, lo primero que preguntan es si eres del Madrid o del Barça.

¿Y tú qué respondes?

Yo respondo ‘Real’. Entonces, si es del Madrid, el tío sonríe, y luego ya les digo: soy de la Real Sociedad. El fútbol te abre muchas puertas. 

El periodista Antonio Pampliega manifestaba que se jugaba la vida por 35 euros y que había pedido un crédito para irse a la guerra. ¿Es un hobby o un trabajo? 

Para llegar a lo que estoy haciendo ahora, he trabajado cuatro años en la Volkswagen Polo, en sidrerías, pizzerías, bares, montando muebles… He hecho de todo. Y ahora hago esto y es un trabajo. Lo tengo claro y por eso tampoco lo tengo tan mitificado: tengo unas facturas y unos niños. Por lo tanto, de hobby, nada. Ni las redes sociales son un hobby.

¿Hay mucho idealismo?

A mí me encanta el trabajo que hago. Es el que he elegido. Es un campo más del periodismo. Es como el que hace deportes o el que toma fotos y le encanta hacer retratos. A mí me gusta esto.

Pero si te llamaran para ser jefe de internacional trabajando en una redacción, ¿aguantarías?

Lo más cerca que quiero tener a mi jefe es a 2.000 kilómetros. 

Defines al periodista como un “payaso en busca de su minuto de gloria”, que viaja a la zona “que más titulares genera” para firmar ese “gran reportaje que le lleve a ganar premios”. ¿Qué es para ti el periodismo?

Para mí es un trabajo. Pero también es muy vocacional. He renunciado a muchas cosas por mi trabajo. Y por eso no me siento un cínico ni un frívolo al decir que es un trabajo. Hay un tema de egos que es absolutamente incontrolable. El mío, el primero. Muchas veces importa más que estés tú en una cobertura o hagas tú una foto que la propia cobertura en sí. Somos egos andantes. Buscamos ese minuto de gloria… Yo, como soy de pueblo y vengo de periódicos locales, trato de hacer periodismo local. Es la clave. Periodismo costumbrista. Yo no soy un experto ni voy de geoestratega. Ni tampoco estoy en el Financial Times. Hablas con estos chavales (señala la portada de su nuevo libro) y tratas de construir escenas pequeñas, y de ahí intentas ampliar el foco para intentar dar con unas claves. Pero trabajo en sitios que son de ciencia ficción para la mayoría de la población. El reto es conseguir acercarlos, nada más.

Portada del nuevo libro de Mikel Ayestaran, Las cenizas del califato (Península).

Criticas los llamados recortajes, textos que tienen como fuente informaciones de teletipos o que beben de artículos de The New York Times o The Guardian.

Qué gran género el de los recortajes.

¿Solo es periodismo si se sale de la redacción?

No. Yo mismo soy un recortajista. Es periodismo. No soy un purista en ese aspecto. Lo que pasa es que me he dado cuenta de que al final ser corresponsal en Jerusalén es un poco como el trabajo en la redacción: recortajes, agencias, televisiones, fuentes… Pero estás en tu casa. Lo bueno es ser enviado especial e ir a los sitios. Hay que buscar el equilibrio entre las dos cosas.

En un capítulo te encuentras cara a cara con un salafista. Afirmas que muchos medios se niegan a publican entrevistas con yihadistas. ¿Tú has tenido problemas en colocar esas piezas? ¿Crees que darles voz es hacer apología del terrorismo?

Yo creo que no. Pero los editores piensan que sí y no lo publican. No discuto por ese tipo de cosas. Yo tenía muy claro que en el caso de este tipo era muy interesante conocer lo que decía. El Estado Islámico ha tenido mucha fuerza bruta, pero también ha tenido cerebro. No son cuatro locos sin programa. Y cuando tienes acceso a un tipo que está diseñando esa ideología y está trabajando cómo expandirla, me interesa saber cómo piensa ese tío. Y yo creo que es interesante para los lectores.

Lo más cerca que quiero tener a mi jefe es a 2.000 kilómetros. 

También parece que ves con malos ojos las redes sociales. Dices que absorben, que impiden que los temas aguanten en las agendas y que frenan las coberturas largas con muchas horas de conversación. ¿Echas de menos la era pre Twitter?

Sí, y la era pre teléfono también. Cuando empecé me decían que estaba matando la profesión: “No puedes hacer de cámara y escribir, eso es el futuro…”. Yo llevo toda la vida haciendo el futuro. Y ahora es el presente. Al final yo creo que nos tenemos que adaptar a los nuevos tiempos y es lo que trato de hacer. Pero añoro poder ir algún día a trabajar con un blog de notas y un boli. Y con un fotógrafo acompañándome. No tiene sentido vivir siempre pensando en el pasado, ¿no? Pero lo añoro porque te daba mas profundidad que ahora. Ahora estamos demasiado esclavos de la inmediatez. 

Centrándonos en la información internacional de más actualidad. Vives en Jerusalén, una ciudad que ahora está en todos los titulares de periódico: la embajada de EEUU, el partido suspendido entre Argentina e Israel, Eurovisión… La ministra de Cultura de Israel ha lanzado un ultimátum: o el concurso se celebra en Jerusalén, o fuera del país. ¿Es una provocación? ¿Qué consideras que pasará?

Israel tiene su agenda, tiene su programa y uno de los puntos clave es que Jerusalén va a ser suya. Su capital. Te respondo con las palabras de un sacerdote que lleva ahí viviendo muchos años, que me decía: “Los cristianos fallamos cuando tratamos de cristianizar Jerusalén, los árabes fallaron cuando trataron de islamizarla y los judíos van a fallar si tratan de judeizarla”. Son palabras que se me quedaron marcadas. Estamos viviendo un intento claro de las autoridades israelíes de monopolizar el control de la Ciudad Santa para ellos y a mí me parece que Jerusalén está por encima de un Estado judío o un Estado cristiano o musulmán. Jerusalén es Jerusalén.

Lo que pasa que ahora mismo todo está politizado, desde el ciclismo, el fútbol, hasta Eurovisión… y eso es lo que tiene que tener en cuenta la comunidad internacional, que hay un intento por politizar toda esta situación y actuar en consecuencia.

¿Cómo es vivir ahí? El día a día. ¿Es seguro?

Jerusalén es la ciudad más segura de Oriente Medio si no eres árabe. Si no, yo no llevo a mis hijos ahí. Lo tenia clarísimo, hice un casting regional. Me encanta la ciudad, soy un loco de Jerusalén. Tel Aviv puede ser más parecido al concepto de ciudad mediterránea que tenemos en otros lugares. Jerusalén es un lugar único. Hago un merchandising constante de esta ciudad. Aunque el nivel de tensión que hay es muy fuerte y el factor religioso pesa cada vez más. 

Israel es de los países que menos han sufrido los ataques del califato.

Y de Al Qaeda tampoco. En el caso de Israel, está claro. Por un lado, sus súper medidas de seguridad. Y por otro, la sociedad: el islam que siguen los palestinos no es salafista o yihadista. Quizá hay grupúsculos en Gaza, pero allí tienen otros motivos para atacar…

Es uno de los puntos que mas toco en el libro. Un capítulo está dedicado al papel de Israel. Desde fuera hay que analizarlo como si fuera una estrella más de la bandera de EEUU: es política doméstica de EEUU. En cualquier operación que se desarrolla en Oriente Medio, la prioridad es la seguridad de Israel. Y en toda esta operación contra el EI, al final, la protección del Estado judío es fundamental.

En el último atentado reivindicado por EI, en Surabaya (Indonesia), los yihadistas experimentaron un nuevo modelo de terrorismo: utilizar familias bomba. ¿Puede establecerse un patrón o es un caso aislado? ¿Se exportará a Europa?

En Mosul, en los últimos cuatro días de combate, estábamos en la Ciudad Vieja y las que se inmolaban eran mujeres con niños. Mujeres que iban de la mano con sus hijos y un cinturón. Tienes que innovar, porque si no aburren. Es la yihad del siglo XXI. No tienen que ver nada con lo que hemos visto antes. No quiero ni pensar lo que tienen en la cabeza y cuál puede ser su plan. No hay líneas rojas. Ahora coges un coche y eres guerrero santo. Imagínate si te lo crees y si compras ese discurso. Coges en Madrid, te metes contra una marquesina llena de gente y ya está.

Mikel Ayestaran frente a la Casa Árabe, en Madrid. Silvia P. Cabeza