Soplan vientos de cambio en Líbano, que lleva hundiéndose en una de las peores crisis económicas y financieras de su historia desde hace casi tres años. Al menos eso es lo que a priori reflejan los resultados preliminares de los comicios legislativos celebrados este domingo y en los que el partido milicia chií Hizbulá y sus aliados han sufrido un duro golpe electoral.
Aunque todavía continúa el recuento de votos, las formaciones afines al grupo musulmán, que mantiene estrechos lazos con Irán, habrían perdido la mayoría parlamentaria que conservaba desde que ganaron 71 de los 128 escaños en liza en las últimas elecciones de 2018, según han confirmado tres fuentes cercanas a Hizbulá a la agencia de noticias Reuters.
En este escenario, el grupo cristiano Fuerzas Libanesas, alineado con Arabia Saudí, habría logrado avances significativos, rompiendo con el tradicional esquema de reparto de poder. Según los primeros recuentos, el partido habría logrado al menos 20 escaños, lo que lo convertiría en la principal fuerza cristiana del país. Un papel que hasta el momento desempeñaba el Movimiento Patriótico Libre (FMP) del actual presidente Michel Aoun, formación aliada de Hizbulá junto al Movimiento Amal, que lidera el actual presidente del Parlamento, Nabih Berri.
El descrédito popular a la clase política y la grave situación económica de Líbano podría explicar un resultado que castiga a las fuerzas tradicionales, a quien Naciones Unidas ha acusado en un informe de mala praxis y de provocar "una deuda pública enorme que condenará a los libaneses durante varias generaciones". Se trata, además, de unas elecciones clave para desbloquear la ayuda que el Fondo Monetario Internacional prevé otorgar al país para hacer frente a la crisis.
Crisis histórica
La crisis estalló en Líbano en octubre de 2019, cuando los planes del gobierno de cobrar impuestos por las llamadas de Whatsapp y otros servicios digitales desataron una oleada de protestas que terminaron con la renuncia (temporal) del primer ministro Saad al Hariri. Un resultado incapaz de curar el hastío popular en un país marcado por décadas de inestabilidad y corrupción política.
La espiral descendente en la que se encuentra inmerso el país mediterráneo, que todavía arrastra las consecuencias de una guerra civil de 15 años que terminó en 1990, ha sumido a más de la mitad de la población en la pobreza. De hecho, el Banco Mundial ha considerado la situación de Líbano como una de las tres peores crisis de los últimos 150 años.
Desde 2019, la libra libanesa ha perdido un 90% de su valor y la población se enfrenta a diario a cortes de suministro eléctrico, a constantes y desorbitadas subidas de los precios de alimentos y a una escasez intermitente de gasolina, medicinas y otros bienes de consumo básicos.
La devastadora explosión que se produjo en verano de 2020 en el puerto de Beirut y dejó más de 100 muertos, cerca de 5.000 heridos y 300.000 personas sin hogar, solo aumentó la crispación de los ciudadanos.