Para Mohamed bin Salman el dinero llega donde no alcanza la diplomacia. Y si este falla, siempre queda la violencia. Por eso, cuatro años después del brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado de Arabia Saudí en Estambul, el príncipe heredero al trono saudí, conocido como MBS, fue recibido el martes por el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, con todos los honores dignos de un jefe de Estado.
Un encuentro que se produjo a pesar de que hay pruebas de que el secuestro y homicidio de uno de los principales críticos del régimen saudí fue presuntamente orquestado por Mohamed bin Salman. A pesar, también, de las tensas relaciones que unen a ambos países desde que Ankara decidió apoyar a Catar en vez de a Arabia Saudí durante la crisis diplomática de 2017.
Pero Erdogan necesita dinero (y legitimación). Con una inflación del 70% ahogando a la población, las inversiones multimillonarias de Arabia Saudí no le irían mal. Sobre todo de cara a las elecciones presidenciales y parlamentarias de junio del año que viene.
Para MBS, en cambio, asistir a países en apuros es sólo una pequeña parte de un plan más ambicioso: convertir a Arabia Saudí en un poder mundial a través del petróleo… y la sangre.
Un peligroso cóctel con el que el príncipe MSB emborracha al mundo y sobre el que indagan los periodistas del Wall Street Journal Justin Scheck y Bradley Hope en Sangre y Petróleo. La búsqueda despiadada del poder global (2021). Fruto de años de investigación, Scheck y Hope se acercan a la figura del carismático y misterioso príncipe saudí que, en apenas cinco años, se ha convertido en uno de los líderes más ambiciosos y peligrosos de la actualidad.
Yo soy el líder
El petróleo escondido bajo las arenas del reino ha dado forma a la economía saudí durante décadas. También ha perpetuado el poder de los Al Saud, una de las dinastías más ricas del mundo al mando de una de las sociedades islámicas más restrictivas de Oriente Medio.
Sin embargo, en 2017, el rey Salman bin Abdulaziz, conocedor de la mala fama internacional del país por el estricto código moral y religioso implantado, decidió cambiar de rumbo. Anunció que había una transformación en marcha en Arabia Saudí y que su entonces desconocido hijo, Mohamed bin Salman, estaba al mando de la modernización.
En aquel momento, MBS tenía 32 años, acababa de ser nombrado príncipe heredero y estaba dispuesto a remodelar de arriba abajo el reino. "Quiero que formemos parte del renacimiento de la libertad", dijo. Y poco después de que el expresidente estadounidense Donald Trump le felicitase por su "nuevo ascenso", MBS se puso manos a la obra.
¿Reforma o purga?
Uno de los primeros objetivos que MBS marcó en su agenda fue acabar con los sobornos y los favores pagados que durante años habían permitido a altos cargos del reino acumular riquezas astronómicas. Pero su "lucha anticorrupción" acabó convirtiéndose en una purga de enormes proporciones.
Tuvo lugar el 4 de noviembre de 2017, cuando 200 de las personas más poderosas de Arabia Saudí (entre príncipes, empresarios y ministros) fueron arrestadas y detenidas en el hotel de lujo Ritz-Carlton acusados de corrupción. Así, miembros hasta entonces intocables del establishment fueron golpeados y torturados para luego ser despojados de sus fortunas.
Unos 200 príncipes, empresarios y ministros fueron arrestados en el lujoso hotel Ritz durante la purga anticorrupción
Sin embargo, donde el heredero al trono veía una purga anticorrupción, otros vieron una demostración de poder. Al parecer, no iban desencaminados. Sobre todo si se tiene en cuenta que, pocos días más tarde, estuvo a punto de provocar un desastre geopolítico después de que un grupo de oficiales saudíes secuestraran al primer ministro del Líbano, Saad Hariri, y le obligaran a dimitir. Fue, según los expertos, un daño colateral de su guerra proxy (o guerra por delegación) con Irán.
El encantador de Silicon Valley
Ambicioso, de temperamento fuerte y opinión cambiante, a MSB se le conoce por querer poseerlo todo. "Mr. Everything", le llaman algunos. Quizá por eso, tras mostrar músculo en su país, decidió abrir las puertas del reino al exterior. Empezó por Silicon Valley.
En 2018 logró cerrar encuentros con los grandes CEOs estadounidenses: Jeff Bezos (Amazon), Serguéi Brin (Google), Mark Zuckerberg (Meta), Tim Cook (Apple)… ¿Su objetivo? Convencerles de que invirtieran dinero en su "nuevo" reino.
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Con su proyecto de modernización y la promesa de llevar Arabia Saudí hacia la moderación religiosa, encandiló a algunas grandes empresas estadounidenses. Hasta Rupert Murdoch, presidente de Fox News, dijo estar encantado de haber conocido al príncipe.
Al mismo tiempo que trataba de atraer la inversión extranjera, la reforma social y económica en casa tomaba una dirección bien distinta. Se instaló un sistema de vigilancia, arrestos y secuestros. "Cualquiera que criticara el mandato de Mohamed bin Salman negaba la modernización del país", recogen Scheck y Hope en el libro.
Así, mientras la comunidad internacional aplaudía la decisión del reino saudí de derogar la ley que prohibía a las mujeres conducir, activistas como Loujain al-Hathloul eran detenidas e interrogadas una y otra vez por su defensa de los derechos de las mujeres.
A sangre fría: el caso Khashoggi
La represión contra aquellos que se oponían al proyecto y el régimen de MBS tocó techo el 2 de octubre de 2018. Ese día, el periodista saudí Jamal Khashoggi, uno de los más feroces y famosos críticos del príncipe, entró en la embajada de Arabia Saudí en Estambul para solicitar los papeles del divorcio y poder así casarse con su nueva pareja. Entró, vestido con una americana negra y unos pantalones grises. Nunca llegó a salir del edificio.
Las grabaciones captadas por los servicios de inteligencia turcos mostrarían después cómo un grupo de hombres recién llegados de Arabia Saudí, drogaron, asesinaron y descuartizaron al periodista.
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Khashoggi se había convertido en un problema de seguridad nacional para la corona, así que fue eliminado, según las investigaciones turcas, por "las altas esferas de Arabia Saudí", que acababa de tirarse piedras contra su propio tejado. O eso parecía. Aunque al príncipe saudí le quedaba otra carta bajo la manga para hacer de su reino un actor internacional clave: el petróleo.
Crisis del petróleo 2020
Mientras los líderes mundiales hacían frente a la pandemia mundial de la nueva variante del coronavirus y a sus devastadoras consecuencias económicas, MBS estaba irritado por los molestos dramas familiares y se frustraba aún más al ver la caída del precio del petróleo. Para conseguir sus ambiciosos sueños iba a necesitar mucho dinero (cientos de miles de millones). Su agenda de reformas y modernización del país que había previsto para 2030 estaba a punto de irse al traste.
Necesitaba sacar adelante innumerables megaproyectos: NEOM (una ciudad que incorpora tecnologías inteligentes y diseñada como destino turístico), la Fórmula E, el Davos del desierto, la cumbre del G-20... pero ¿cómo iba a conseguirlo? Además, como telón de fondo, debía seguir manteniendo su interminable guerra con Yemen.
El panorama era poco halagüeño: EEUU llevaba años abonado a la técnica del fracking, lo que había contribuido a depreciar los carburantes y había convertido a Arabia Saudí en un socio innecesario para Washington. Sin embargo, Mohamed bin Salman estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Y por eso optó por colaborar con Rusia para evitar que el precio del petróleo se desplomara, pero ese acuerdo también se estaba desgastando.
Ante semejante escenario "Mr. Everything" hizo su apuesta más arriesgada en sus cinco años como gobernante de Arabia Saudí. Cuando las conversaciones con Rusia se rompieron, un viernes por la noche de principios de marzo de 2020, ordenó a su hermano mayor, el ministro de Energía Abdulaziz bin Salman, que aumentara la oferta e inundara los mercados. Hizo estallar una auténtica bomba en el sector petrolero.
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El lunes siguiente, el precio del barril se situaba en los 20 dólares y continuó cayendo hasta sus niveles más bajos en décadas. Las instalaciones de almacenamiento contenían tanto crudo que los proveedores prácticamente ofrecían dinero a los compradores para poder deshacerse del petróleo. La intención de MBS era que la abrupta caída de los precios dejara fuera del negocio a algunas empresas estadounidenses y presionar financieramente al mismo tiempo al presidente ruso, Vladimir Putin, para que reinstaurara un recorte de producción, tal y como cuentan Scheck y Hope en el libro.
El objetivo era que Putin, Trump y el resto de líderes mundiales entendieran que Arabia Saudí no se dejaría influir por los precios del petróleo. El príncipe heredero había tomado la determinación de decidir la política petrolífera como mejor le pareciera por el bien de su reino. Si otros países querían su ayuda para aumentar los precios, sus líderes tendrían que acercarse a él y tratarle como un igual.
Todas las compañías petroleras del mundo podrían maldecir su nombre, varios países podrían ir a la bancarrota por culpa de su apuesta, pero si eso significaba que se tratara a Arabia Saudí con respeto, habría valido la pena.
Cuando MBS se empeña en algo, no hay medias tintas. Va con todo. Se dice que es una persona imprevisible, con cambios de humor "tormentosos", capaz de tomar innumerales decisiones en muy poco tiempo sin importarle las consecuencias. Scheck y Hope cuentan en su minucioso libro que después de aquella crisis, "cuando pasó la tormenta y el cielo quedó despejado, los ciudadanos saudíes no pudieron evitar sentirse un poco mareados".
Rehabilitación internacional
Han transcurrido cinco años desde que MBS fuera designado príncipe heredero. Y 2020 fue el año en el que decidió retomar su posición en la estructura de poder global. Daba igual que por medio se hubiera cruzado una pandemia y que a punto hubiera estado de mandar al reino al traste. Poco a poco Mohamed consiguió dejar atrás la guerra de Yemen, el escándalo Khashoggi y acallar los rumores de la prensa.
Porque si algo hay que reconocerle al enigmático mandatario es que durante todo este tiempo se ha mantenido firme a pesar de que Arabia Saudí ha admitido que Khashoggi fue asesinado. Mohamed bin Salman sostiene al reunirse con funcionarios y empresarios de todo el mundo que él era el máximo responsable, porque estaba al cargo, pero insiste en que no tenía conocimiento previo de que aquella operación se hubiera puesto en marcha.
Semanas después de que su guerra petrolera hiciera caer los precios más allá de los 20 dólares por barril, el precio más bajo de las últimas dos décadas, MBS acordó finalmente reducir la producción tras mantener una conversación con Jared Kushner; consejero y yerno de Donald Trump. Kushner también se reunió con sus homólogos rusos para poner fin a la crisis. La guerra de precios del petróleo de Mohamed estaba matando a las empresas estadounidenses en un momento en que la economía mundial se estremecía.
EEUU sugirió que podría sancionar a Rusia por su papel en la caída de los precios. Sin embargo, con Arabia Saudí se manejó con guante de seda: a través de canales diplomáticos. Y se restableció el contacto directo entre la Casa Blanca y MBS. Una vez más, el ambicioso "Mr. Evrything" se salió con la suya. Aunque la guerra de precios pudo haberle costado al país arábigo miles de millones de dólares, al menos MBS podía estar seguro de que la gente volvía a tomarle en serio.
El último en pasar por el aro ha sido el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Joe Biden viajará a Arabia Saudí del 13 al 16 de julio y se reunirá con el príncipe heredero. Desde Washington eran reacios a confirmar el encuentro, porque no se quiere dar la imagen de que Biden 'blanquea' a Bin Salman. Pero finalmente la portavoz de la Casa Blanca admitió el pasado 14 de junio que "podremos esperar ver al presidente reunirse con el príncipe heredero" de Arabia Saudí. Mohamed bin Salman vuelve a demostrar así que el dinero es capaz de llegar donde no alcanza la diplomacia.
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