De Irán a Qatar, pasando por Turquía o Israel, parece que las cosas están cambiando en Oriente Próximo. En algunos casos hay un denominador común que ha servido como detonante de todos estos cambios: la guerra de Ucrania, que ha tenido una incidencia global en muy diversos ámbitos. En otros, el conflicto armado no tiene nada que ver.
Irán vivió en 2022 las mayores protestas en décadas contra la República Islámica, unas movilizaciones desatadas por la muerte de Mahsa Amini tras ser detenida por llevar mal el velo islámico y que han aislado aún más al país, que ha profundizado sus lazos con Rusia.
Otro país de Oriente Próximo que mantiene cierta proximidad con Putin es la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, vecina de Irán y miembro de la OTAN, que aspira a jugar un papel de mediador en el conflicto ucraniano.
Pero centrémonos en Irán, donde jóvenes y mujeres llevan meses protestando en las calles del país persa pidiendo el fin de la República Islámica fundada por el ayatolá Ruholá Jomeiní en 1979, a pesar de que más de 400 personas han muerto en la fuerte represión estatal.
Todo comenzó con la muerte de Amini, joven kurda de 22 años, tras ser detenida por la llamada Policía de la moral por llevar mal puesto el velo islámico, prenda obligatoria en el país y uno de los símbolos de la República Islámica.
Durante el entierro de Amini en su ciudad natal de Saqez, en el Kurdistán iraní, numerosas mujeres ondearon los primeros velos y gritaron los primeros "mujer, vida, libertad", actos y eslogan que se han convertido en símbolos de las protestas y que continúan tres meses después.
Era el pistoletazo de salida de unas protestas que han ido mutando a lo largo del tiempo, primero con grandes manifestaciones, después con movilizaciones en las universidades, más tarde con colegios en las que las niñas se quitaban los velos y ahora con pequeñas y esparcidas manifestaciones para evitar a las fuerzas de seguridad.
A todo eso se suman actos de desobediencia en las calles: mujeres que caminan por las vías públicas sin velo; conductores que hacen sonar los cláxones sin parar, o los gritos desde las ventanas contra el régimen por las noches.
La respuesta del líder supremo de Irán, Ali Jameneí, y el presidente de Irán, Ebrahim Raisí, ha sido la represión policial y judicial, además de una fuerte censura de internet para tratar de controlar las protestas.
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En los tres meses de protestas han muerto más de 400 personas y al menos 2.000 han sido acusadas de diversos delitos por su participación en las movilizaciones, de las que 11 han sido condenadas a muerte.
Aunque estas revueltas se interpretaron al comienzo como un síntoma que podría conducir al régimen iraní a un cierto aperturismo, lo cierto es que está ocurriendo todo lo contrario. Irán, va en sentido inverso. La tensión desatada en las calles ha llevado a la República Islámica de la voluntad de cerrar un acuerdo nuclear con EEUU a la confrontación y la congelación de la vía diplomática. La represión de las protestas por parte del régimen y, sobre todo, la venta de drones a Rusia, están aislando cada vez más a Irán en el panorama internacional, según recoge el informe de CIDOB.
Qué ocurre en Qatar
Con la inauguración de la Copa Mundial de la FIFA 2022 en Qatar el 20 de noviembre, este Estado del golfo Pérsico acaparó la atención internacional hasta el pasado 18 de diciembre, cuando concluyó la cita futbolística.
La difícil situación de las personas migrantes que trabajan en Qatar ha sido objeto de amplia difusión desde que la FIFA concedió en 2010 la organización del campeonato a este país. Las personas migrantes y las trabajadoras y trabajadores domésticos han seguido sufriendo diversos abusos, como robos de salario, trabajo forzoso y explotación.
Pero el trato que reciben los trabajadores y trabajadoras migrantes sólo es una de las violaciones de derechos humanos que conforman el inquietante historial de derechos humanos de este Estado. Las autoridades de Qatar reprimen la libertad de expresión, la libertad de prensa y la libertad de asociación; los juicios sin garantías siguen siendo preocupantes; las mujeres siguen sufriendo discriminación en la ley y en la práctica; y las leyes siguen discriminando a las personas LGBT.
La organización del Mundial era la gran oportunidad para presentar a Qatar como un Estado aperturista y moderno, donde se goza de cierta libertad. Pero nada más lejos de la realidad.
En Qatar hay pocos medios de comunicación independientes o críticos. Las autoridades del país limitan la libertad de prensa imponiendo restricciones a los operadores de medios de comunicación, entre ellas prohibir filmar en determinados lugares, como edificios oficiales, hospitales, universidades, lugares de alojamiento del personal laboral migrante y viviendas privadas.
La organización de la Copa del Mundo de Fútbol sirvió a las autoridades qataríes para realizar grandes inversiones y transmitir al resto del planeta su capacidad de organización de un gran evento deportivo. Era un lavado de cara, una sombra de luz en un régimen tradicionalmente opaco, restrictivo y autoritario.
Las mujeres siguen sufriendo discriminación en la ley y en la práctica en Qatar. En virtud del sistema de tutela, las mujeres necesitan el permiso de su tutor varón para contraer matrimonio, estudiar en el extranjero con becas del gobierno, ejercer muchos empleos públicos, viajar a otros países (si tienen menos de 25 años), y acceder a atención de la salud reproductiva.
Las leyes qataríes discriminan también a las personas LGBT, tal y como denuncia Amnistía Internacional y muchas otras organizaciones de derechos humanos.
Y el pago de exorbitantes comisiones de contratación para conseguir empleo sigue siendo generalizado, con cantidades que oscilan entre 1.000 y 3.000 dólares estadounidenses. Muchas personas necesitan meses o incluso años para pagar la deuda, lo que provoca que se vean atrapadas en un círculo vicioso de explotación.
Al igual que la represión de las protestas en Irán ha provocado fuertes críticas de los países occidentales y ha desatado una ola de nuevas sanciones contra Teherán, ahondando el aislamiento del país persa; la organización del Mundial de Qatar no ha sido más que un espejismo sobre el supuesto aperturismo de este Estado del Golfo pérsico.
En definitiva: si pensábamos que las revueltas por Mahsa Amini o la organización del Campeonato del Mundo en Oriente Próximo iban a servir para instaurar cambios estructurales en la organización política de ambos países, estábamos equivocados. Durante el 2022 cambiaron algunas cosas. Pero todo cambió, para que nada cambie.
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