Hablan las familias de los secuestrados por Hamás: "Nunca sentí odio, ahora quiero que borren Gaza"
EL ESPAÑOL habla con Romina y Amitai, dos supervivientes de la ciudad de Ofakim que sufren la pérdida de sus seres queridos.
12 octubre, 2023 03:33Romina (42) trabaja en guardería y vive en Ofakim, una ciudad cerca de la Franja de Gaza que no llega a los 25.000 habitantes, con su marido y su bebé de un año. El resto de su familia vive cerca de ella: su hermana Karina (51) está en el kibutz Nir Oz con su marido y sus dos hijas adolescentes, también.
Romina y Karina amanecieron de manera similar el pasado sábado. A las 6:30 de la mañana, las sirenas despertaron a ambas familias, que permanecieron en los refugios de sus edificios. Las hermanas se estuvieron escribiendo para asegurar que estaban bien, e hicieron lo propio con sus otros hermanos Diego (45) y Paola (47), y con su padre (75).
Cuando salieron de la "pieza", como se refiere esta israelí de origen argentino a la habitación incorporada en todos los edificios del país, Romina esperaba proseguir su día con normalidad. Habían caído un par de cohetes desde Gaza, como sucede de vez en cuando. Pero, desde fuera de su casa, escuchó tiroteos y gritos en árabe. "No puede ser, se han colado", escribió a Karina. Desde el kibutz, esta respondió: "Están acá también". Fue la última vez que Romina habló con su hermana mayor.
"No pensé que en Nir Oz habría tantos", cuenta a EL ESPAÑOL. "Es un asentamiento pequeño, tendría más sentido que hubieran venido aquí", razona refiriéndose a Ofakim. Para Amitai, vecino de esta ciudad, esto no fue casualidad. El joven, al que Romina no conoce, asegura que gracias a Moshe y Eliad, un padre exmilitar y su hijo, los terroristas fueron reducidos rápidamente en Ofakim.
Amitai, que tampoco conoce a Romina, es hijo de ese Moshe y hermano de ese Eliad. Cuenta con orgullo cómo ambos reaccionaron a la alarma del sábado. La noche anterior, la familia acogido en casa una fiesta por Simjat Torá a la que invitaron a 80 personas con discapacidad de la zona. Mientras Amitai buscaba refugio para tantas personas, su hermano y su padre se aventuraron y salieron en busca de los 30 terroristas que había sueltos por Ofakim con la intención de confrontarlos.
"Llamaron la atención de la mitad de los terroristas. Gracias a eso, hicieron tiempo hasta que los vecinos se refugiaran a salvo y la policía llegara", explica. Moshe y Eliad perdieron la vida, pero salvaron las de tantos otros. Su gesta "previno una masacre en Ofakim", según Amitai. Probablemente la de vecinos que, como Romina, quedaron libres de peligro tan pronto como las 9:30 de la mañana del sábado.
Para la israeloargentina, la pesadilla siguió el resto del día y se mantiene hasta hoy. Su hermana, enferma de cáncer, su marido diabético y sus dos hijas con estrés postraumático no dan señales de vida desde esa misma hora. La última comunicación de Karina fue con su otra hermana, Paola, a quien escribió por WhatsApp: "¡Están acá!".
El kibutz de Karina no tuvo la suerte de tener a defensores como Moshe y Eliad. En Nir Oz hubo una verdadera masacre. Romina trabaja en una guardería del pequeño asentamiento, y le ha llegado que dos de las niñas a las que cuida han sido secuestradas. Otros tantos están desaparecidos, y sabe de amigos y familias enteras que han sido aniquiladas. "No sé cómo contártelo. Estamos como en la shoá [Holocausto]. Queman a nuestra gente, matan a bebés. Los que estamos vivos ni comemos, ni dormimos ni bebemos", confiesa.
"Espero que se estén escondiendo en algún lugar y buscando el momento de salir. Pero, conforme pasa el tiempo veo que no es así. Cinco días no se puede estar escondido. Mi hermana es muy fuerte, pero hablamos ya de una cuestión de naturaleza humana", dice entre lágrimas. "Si consiguen volver, sé que no va a ser lo mismo. No va a ser la misma hermana. Nunca más veré a Karina como la conocía hasta ahora. Lo mismo con mis sobrinas. Tampoco serán iguales los chicos que cuido en el jardín de infancia. No sé si habrá jardín al que volver", consigue decir sumida en el llanto.
Romina vino a Israel a los seis años. Se refiere a su emigración de Argentina como la "subida" a Tierra Santa. Sus padres le dijeron que, rodeada de otros judíos a orillas del Mediterráneo, estaría en un lugar más alto. "Me decían que en Israel todo sería muy lindo, que iba a jugar mucho y que no me iban a llamar más 'judía sucia' en la escuela", recuerda.
Tanto ella como su hermana Karina decidieron criar a sus hijos en el kibutz Nir Oz, al lado de la frontera con Gaza. "Es una comunidad muy linda, con gente muy amable. Tuvieron una infancia muy bonita pese a las amenazas. Claro que en algún momento pasamos miedo cuando empezaban las 'guerritas', pero el kibutz nos daba tanto calor y amor", dice mientras sonríe. Romina se fue después de cuatro años por el trabajo de su marido, pero vuelve cada día para trabajar.
No entiende por qué le han arrebatado las personas con las que más feliz ha sido, en el lugar al que guarda mayor aprecio. "No sé por qué tanto odio. Somos personas como ellos. Pero ellos ya no son personas. Son monstruos", pronuncia con ira y detenimiento. "Nunca sentí odio, no soy una mujer de odiar. Pero ahora sí. Ahora quiero que borren toda Gaza. Que eliminen a todos los terroristas y no quede uno vivo. Ahora sé lo que es odiar", afirma.
Romina asegura que no quiere venganza: quiere justicia. Si fuera por ella, aceptaría cualquier cosa por que su familia volviera. "Cualquier cosa. Estoy segura que hay más de uno como yo ahora que lo daría todo para que devolvieran a sus seres queridos. Pero quién nos va a escuchar a nosotros ahora. Qué valor tiene ahora la palabra de las Rominas como yo", lamenta.
"Ya se me terminaron las lágrimas y las sonrisas. Mi hijo de un año viene a que lo agarre y jugar con él y no tengo fuerzas", confiesa. Implora: "¿Cómo lo puedo criar en esta situación?", y se derrumba. Cuando se le acerca su bebé, Romina sólo piensa que "sus amiguitos del jardín están muertos".