Se cumplió el plazo de 24 horas dado por Israel para evacuar el norte de la franja de Gaza, incluida su capital, y todo apunta a que en cualquier momento los primeros blindados israelíes cruzarán la frontera para entrar en territorio autónomo palestino. Estamos ante el inicio de una guerra que nadie sabe muy bien cómo va a acabar porque nadie sabe tampoco qué pretende exactamente.
Las pertinentes discusiones morales al respecto de las posibles consecuencias que el ataque pueda tener sobre la población civil palestina, alimentadas por la Unión Europea, por la ONU y por numerosos Estados de forma independiente, han dejado en un segundo plano algo tan importante en un conflicto armado como es el objetivo del mismo. ¿Qué pretende exactamente Israel en Gaza, nos parezca bien o nos parezca mal?
Sobre el mencionado ataque, intuimos el cuándo (sería extraño que se fuera más allá del sábado 14 de octubre), el qué (un ataque terrestre acompañado del apoyo de las fuerzas aéreas y la artillería a distancia) y podemos elucubrar en torno al cómo (Israel intentará partir la franja de Gaza en dos y a partir de ahí, avanzar hacia el norte y hacia el sur).
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Entendemos el porqué (la amenaza terrorista y su terrible encarnación en los atentados del pasado sábado), pero seguimos desconociendo el “para qué”, es decir, qué solución satisfaría a Israel y qué precio está dispuesto a pagar por ella.
Una guerra en un laberinto
La respuesta más razonable a esta pregunta sería “acabar con Hamás, su organización y sus infraestructuras”. Bien, pero eso no es precisamente fácil y no está claro que pueda hacerse con una intervención militar.
Hamás controla cada palmo de la franja de Gaza desde 2008 y es muy difícil separar lo que es la sociedad civil como tal de lo que es la organización terrorista. Ante esa coyuntura, las declaraciones de algunos dirigentes del Estado de Israel no son tranquilizadoras: vienen a decir “acabemos con todos, entonces”. Obviamente, eso sería un disparate y una aberración.
Los terroristas llevan quince años preparándose para este momento y aunque su potencial bélico no tiene nada que ver con el israelí, a ningún ejército debería resultarle fácil el combate urbano en un entorno masificado. Las bajas que va a tener que asumir Israel pueden ser enormes, lo que va en contra de una de sus doctrinas militares esenciales. Entrar en Gaza es entrar en un laberinto de calles y túneles en el que todo el mundo es tu enemigo y además va armado.
Todo esto, hay que insistir, sin tener clara la recompensa. Israel puede ocupar todo el territorio autónomo, pero eso, en sí, no le garantiza nada. En términos puramente geográficos, Israel ya prescindió de Gaza en su momento porque no le compensaba tenerla bajo su dominio. No van a quitarle la casa a nadie, como se repite en algunos ámbitos.
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Una ocupación mantenida de Gaza supondría un escenario similar al que vivió Estados Unidos en Irak o Afganistán: sacrificar cientos o miles de vidas para acabar teniendo que marcharse de cualquier manera y sin haber solucionado el problema inicial.
Porque el caso es que incluso una ocupación completa de Gaza dejaría viva a Hamás, aunque solo sea porque Hamás es una rama del terrorismo yihadista internacional, no solo un grupo local de resistentes.
Este malentendido, tan extendido entre los defensores del pueblo palestino, es clave en esta cuestión: ocupar Gaza no supone acabar con Hamás porque los líderes y financiadores de Hamás ya operan en Irán, en Turquía, en Qatar y en tantos otros países. “Descabezar” Hamás, de verdad, supondría tener que atacar esos Estados. Y eso no va a suceder.
Efectivo o efectista
Si el objetivo de acabar con Hamás es poco realista y el de ocupar Gaza y sustituir a los terroristas en los órganos de gobierno es incluso contraproducente para Israel, ¿con qué se conformaría Netanyahu?
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Es obvio que Israel puede hacer mucho daño a las infraestructuras de Hamás, sin necesidad siquiera de llevarse por delante a la población civil: puede requisar armamento, desmantelar los numerosos almacenes subterráneos con todo tipo de material bélico y causar estragos entre las milicias. El asunto es, de nuevo, a qué precio.
Las últimas horas nos han dejado imágenes de edificios derribados por las bombas y de sospechosas explosiones a pie de calle que invitan a pensar en la detonación de parte de esos túneles.
En ese sentido, los ataques quirúrgicos son posibles incluso en una ciudad tan masificada como Gaza. El problema, como decíamos al principio, es que las declaraciones de figuras destacadas de la política israelí invitan a pensar en que no se busca una operación efectiva sino efectista. Un ajuste de cuentas.
Es imposible calcular el dolor que ha tenido que vivir Israel en la última semana. Al menos, lo es para los occidentales que hemos vivido en la comodidad de finales del siglo XX y principios del XXI.
De esta manera, todo el mundo entiende su derecho a una respuesta militar, solo que esta nunca podrá ser equivalente: el ejército israelí no entrará en las casas para prenderlas fuego, no matará niños a quemarropa, no violará en grupo a mujeres y no degollará a civiles indefensos. Esta respuesta no puede medirse en los mismos términos de la agresión inicial o sería un triunfo de la barbarie y el fin de Israel como esperanza democrática en Oriente Medio.
Consecuencias impensables
Por ello, hay en Occidente una lógica preocupación por que se esté planeando un “escarmiento”… y eso es muy difícil de definir en acciones concretas. Israel va a entrar en una guerra que apenas ha planeado y cuyo fin parece ser la venganza. Es una combinación peligrosa y no hablamos solo en términos morales. Desde el punto de vista militar, no es bueno que las pasiones sustituyan al entendimiento.
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Israel da por hecho que esta es la única manera de conseguir que Hamás entienda que ha pasado una línea de no retorno. Puede que tenga razón. Puede que la única manera de enfrentarse al terror sea hacerlo con sus propias armas y que lo contrario sea una muestra de debilidad. Ahora bien, también puede que haya otras alternativas entre las que, desde luego, no se incluye el diálogo con Hamás, pues esto es imposible.
El asunto es saber si Israel ha calculado el daño al que se expone con una operación que derivará en un sangriento conflicto en Gaza y otro, muy probablemente, con Hezbollah en el norte del país.
Más allá de las valoraciones ajenas y del posible daño en términos de imagen, pues se entiende que un Estado no haga de su supervivencia un concurso de popularidad, entrar en una guerra sin un plan de salida no parece la mejor de las ideas.
Puedes estar muy convencido de que vas a ganar fácil y sin esfuerzo, pero eso no siempre es así y, en cualquier caso, hay que definir “ganar” de antemano para no hacerse trampas. Lo razonable sería una incursión que dañara las instalaciones de Hamás y sus infraestructuras de una manera que fuera imposible de conseguir con drones o misiles… y marcharse a continuación lo antes posible.
Todo lo que sea prolongar su estancia en Gaza o cebarse en la crueldad acabará mal para Israel. Irán mandará milicias a Siria, armará las ya formadas en Líbano y mucho tendrán que tirar de diplomacia y represión Egipto y Jordania para no verse arrastrados al conflicto. Occidente tendrá más difícil justificar su apoyo.
En un mundo ideal, con determinar quiénes fueron los responsables de los ataques del sábado 7, detenerlos y llevarlos ante la Justicia mientras se anula la capacidad de Hamás para repetir algo parecido en el corto plazo, debería valer. Desgraciadamente, no vivimos en un mundo ideal. A partir de este fin de semana, esperen de todos cualquier cosa.