Las IDF israelíes continuaron este lunes su avance por la avenida Nasser hasta quedar a apenas 200 metros del hospital Al Shifa. Los enfrentamientos alrededor del complejo son feroces: Hamás se niega a rendirse pese a que pronto el hospital quedará sitiado ante el avance desde el sur y el este de las tropas enemigas. Al Shifa es la pieza más codiciada en esta parte de la ofensiva, pues Israel afirma que en las inmediaciones de su subsuelo se encuentra el cuartel general de la organización terrorista, escondido en uno de sus laberínticos túneles.
Es más, Israel lleva desde el inicio de la guerra -en realidad, desde mucho antes- justificando sus ataques a objetivos civiles por considerar que no son sino una fachada donde se esconden auténticos arsenales y donde los soldados utilizan a los ciudadanos de a pie como escudos humanos.
El Al Shifa sería la máxima representación de esa estrategia: Israel sospecha que, de tomar el edificio y las zonas adyacentes, podrá acabar con numerosas plataformas de lanzacohetes, proyectiles de todo tipo y tendrá acceso a los túneles, que irá demoliendo uno a uno para evitar entrar en ellos y caer así en la trampa del cuerpo a cuerpo.
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El propio Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, firmaba este lunes una petición a Hamás para que dejara de utilizar los edificios civiles con fines militares y condenaba "el uso de hospitales como escudos humanos".
Se trata de una de las primeras veces que una gran institución occidental reconoce abiertamente que, más allá de la indiferencia israelí a la hora de llevarse por delante todo lo que le plazca, hay una irresponsabilidad manifiesta de las autoridades de Gaza con sus propios ciudadanos, a los que expone a los rigores de la guerra en vez de protegerlos de la misma.
De hecho, eso es ahora mismo lo que está pasando en el Al Shifa, el mayor complejo sanitario de toda la franja de Gaza. Convertir un hospital en el centro de una batalla es una aberración.
Junto a los terroristas que entran y salen de los túneles, los que defienden el edificio con sus AK-47 y sus proyectiles, hay centenares o miles de enfermos y heridos a los que sencillamente es imposible evacuar debido a su estado de salud. Por cada falso sanitario o cada gestor cómplice, hay decenas de doctores, enfermeros y celadores que velan por la vida de sus pacientes y que caen inopinadamente en la ecuación de la barbarie.
Sin noticias del Apocalipsis
Sea como fuere, el caso es que el avance de Israel continúa en la quinta semana de guerra abierta contra Hamás y no se han cumplido ninguno de los vaticinios apocalípticos que se cernían sobre una operación que presentaba a priori serias dificultades.
De entrada, Israel está consiguiendo ser fiel a su política de proteger al máximo las vidas de sus soldados. Una estrategia, por poner un ejemplo, radicalmente distinta a la rusa. Hablamos de un país pequeño, con un ejército relativamente pequeño aunque muy bien preparado y que no puede enfangarse en trincheras ni en ataques temerarios.
Todo se hace poco a poco, con precisión y, a veces, todo hay que decirlo, con la dosis de brutalidad que da el instinto de supervivencia. De momento, el número reconocido de muertos en combate no supera el centenar; eso, después de hacer un ataque desde tres direcciones opuestas, encontrarse con una férrea resistencia en Beit Hanoun y haber penetrado en buena parte de Gaza City. Ni rastro hasta ahora del infierno que se anunciaba para un ejército que no sabíamos cómo iba a reaccionar a la guerra urbana tras su experiencia agridulce de 2014.
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No sólo eso: gracias en buena parte a la diplomacia de Estados Unidos, Israel no ha tenido que atender dobles ni triples frentes, algo que no estaba claro en un inicio. Al día siguiente de la masacre del 7 de octubre, la organización terrorista Hezbolá, asentada en Líbano, pero financiada por Irán, anunció que declararía la guerra a Israel “en cuanto pusiera un pie en Gaza”. Eso sucedió hace más de tres semanas y lo único que sabemos de Hezbolá son los proyectiles que sigue lanzando regularmente contra los poblados del norte de Israel, como ha hecho periódicamente durante las últimas décadas.
Asimismo, Egipto y Jordania, aliados tradicionales de Washington, han resistido la presión de sus opiniones públicas y se han mantenido al margen del conflicto. Hablamos de dos países árabes que se caracterizaron desde la misma creación del Estado de Israel por su defensa de la causa palestina y el intento de acabar con el Estado judío. Un intento que acabó en sonado fracaso hasta que no tuvieron más remedio que firmar una paz que les devolviera parte de los territorios que habían ido perdiendo en las distintas hostilidades.
La gestión del futuro
Sigue sin estar claro qué pasará una vez Israel termine su operación militar en Gaza, que aún puede durar semanas o incluso meses. El primer ministro Benjamin Netanyahu repitió este fin de semana la intención de su gobierno de “ocuparse de la seguridad en Gaza”, pero no acaba de articular la fórmula precisa en la que hará frente a dicho encargo.
Estados Unidos no quiere, bajo ningún concepto, que Israel se quede en la Franja y tire por el suelo 30 años de diplomacia. Sigue buscando una figura de consenso, a ser posible árabe, que sustituya a Hamás. Por supuesto, la Autoridad Nacional Palestina se ha ofrecido, pero el problema de la ANP es que lleva desde 2007 fuera de lo que se supone que es uno de sus territorios.
Además, Mahmud Abás pide la creación de dos Estados independientes, algo que Israel no está dispuesto a aceptar en estos momentos y que tal vez sea poco viable mientras en Gaza el terrorismo campe a sus anchas. No hay que olvidar que hasta la guerra civil de 2007 entre Hamás y Fatah, en la práctica, Gaza y Cisjordania funcionaban como una unidad con un nivel de autonomía bastante respetable. Todo parece haberse echado a perder.
Parece claro que, acabe cuando acabe esta guerra, lo que quedará de la Franja será una sucesión de escombros y de refugiados que no tendrán adonde ir.
Abandonados por sus hermanos árabes -Egipto sigue reservando el paso de Rafah a la ayuda humanitaria y a un pequeño número, en su mayoría estadounidenses, de desplazados con doble nacionalidad-, sin techo y pronto sin comida, cientos de miles de palestinos dependerán exclusivamente de las ayudas internacionales que puedan ir llegando a la zona. Un futuro más que sombrío que invita a todo menos al optimismo de cara a una paz mínimamente duradera.