Las víctimas del festival masacrado por Hamás recrean la 'rave' en Tel Aviv: “Nos ayuda a sanar”
"Perdí a 20 amigos. Tuve que elegir a qué funerales ir". "Todavía tengo la sensación de estar atrapado". EL ESPAÑOL habla con dos supervivientes del Festival Tribe of Nova en la exposición que replica el recinto de la fiesta con los objetos recuperados tras el ataque.
6 enero, 2024 02:58Tal revive a diario las peores horas de su vida. Lo hace una y otra vez dentro de su cabeza –"No duermo por las noches", reconoce–, pero también de forma literal. Cada mañana, esta joven israelí de 25 años respira profundamente y cruza las puertas del Centro de Convenciones de Tel Aviv para adentrarse en una recreación casi idéntica del festival Tribe of Nova, la rave de música trance que se convirtió en un gran escenario de muerte y destrucción el pasado 7 de octubre. Hace ya tres meses exactos.
Ese día, cientos de terroristas de Hamás cruzaron la frontera de Gaza, rodearon la zona de la fiesta, situada en Reim (en el sur de Israel) y comenzaron a disparar a sangre fría con fusiles y granadas de mano a los más de 3.000 jóvenes que bailaban despreocupados. Los milicianos acribillaron a todo aquel que tratase de escapar, prendieron fuego a los coches que salían del recinto, violaron a numerosas mujeres (según ha revelado una investigación del New York Times) y secuestraron a decenas de asistentes. Tras los ataques, las autoridades recuperaron 360 cuerpos sin vida de la zona. Todavía hoy, 38 personas que estaban en la fiesta se encuentran en manos de los combatientes palestinos.
"Perdí a 20 de mis amigos. Eran tantos que los días posteriores tuve que elegir a qué funerales ir", explica Tal. Ella y su novio también estaban en la fiesta. Formaban parte de la organización del evento y lograron sobrevivir, dice, gracias a que "un ataque de pánico" les empujó a salir corriendo en vez de quedarse a ayudar. "Ahora sabemos que tampoco hubiésemos podido hacer nada", reconoce.
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Pese al caos, consiguieron llegar al coche y condujeron durante 10 minutos hasta la casa alquilada para que descansasen los artistas invitados. "Si hubiésemos decidido volver a la ciudad y dirigirnos hacia el norte, hacia casa, nos hubiéramos encontrado con los terroristas que estaban bloqueando la carretera". Una vez a resguardo, comenzó a leer los mensajes de socorro, que daban parte de la gravedad de la situación. "Mi mejor amiga me hizo una videollamada. Estaba corriendo delante de dos terroristas. De golpe la imagen se paró en seco y lo último que vi fue cómo sus piernas tocaban el suelo", relata. "En ese momento pensé que estaba muerta".
Tal se pasó las siguientes cinco horas respondiendo a las peticiones de auxilio y compartiendo a la policía las geolocalizaciones que le enviaban sus amigos y conocidos atrapados en el recinto del festival. "Estamos 15 en un contenedor amarillo. Ayúdanos", se lee en uno de los whatsapps que tiene archivados en su móvil. "Este es uno de los buenos; tengo otros 20 mensajes a los que nadie respondió", dice con la voz rota.
Tal rememora lo sucedido mientras guía a un grupo de periodistas a través de las tiendas de campaña, sillas de picnic plegables y mantas que conforman la primera parte de la exhibición: la zona de camping. Todo lo que se encuentran en la instalación fue recuperado del lugar de la masacre, hoy sólo poblado por las decenas de carteles y coronas de flores que homenajean a las víctimas.
Sobre una mesa yace una pila de zapatillas con los cordones desatados, botas embarradas, y bolsos y mochilas a medio cerrar. Sobre otra, máscaras, pañuelos de colores, botes de purpurina, gafas de sol y otros objetos que pertenecían a los asistentes del festival y que aún nadie ha reclamado. Probablemente nadie lo haga nunca.
"Muchos se escondieron en las neveras de la barra. Sólo sobrevivió una chica: tuvo suerte; no abrieron la suya"
La sala está envuelta por una ligera niebla artificial y una luz tenue. De fondo suena una suave melodía. Todos los estímulos producen una sensación de bienestar. Crean la ilusión de estar en un lugar en perfecta armonía. Hasta que uno repara las decenas de agujeros de bala que hay en las paredes amarillas de la hilera de inodoros portátiles que hay en un lateral. O en la montaña de coches calcinados y apilados uno encima del otro sobre los que se proyectan sombras de mariposas batiendo las alas. "Mucha gente se escondió en las cámaras de refrigeración de la barra. Sólo sobrevivió una chica: tuvo suerte; no abrieron su nevera", detalla Tal.
Para ella, enseñar a los visitantes los horrores de ese día, repasar a diario los rostros de los muertos y los secuestrados que aparecen y desaparecen de las grandes pantallas situadas en el centro del recinto, donde debía estar la pista de baile, es una manera de superar la tragedia. "Recibo ayuda psicológica y esto es parte de la terapia, ayuda a sanar", asegura.
"Aún me siento atrapado"
Ese es, precisamente, el objetivo con el que se inauguró la exhibición. "Queremos que este sea un espacio seguro donde los supervivientes puedan encontrar consuelo y recordar a quienes se han ido", sostiene Omri Sassi, uno de los productores del festival Tribe of Nova y de la muestra que también consiguió escapar del ataque.
Con la mirada vacía y una voz sosegada, el también Dj de 34 años explica que el espacio se llama Nova 6:29, una referencia a la hora precisa en la que la lluvia de cohetes de Hamás comenzó a caer sobre la rave. "La luz que desprende nuestra comunidad, unida por su amor a la música, al baile y a la libertad, se convirtió en oscuridad", describe el joven.
Sassi recuerda con exactitud lo que estaba haciendo a las 6:29 de la mañana de ese sábado negro: parar la música, subir al escenario y anunciar que la fiesta se había acabado. "En ese momento no sabíamos que habían terroristas en la zona, pero evacuamos igualmente la zona por los cohetes", señala. "Luego los vimos aparecer armados, en paracaídas y motocicletas", añade. En ese momento todo se volvió borroso.
Junto a dos amigos, Sassi subió a un coche y comenzó a rodar por la carretera hasta que vio un tanque del ejército. "Me acerqué, pero los terroristas estaban allí ocultos y comenzaron a dispararnos. A uno de mis amigos le dispararon en el pecho y en el cuello y murió; al otro le dispararon en la pierna", cuenta. Continuó conduciendo hasta que, pocos minutos después, el coche dejó de funcionar por los impactos. Entonces, los dos corrieron hacia una arboleda, donde se escondieron durante tres horas hasta que finalmente fueron rescatados.
"Lo peor es la sensación de estar atrapado, sentir que no tienes a dónde escapar. Todavía me persigue, por eso me cuesta ir a sitios cerrados donde hay mucha gente", relata Sassi, que asegura que organizar la exhibición le está ayudando a "lidiar con el trauma". Y aunque la herida sigue abierta, el joven músico ya tiene en mente un concierto en el que pinchar en 2024. "Volveremos a bailar y esa será nuestra victoria", concluye.