Israel cumple 100 días en Gaza con protestas contra Netanyahu y más de 132 rehenes aún secuestrados
Las protestas contra el primer ministro canalizan el enfado de los israelíes, pero el Gobierno prioriza "no volver nunca al día antes del 7 de octubre".
23 enero, 2024 02:54Han pasado más de 100 días desde el inicio de la respuesta. El 14 de octubre, solo una semana después de los salvajes ataques de Hamás que masacraron a más de 1.400 personas -bebés, niños y mayores incluidos-, violaron en grupo a mujeres antes de matarlas, degollaron a golpes de azada a hombres, tirotearon a ancianos y raptaron a otras 240 personas, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) recibieron la orden de bombardear Gaza. Hoy, el Estado judío es un lugar distinto, traumatizado porque ya no se siente una fortaleza inexpugnable, unido patrióticamente contra el enemigo y fracturado frente a su Gobierno.
Los hay que lo ven ineficaz, equivocado y torpe, por un lado, y quienes directamente exigen su dimisión, una investigación de cómo pudo ocurrir lo que ocurrió y que se activen todos los juicios pendientes por corrupción contra Benjamin Netanyahu. Nadie duda de que hay que acabar con la amenaza de Hamás, todo el mundo entiende que el país debe volver a ser "un refugio" para los judíos del mundo, pero que todos sufran día a día por los 132 rehenes que siguen en algún lugar de Gaza desde el 7 de octubre -"si es que siguen vivos"- no significa que la estrategia militar reciba un apoyo unánime: el ejército no ha liberado a uno solo, e incluso ha matado a dos conciudadanos "por error" en un callejón gazatí, cuando después de cinco días escapados y huyendo de sus captores los soldados israelíes los vieron correr hacia ellos, los confundieron con una amenaza más en la guerra de guerrillas de la invasión terrestre y dispararon a matar.
"El pueblo está unido, aquí verás una bandera o diez en cada esquina", explica Alejandra, una israelí de origen argentino con más de 40 años de vida en la tierra prometida, "el patriotismo no se discute, pero la guerra sí". Este lunes, familiares de los rehenes de Hamás irrumpieron en la Knéset en protesta contra Netanyahu. Desde el domingo, un día antes, decenas de ciudadanos se manifiestan, una vez más, frente a la residencia oficial de Netanyahu, en Jerusalén. Allí, megáfonos, tambores y aplausos anunciaron la instalación de tiendas de campaña. "Nos quedaremos aquí, de manera indefinida, hasta que Bibi traiga a nuestros hermanos a casa".
Hermanos, hijos, cuñados, padres, novios… Bibi es el mote, antes cariñoso y hoy convertido en casi insulto, con el que se conoce al primer ministro que lleva dos largas décadas al frente del Gobierno. Entrando y saliendo, pero casi siempre al mando, el derechista ha ido radicalizando su discurso, formando coaliciones cada vez más extremistas, amenazando la división de poderes, enriqueciendo al país al tiempo que empobreciendo a una parte creciente de sus habitantes y acosando, ocupando y bloqueando los territorios palestinos. Tanto la Gaza tiranizada por Hamás como la Cisjordania dirigida por la corrupta Fatah, recreciendo los asentamientos y fortaleciendo a la facción más dura de los colonos.
En la concentración, no autorizada pero tolerada, hay casi más policías que manifestantes. Pero despliegan carteles, gritan contra el primer ministro, y se atienden discursos de familiares de víctimas, de rehenes e incluso de alguna liberada durante la semana de tregua de noviembre. "Acabamos de saber que el Gobierno ha rechazado un acuerdo para traerlos a todos a casa", explica Gabriela mientras sostiene un cartel con la foto de su hermano y el marido de su hermana. Ella permaneció más de 50 días cautiva, junto a ellos y su sobrina. Las tres fueron liberadas el quinto día de intercambios. Salieron las tres mujeres y tuvo que despedirse de los dos hombres, mayores pero todavía en edad de combatir y, por tanto, valiosos para los terroristas.
"Estados Unidos y Qatar han acordado una oferta: todos a casa a cambio de parar la guerra. Pero hemos dicho no. El Gobierno ha dicho no. Quiero que todos vuelvan a casa, siempre creí que algún día viviríamos en paz con los palestinos, ahora sólo queremos que vuelvan nuestros hermanos", denunciaba poco antes de que se conociera que Israel ha ofrecido a Hamás un alto el fuego de dos meses a cambio de liberar a todos los rehenes.
Los israelíes están acostumbrados a que más allá de cada frontera está el enemigo. Llevan décadas "gestionando el conflicto" más que buscando su final, y saben, en el fondo, que no acabará en ningún caso después de esta nueva reanudación del mismo. Por eso, separan las discusiones: una cosa es Hamás, Irán, Hezbolá, Siria, el antisemitismo, la conciencia de estar solos en el mundo… y otra es que "hay que traerlos a casa". Para el Ejecutivo no es así. "Ese acuerdo es volver al 6 de octubre", se justifica Netanyahu. "Soy responsable de la seguridad de Israel, y parar la guerra es permitir que los terroristas asesinos sean libres para volver a preparar otra masacre". Según la estrategia de Netanyahu, los objetivos son tres, y por este orden: acabar con Hamás, traer de vuelta a todos los rehenes, y cambiar la relación con Gaza. "Es decir, que nunca jamás vuelva a estar regida por asesinos crueles y racistas que no defienden a su pueblo sino que crian en el odio a sus niños y lanzan a sus ciudadanos como bombas contra nosotros para aniquilar Israel y a todos los judíos".
Sí, pero el orden de factores, aquí, afecta el producto. Los rehenes son teóricamente la prioridad, pero son solo el segundo objetivo del Gobierno. Y ahí, después de sufrir "el asesinato en masa de judíos más grave desde el Holocausto nazi", es donde está el conflicto, una palabra que antes se refería a lo de más allá de las fronteras y hoy está instalado en el corazón de Israel.
Jerusalén está vacío. Al menos, la ciudad vieja. No hay turistas en el Monte de los Olivos. Pero, sobre todo, no hay ciudadanos. Apenas hay visitas en el Muro de las Lamentaciones. Los árabes de la ciudad oriental apenas salen de casa; los judíos del lado occidental, tampoco. "Solo hace un par de semanas se han reanudado las clases", explica Nicolas, un camarero. Entre un tercio y la mitad de los universitarios prefieren las clases telemáticas, los escolares faltan día sí día no a clase por miedo. Suyo o de sus padres. O de todos. Y la misma cantidad de banderas israelíes se ven que pancartas de protesta, que se confunden con las fotos de los rehenes, los peluches, las velas, y los mensajes escritos en cartulinas o carteles improvisados.
No piden paz. Piden hacer lo que sea por traerlos a casa. Y ese "lo que sea" no incluye eso que lleva Netanyahu haciendo 100 días: bombardear, invadir, ocupar y acabar con hombres, mujeres y niños en Gaza.
"Quién dice que esos números son verdad, ¿25.000 muertos la mayoría civiles? Nuestras cifras no dicen eso", responde Lior Haiat, portavoz del Ministerio de Exteriores, en conversación con este diario. "Si miras los DNI de esos supuestos niños, muchos son treintañeros; si compruebas los nombres de esos civiles, muchos son terroristas abatidos cuando huían a Gaza tras el 7 de octubre; y sobre todo, si miras la fuente de la noticia, es Hamás, una organización terrorista. Aquí estás hablando con el Gobierno de una democracia".
En Tel Aviv, la plaza Dizengoff ha dejado de ser "el centro de reunión social" de la ciudad. Hoy es un escenario de dolor. "Ha habido más guerras, intifadas, ha habido cohetes y misiles desde Gaza durante años… pero esto es otra cosa. Esto ha cambiado el país en solo 100 días", apunta Gur, un lugareño que lee, sentado en una de las sillas, como de playa, que rodean la glorieta, sobre parcelitas de césped artificial.
Hay cosas que se descubren solamente viajando a Israel. Por un lado, por culpa de la ineficaz política de comunicación del Ejecutivo; por otro, porque es difícil que alguien escuche las miserias del lado fuerte de una guerra. Pero por ejemplo, al norte y al sur del país, hay al menos 200.000 desplazados: gente fuera de sus casas, alojada en hoteles y sin trabajar o estudiar la inmensa mayoría. El Gobierno paga por cada habitación, claro, pero menos de la mitad del precio normal de temporada. "Y en realidad, es alójalos y ya te pagaré", explica una periodista local a EL ESPAÑOL.
"La economía se ha parado y la guerra cuesta unos 280 millones de dólares al día", así que lo primero es lo primero. Y el sector turístico lo sufre: nadie viene por placer, pero los hoteles están llenos; no llegan los ingresos pero se mantienen los gastos. La vida ya era cara en Israel, pero la guerra ha empujado la inflación y si, por ejemplo, Tel Aviv ya era la segunda ciudad más cara del mundo para vivir. Y Jerusalén, uno de los ayuntamientos más pobres del mundo desarrollado (un 30% de la población es árabe, un 20% judía ortodoxa y ninguno de ellos pagan impuestos).
No sólo ocurrió que casi 4.000 terroristas se colaron el 7 de octubre en el país supuestamente más seguro del mundo, es que el Ejército, al principio, estaba falto de cascos, chalecos antibalas y hasta de botas de campaña. "Es más, aunque hay acuartelamientos por todo el país", añade la citada reportera local, "la inmensa mayoría de las tropas estaban en los territorios ocupados", es decir, en Cisjordania, "y no guardando la frontera de Gaza, donde estaba, ya se sabía, el peligro real".
Es evidente que todo esto se dice y se sabe después de que ocurriera el ataque. Y que ésta es la primera vez desde que se fundó Israel en 1948, que ocurre una cosa así: en la Guerra de la Independencia, en la de los Seis Días, en la de Líbano en los 80, en cada Intifada, siempre se contuvo al enemigo y se le derrotó con eficacia, preparación para el ataque y planes militares de respuesta trazados a partir de la Inteligencia más famosa del mundo. Pero hasta eso está ahora en cuestión.
[Familiares de rehenes de Hamás irrumpen en el Parlamento de Israel en protesta contra Netanyahu]
La ayuda del aliado mayor, EEUU, está llegando. Por la vía diplomática en la ONU, por la militar en suministros, y por la política en apoyo incondicional. Pero hasta Joe Biden le ha leído la cartilla a Bibi. El discurso del presidente estadounidense ha ido cambiando los pesos según se han acumulado días de guerra y muertos en Gaza. "Hay que diferenciar la legítima defensa del ataque indiscriminado. El objetivo de toda guerra es la paz, pero será más difícil que ésta llegue sin minimizar las bajas civiles". Lideres como el colombiano, Gustavo Petro, o como el español, Pedro Sánchez (que junto al belga, Alexander de Croo, dio un discurso "incomprensible, falsario e impertinente", dicen fuentes diplomáticas, el día en que empezaba el intercambio de presos palestinos por rehenes israelíes en Rafah) se amparan en eso para justificar sus crisis bilaterales con Israel.
"Pero pedir un Estado palestino como respuesta a la mayor matanza de judíos tras el Holocausto es premiar a Hamás", responde Haiat. "Por eso, los terroristas agradecieron esas palabras, y por eso retiramos a nuestra embajadora más de un mes".
Sostiene el Gobierno que el apoyo internacional no ha decaído. Al menos, no el que les "interesa". Parece pura propaganda, porque según se pregunta por un país u otro, el apoyo que importa es el de los líderes políticos o "el del pueblo, que nos llega y agradecemos", como responden las fuentes oficiales en el caso español.
Mientras abandona la manifestación contra la guerra de Netanyahu, la excautiva Gabriela agradece y pide ese apoyo mundial "por la paz, la democracia y la libertad de todos". Y se refiere a su hermano, a su cuñado y al resto de los 140 rehenes, todavía en algún zulo, guarida o túnel de Gaza. Y se refiere, también, a la presión internacional para que ese acuerdo que acaba de rechazar su Gobierno no se pierda, o haya otro. Y si el precio es parar la guerra, sea. Y si eso deja vivo a Hamás, pues ya se gestionará después. Nadie quiere volver al 6 de octubre, porque al amanecer, vino el 7-O. Pero, al fin y al cabo, hasta ese día Israel llevaba ya 75 años rodeado de enemigos. Y luchando internamente para saber construir oportunidades para la paz (que las hubo, a pesar de que cada una decayó por el lado palestino). Y resistiendo como refugio mundial de los judíos mientras, poco a poco, cada vez más países árabes comprendían que el alma de este pueblo es terca, dura y pragmática: resisten, se rebelan y hasta que llega la solución, gestionan la adversidad.
Ya sea contra el enemigo externo, hoy Hamás, o el interno, un país traumatizado, una patria unida y un pueblo roto.