Hay países que viven las tragedias buscando culpables desde el primer minuto y países que lloran a sus muertos y luego depuran responsabilidades. Lo sensato sería encontrar un punto medio y en eso está ahora mismo Israel. Más de seis meses después de la masacre de Hamás del 7 de octubre de 2023, ha llegado el momento de que la imagen de unidad política se rompa y que los responsables de los errores de seguridad asuman las consecuencias. Así ha sido el caso este lunes del general Aharon Haliva, jefe de inteligencia de las Fuerzas de Defensa Israelíes, quien anunció su dimisión por la cadena de fallos que permitieron a los terroristas de Hamás cruzar la frontera y lanzar un ataque devastador sobre miles de personas indefensas.
Aunque Haliva seguirá en el cargo hasta que Herzi Halevi, el jefe de las FDI, encuentre un sustituto, la noticia de su marcha supone un nuevo problema para el discutido gobierno de Benjamin Netanyahu y pone en evidencia su manejo de la situación. Entre los muchos errores que se pueden atribuir a las fuerzas de inteligencia israelíes, aparte de la tardanza en la reacción, destaca el hecho de que, ya un año antes de la masacre, dispusieran de un borrador de lo que estaba planeando Hamás. Borrador que fue descartado inmediatamente por considerarlo “fuera de las posibilidades” de los terroristas.
El ataque llevaba dos años preparándose y se gestó ante los ojos cerrados de la administración Netanyahu, que seguía permitiendo la entrada ilegal de fondos provenientes de Qatar y que obvió o no supo valorar en su justa medida el entrenamiento que varios miembros de Hamás recibieron en Irán las semanas anteriores a la matanza. La dimisión de Halevi puede suponer la rotura del dique tras el que se estaban protegiendo Netanyahu, las FDI y el Mosad: ya no se pueden obviar los errores cuando aparece alguien que está dispuesto a pagar por ellos.
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La involucración de Benny Gantz
Abierto el debate, ya sin ambages, sobre qué falló y quién pudo hacer más para proteger a los ciudadanos israelíes, lo lógico es que no solo la oposición política sino la propia ciudadanía quiera saber más al respecto. ¿Qué información exacta poseía el Mosad acerca del ataque? ¿Qué aliados advirtieron del peligro y qué enemigos prefirieron callar la amenaza? Lo más importante, ¿quién tuvo acceso a ese borrador desechado? Entendemos que al menos el ministro de defensa tuvo que supervisarlo. ¿Se llevó la cuestión a Netanyahu o no se consideró necesario siquiera molestarlo?
Lo problemático del escándalo es que es trasversal. No tenemos fecha exacta (no se ha hecho pública, al menos) del informe que recreaba el ataque de Hamás con antelación, pero debió de llegar al ministerio en algún momento entre el cese de Benny Gantz y la llegada de Yoav Gallant. No es cualquier cosa, porque Gantz y Gallant forman parte junto a Netanyahu del Gabinete de Guerra que está supervisando las acciones en Gaza y los ataques contra Irán. Es más, Gantz se supone que es la alternativa de Netanyahu en unas futuras elecciones, el hombre elegido por Joe Biden. ¿Sabía algo o no sabía nada de lo que planeaba Hamás?
Como se ve, la catarata de responsabilidades puede caer con fuerza sobre la frágil democracia israelí, que viene de cinco procesos electorales en poco más de tres años para llegar al actual e inestable gobierno de coalición, donde centristas, derechistas y ultraortodoxos defienden intereses a menudo contrarios entre sí. El malestar por la tragedia y, sobre todo, por el trato a los rehenes aún cautivos en Gaza está muy presente en Israel, especialmente en plena celebración del Pésaj o Pascua Judía. La noticia, necesariamente, reabre heridas muy dolorosas.
Fuchs se une a las dimisiones
Haliva no ha sido el único en presentar su dimisión para empezar la semana dentro del ámbito militar israelí. Según informa el periódico Haaretz, el comandante en jefe del mando central de las FDI, Yehuda Fuchs, también habría indicado a Halevi su voluntad de abandonar el cargo en agosto. Las razones de Fuchs son políticas, según su entorno. No tienen tanto que ver con el propio 7 de octubre o con la posterior guerra en Gaza, sino con las durísimas críticas que ha recibido por parte de miembros del gobierno del ala ultraderechista.
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Fuchs entiende que no tiene la confianza del gobierno y no está dispuesto a seguir su labor como coordinador de las fuerzas desplegadas en Jerusalén y Cisjordania. Ahora bien, Fuchs, al igual que sucedió en su momento con el propio Haliva, ha sido de los pocos que hicieron autocrítica pública de lo sucedido. En palabras de sus allegados, recogidas por la BBC: “Se veía a sí mismo como parte del Estado Mayor que fracasó el 7 de octubre”. Tanto Fuchs como Haliva se han mostrado a favor de una comisión independiente que investigue lo sucedido.
Ante estas reacciones, y las que ya mostraron en su momento el propio Halevi y Ronen Bar, director del Shin Bet, el servicio de inteligencia y seguridad interior, la posición de Netanyahu y su empeño en no reconocer culpa alguna queda aún más en entredicho. El primer ministro está completamente cercado: sus aliados estadounidenses no pierden oportunidad de criticar su gestión de la guerra de Gaza y han iniciado el procedimiento para sancionar al Netzah Yehuda, el batallón ultraortodoxo auspiciado por el entorno de Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, por posibles torturas sistemáticas y ejecuciones extrajudiciales de palestinos.
Mientras, las calles piden la liberación inmediata de los secuestrados en Gaza y crecen las dudas sobre si la estrategia seguida en Gaza ha sido la correcta. Si finalmente se crea una comisión para investigar cómo Hamás pudo perpetrar el horror del 7 de octubre, tal vez pueda aprovechar para determinar si era necesario matar a 35.000 personas para, de momento, quedarse corto en sus objetivos militares: ni Hamás ha sido destruida, ni lo han sido la gran mayoría de sus líderes, ni han vuelto a casa los rehenes. Esos fracasos también han de ser fiscalizados si Israel quiere salir más fuerte de estos meses de zozobra.