La presión de Biden y el sí de Hamás obligan a Israel a "estudiar" un plan de paz del que tiene serias dudas
Pese a la presión internacional, el ejército israelí ha comenzado el ataque aéreo y ha tomado posiciones a la entrada de Rafah.
7 mayo, 2024 02:31El secretismo en torno al plan de paz egipcio que ha aceptado la organización terrorista Hamás este lunes es absoluto. Según informa la BBC, citando fuentes palestinas, Hamás estaría dispuesta a “cesar toda actividad hostil” contra Israel a cambio de una tregua duradera y la retirada gradual de sus tropas de la Franja de Gaza. No es fácil distinguir esta propuesta de las anteriormente expresadas por el propio grupo terrorista.
A última hora del lunes, el Gobierno de Netanyahu y el Gabinete de Guerra accedió a que una delegación israelí se encuentre con los mediadores para "agotar la posibilidad de alcanzar un acuerdo bajo condiciones aceptables". Según el diario Haaretz, el acuerdo va mucho más allá de lo que puede aceptar Israel, que, aun así, está dispuesto a mandar una delegación a El Cairo para seguir las negociaciones, que parecían estancadas definitivamente, y "buscar un acuerdo bajo términos aceptables".
Desde un principio, altos cargos israelíes aseguraron que el acuerdo “iba demasiado lejos” y a la vez “era una versión suave del original presentado por Egipto”.
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Es difícil saber a qué se refieren exactamente estas fuentes, pero probablemente se trate de una combinación de pocos rehenes liberados (Israel bajó de 40 a 33 su mínimo exigible, y ahora Hamás habla solo de 20 mujeres y luego ya veremos) y demasiadas imposiciones en la reconstrucción de Gaza.
De hecho, es muy probable que lo primero no suponga un problema, pero lo segundo se pueda convertir en un escollo insalvable. La propuesta egipcia -secundada por Catar y celebrada inmediatamente por Turquía- apuntaba en un origen a una reconstrucción de la Franja bajo la supervisión de los países árabes.
El miedo a aceptar la derrota
Por un lado, el hecho de que estos países árabes se encarguen del futuro de Gaza tiene una serie de ventajas para Israel: para garantizar su seguridad, necesita que en la Franja reine algo parecido al orden. La destrucción de prácticamente todos los núcleos de población por parte de las FDI implica enfermedades, hambre, pobreza y odio. El caldo de cultivo ideal para que Hamás o cualquier otro grupo extremista refuerce su ascendencia sobre la población.
Que ese orden lo pongan países en principio aliados de Israel o que al menos no persiguen -como es el caso de Irán- su desaparición debería suponer un alivio. Alguien se gastará su dinero y su tiempo en reconstruir lo que tú has destrozado… y en el camino ayudará a tu bienestar. Pintado así, parece fácil y bonito. Desgraciadamente, no lo es por cuestiones políticas, militares y de orgullo.
Aceptar que la reconstrucción de Gaza corra a costa de los cataríes, de los egipcios, de los jordanos o incluso de los saudíes supone aceptar que la operación militar ha sido un fracaso. Que, al final, no ha servido para nada. Israel entró en la Franja de Gaza y mató a 35.000 personas con los objetivos de acabar con Hamás y rescatar a los rehenes. Si al final tiene que retirar sus tropas y dar paso a un conglomerado extranjero, no hay garantía de que los Yahya Sinwar de turno no sigan campando a sus anchas y se confirmará la incapacidad de las FDI para rescatar a los rehenes: tres en siete meses de conflicto.
Las consecuencias políticas para Netanyahu son inimaginables. Desde el inicio de las operaciones militares en Gaza, la posibilidad de un acuerdo se ha vendido como la previa de una rendición de Hamás. No hay nada que haga pensar ahora mismo en esa hipótesis. Los aliados del primer ministro no van a aceptar algo así: ni siquiera la liberación total de los rehenes taparía el fracaso de la acción contra Hamás. Israel quiere un alto el fuego. Punto. No quiere una tregua duradera ni quiere, desde luego, retirar sus tropas ni ponerse a pensar en reconstrucciones ajenas.
Las presiones de la Casa Blanca
Dicho esto, Netanyahu tiene muchas otras presiones sobre sus hombros. De entrada, tiene a decenas de miles de manifestantes pidiendo en las calles el regreso de los rehenes casi a cualquier precio. Por si eso fuera poco, el presidente estadounidense Joe Biden volvió a recordarle este lunes la necesidad de llegar a un acuerdo y abandonar la vía militar.
Israel llevaba desde primera hora amenazando con un ataque inminente a Rafah y ya ha trasladado tanques y tropas que se mantienen a unos 200 metros de la entrada de Rafah, según informaron medios egipcios. También inició al final del día con bombardeos a objetivos de Hamás y en los que murieron al menos cuatro personas. Todo ello, asegurando que los planes humanitarios de reubicación de los desplazados, que iban a tardar en principio cinco o seis semanas, se habían conseguido resolver en diez días.
Es muy posible que esa presión israelí esté detrás del sí de Hamás. No solo por lo que los terroristas puedan perder si las FDI invaden la ciudad fronteriza, sino por la utilización que ahora se puede hacer de la opinión pública. Israel no solo tiene que decidir si acepta o no un plan de paz. Tiene que decidir si acepta un plan de paz… o si se lanza a una ofensiva que puede acabar en una nueva masacre sin el apoyo de su máximo aliado. Hamás sabe que la imagen de Israel (y la de Estados Unidos) se vería muy dañada en este segundo caso y ha sabido jugar con ello.
Lo más probable es que desde Tel Aviv se responda con una contraoferta. Lo deseable sería que los detalles de esa contraoferta fueran lo más públicos posible. Así sabríamos, de paso, por qué se rechaza lo aceptado por Hamás. Aunque Washington no se ha pronunciado públicamente, sabemos que el director de la CIA, William Burns, ha supervisado cada paso de este acuerdo y hay que entender que cuenta con el apoyo del presidente.
Para los demócratas, un alto el fuego consensuado y una vuelta a la normalidad sería una salida soñada a los conflictos que se están viviendo en algunas universidades estadounidenses y que, inevitablemente, se acabarían extendiendo a su propio electorado si la situación se prolongara. Ante unas elecciones llamadas a decidirse por unos cuantos votos, Biden no puede permitirse disensiones internas ni una imagen demasiado dura respecto a Palestina. Al menos, eso creen sus asesores.
La duda de Irán
Otro motivo para la desconfianza de Israel puede partir del hecho de que la aceptación pública del plan haya venido por parte de Ismail Haniyah, líder del ala política de Hamás y residente en Catar desde hace años. Hay motivos para pensar que la facción política y la militar de la banda terrorista, encabezada por Yahyah Sinwar, no van en la misma dirección. Esta última es la que controla en la práctica el destino de los rehenes y de las acciones de combate en Gaza. No solo eso, sino que está fuertemente influenciada por Irán.
Y aquí llegamos a un punto clave en esta historia: Irán no quiere saber nada de un plan de paz que deje la Franja de Gaza en manos de sus enemigos suníes. Es difícil pensar que van a entregar la plaza sin más y que no van a dar órdenes a Sinwar y los demás terroristas para que contradigan a Haniyah. Probablemente, Netanyahu quiera alguna garantía a ese respecto. Lo que no está claro es que desde Doha se la puedan ofrecer. Menos aún desde Washington. Habrá, por lo tanto, que esperar para ver si estamos en el previo de la paz o de una guerra aún más cruenta.