Las tropas israelíes eliminaron ayer a Yahya Sinwar, líder de Hamás en Gaza y cerebro del pogromo del 7 de octubre que arrancó la guerra contra su organización, dentro del territorio palestino, como confirmó el propio primer ministro Benjamin Netanyahu. Durante semanas, la falta de información sobre su paradero llevó a medios y analistas de la región a especular sobre su muerte. Estaba vivo, sin embargo, y las informaciones sobre las circunstancias de su caída alumbran que los israelíes dieron con él por un golpe de suerte.
Es cierto que los agentes de Inteligencia sabían que Sinwar se escondía en algún rincón de Rafá, cerca de la frontera con Egipto. Lo que no esperaban las tropas que vigilaban la zona por rutina es que, entre los terroristas de Hamás que abrieron fuego a su paso, estuviera su objetivo más escurridizo. Los militares se sorprendieron al encontrar, entre los escombros, un cuerpo de aspecto conocido. Las pruebas de ADN confirmaron las sospechas unas horas más tarde, como cuentan los cronistas mejor conectados con la cúpula militar y política israelí.
Sinwar ascendió en la estructura recientemente, después de que Ismail Haniyeh, su predecesor, fuese asesinado durante su visita oficial de julio a Irán, donde asistió a la investidura del presidente Masoud Pezeshkian. La república islámica responsabilizó del crimen a Tel Aviv, pero Tel Aviv guardó silencio tanto para confirmarlo como para desmentirlo. En esta ocasión, ha sido diferente.
El ministro de Exteriores israelí, Israel Katz, informó a una docena de homólogos extranjeros de la noticia. "La eliminación de Sinwar abre la puerta a la liberación inmediata de los rehenes", explicó a este grupo de líderes que no incluye al español Albares —como averiguó este periódico—, "y a la transformación de una Gaza sin Hamás y sin el control iraní". El propio Netanyahu, unas horas más tarde, se dirigió al mundo. "Hemos demostrado hoy que a todos aquellos que intentan hacernos daño les sucede esto", dijo, "y cómo las fuerzas del bien siempre pueden vencer a las fuerzas del mal y la oscuridad".
La noticia tiene una dimensión extraordinaria. Un año y diez días después del 7-O, Israel acabó con su principal objetivo, el hombre al que atribuye el peor atentado sufrido en su historia, con más de 1.200 asesinados y 255 secuestrados —101 siguen atrapados por los terroristas—, y por el que respondió con una guerra en la Franja de Gaza que sufre el pueblo palestino: con decenas de miles de muertos, con unos dos millones de desplazados, con un territorio prácticamente rebajado a escombros y con una población hambrienta.
Los servicios de Inteligencia israelíes todavía tratan de resolver cuáles eran las verdaderas intenciones de Sinwar con el 7-O. Muchos analistas coinciden en que sacrificó a su propio pueblo para desbaratar la amistad naciente entre Tel Aviv y los países suníes, especialmente Arabia Saudí, vertebrada a través de los Acuerdos de Abraham. Incluso en que pensó que, a cambio de devolver a los rehenes a sus casas, vaciaría las prisiones israelíes de terroristas palestinos.
Muchos inciden, a su vez, en que Sinwar falló en sus cálculos sobre las capacidades de las tropas enemigas para maniobrar en Gaza o sobre el grado de compromiso de Irán y sus aliados en la región, sobre todo los libaneses de Hezbolá y los hutíes del Yemen, para abrir varios focos de guerra que saturaran las defensas israelíes.
Lo que es seguro es que, ahora, el mundo es otro. Israel da por razonablemente controlada la situación en Gaza y la amenaza de Hamás, y prioriza, desde mediados de septiembre, las operaciones contra Hezbolá en el Líbano. La cúpula de la organización islamista que somete al sur del país vecino desapareció, de hecho, en cuestión de diez días. Uno por uno, Israel eliminó a sus jefes hasta llegar al líder supremo, Hasán Nasralá, aniquilado en el barrio chií de Beirut.
Y no sólo eso. Las amenazas e intercambios de golpes con Irán alarman a la comunidad internacional, y los principales aliados de Israel le piden mesura y un alto el fuego por miedo a una escalada incontrolable. Las palabras de Netanyahu no aventuran que vaya a llegar pronto. Así que la pregunta más extendida es qué vendrá a continuación: con los rehenes en Gaza, con los combates en Líbano y con la promesa de un nuevo ataque israelí contra Irán consensuado con Estados Unidos.