El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ha comparecido este martes desde la Casa Blanca para anunciar el éxito de su plan para el alto el fuego en el Líbano entre Israel y la organización terrorista Hezbolá.
La paz, ha resaltado el presidente, está pensada para ser "permanente". "A partir de mañana a las cuatro de la mañana", ha continuado, "la guerra habrá acabado". Biden confía, además, en que el plan diseñado por su equipo y aceptado por todas las partes implicadas —Israel, Líbano, Hezbolá y presumiblemente Irán— no sólo restaure la situación anterior al 8 de octubre de 2023, cuando los islamistas libaneses se unieron a la guerra de Hamás contra el Estado judío, sino que ofrezca una nueva oportunidad de "seguridad y prosperidad" a un Líbano gobernado en interinidad desde 2022 y estrangulado por la influencia del partido-milicia en el país. Especialmente, en los territorios al sur del río Litani, donde los israelíes están desplegados desde hace dos meses y medio.
En los próximos sesenta días, ha explicado Biden, los 70.000 desplazados internos israelíes y los 300.000 libaneses podrán volver, poco a poco, a "sus casas, sus escuelas, sus granjas, sus negocios, sus vidas", y las tropas israelíes se retirarán de manera gradual. Los siguientes pasos los darán Estados Unidos y Francia. Ni uno ni otro desplegarán tropas sobre el terreno, ha prometido. Confían en que baste con proporcionar los medios necesarios a las autoridades militares, políticas y policiales locales para que el acuerdo "se aplique con eficacia", y de esa manera evitar que Hezbolá rebrote —o emerja algún sucedáneo—.
La declaración del presidente de los Estados Unidos, a dos meses de acabar su mandato y de la entrega del relevo al republicado Donald Trump, ha tenido un aire de redención, pero no de trabajo terminado. Biden, con el entusiasmo del acuerdo para el Líbano a cuestas, ha apremiado a un Hamás arrinconado a aceptar un alto el fuego que pasa por la liberación del centenar de rehenes —al menos 35 de ellos se dan por muertos— que todavía retiene desde la matanza y el secuestro masivo de judíos del 7-O.
Una tregua frágil
Durante meses, Biden se ha enfrentado a las críticas de buena parte de las bases demócratas por mantener el suministro de las armas y la munición que Israel ha usado para combatir a Hamás en núcleos urbanos de Gaza. Muchos de sus antiguos simpatizantes le han reprochado su lealtad a Netanyahu, ahora reclamado por la justicia internacional, y lo responsabilizan de la muerte de miles de civiles palestinos y de la devastación de una de las regiones más densamente pobladas del mundo.
Paralelamente, la diplomacia de Biden trabajaba en un alto el fuego que mitigara el sufrimiento de los civiles y atendiera, a la vez, las demandas de seguridad de Tel Aviv. Hasta el momento no lo ha conseguido.
La tregua aceptada por el primer ministro israelí sólo comprende el frente libanés, y su solidez es cuestionable. Netanyahu ha sido contundente. "Si [Hezbolá] trata de reconstruir la infraestructura terrorista cerca de la frontera, atacaremos", ha advertido en un mensaje institucional previo a la reunión con sus ministros, mayoritariamente partidarios de esta pausa. "Si dispara un cohete, si cava un túnel, si trae un camión con misiles, atacaremos. Cualquier violación del acuerdo tendrá como respuesta la fuerza".
El anuncio de este martes concede, sin embargo, una victoria al presidente saliente, preocupado por su legado y con una política exterior muy cuestionada puertas adentro. Biden espera que los compromisos de este martes sienten las bases de una paz duradera. Tel Aviv ha reconocido, al menos, su predisposición a respetarlos.