Oriente Próximo

La nueva rebelión islamista en Siria contra Al Assad pone de manifiesto la debilidad rusa e iraní ante el empuje de Erdogan

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El presidente ruso, Vladimir Putin, y su homólogo iraní, Masoud Pezeshkian, emitieron este lunes un comunicado conjunto apoyando a Bashar Al-Assad, el sangriento dictador sirio, frente a los rebeldes islamistas que rompieron este fin de semana las líneas de contención del régimen y ocuparon la ciudad de Aleppo. Putin y Pezeshkian mantuvieron una conversación telefónica que sirvió para reafirmar su compromiso en favor de una Siria dependiente de facto de ambos países y de las respectivas milicias y guerrillas que operan en la zona.

Durante años, Siria ha sido el banco de pruebas para el ejército ruso, el lugar donde se han ensayado las tácticas de guerra que después se han visto en Ucrania, consistentes en masacrar civiles y destruir ciudades enteras con el uso de la fuerza bruta. Buena parte de los generales que han liderado la operación en el Donbás se han formado en el estado fallido de Al-Assad, donde, junto al debilitado Grupo Wagner, imponían su ley tanto militar como financiera. El asesinato de toda la cúpula de la organización de mercenarios y su absorción dentro de las fuerzas regulares rusas deja ahora a Moscú sin apenas capacidad de reacción: prácticamente todas sus tropas están en Ucrania.

Algo parecido puede decirse de Irán. Tanto Siria como Irak han funcionado durante mucho tiempo como bases de entrenamiento para las milicias del llamado “Eje de Resistencia”, encabezado por la Resistencia Islámica y Hezbolá. La masacre de Hamás del 7 de octubre de 2023 derivó en una contraofensiva israelí que ha descabezado al grupo terrorista palestino, pero también ha debilitado a los chiíes libaneses y ha dañado los intereses iraníes en todo Oriente Próximo.

A su vez, los ataques de Irán a Israel en abril y en octubre provocaron una respuesta del estado hebreo que se centró en las defensas antiaéreas del régimen de los ayatolás y dañó sustancialmente sus bases militares. De esta manera, Irán no solo ha perdido la amenaza en la zona que suponían Hezbolá y la Resistencia Islámica, sino que se ve incapaz de ayudar en primera persona al régimen sirio porque tiene un conflicto abierto con Israel y sabe que le espera otro, en breve, con la administración Trump.

El HTS y la colaboración turca

El fracaso militar no queda solo en el campo de batalla, donde los avances de las tropas rebeldes en pocos días han sido completamente desmedidos respecto a lo que probablemente ellos mismos esperaran, sino que se extiende al campo de la inteligencia. Ninguno de los dos países supo prever una ofensiva de este tipo, con una mezcla de distintos grupos islamistas que llevaban tiempo armándose y entrenando para intentar de nuevo, como en 2011, derrocar a Al-Assad.

Esta coalición rebelde une a fuerzas de todo tipo, algunas más moderadas y otras menos, entre las que destaca el grupo Hayat Tahrir al-Sham (HTS) por ser el más organizado y mejor armado de todos. El HTS nace en 2017 entre los disidentes de Al Qaeda y del Estado Islámico que pretendían instaurar el Califato en la región. Aunque se considera un grupo islamista y cree en la sharía como única ley frente a la “impía” democracia, sus líderes se desvincularon, tal vez por conveniencia, del ISIS y se refugiaron en la provincia de Idlib, junto a la frontera con Turquía.

La táctica a seguir durante estos últimos años ha sido centrarse en ganar adeptos e intentar liderar la oposición al régimen en las principales ciudades sirias: Aleppo, Hama, Dara´a y Damasco. Algo parecido se ha visto en estos días de insurrección: el mensaje parece ser de unión y conciliación con los demás grupos rebeldes. Otra cosa sería lo que podría suceder en caso de que se hicieran en la práctica por el poder, pues las teocracias tienen muy mala relación con la diversidad y en Siria conviven, desde hace siglos, cristianos ortodoxos, musulmanes, drusos, kurdos o armenios.

El líder y fundador del grupo, Muhammad Al Golani, no deja de ser un yihadista reconocido, cuya proximidad al régimen de Erdogan en Turquía es más que notoria. De hecho, el ejército turco llegó a ocupar parte de Idlib con la anuencia del HTS como parte de los Acuerdos de Astana, en los que Turquía, Rusia e Irán intentaban repartirse Siria a su voluntad. Entonces, Turquía se comprometió a mantener al HTS bajo su control y no permitir ataques contra las fuerzas que protegían a Al-Assad. Al parecer, Erdogan ha cambiado de opinión.

Erdogan no necesita amenazas nucleares

Pese a las dudas sobre el estado de salud de Al Golani, al que fuentes rusas dan por muerto en un ataque de sus cazas sobre tropas rebeldes, la involucración de Turquía en el proceso está fuera de toda cuestión. Esto supone un desafío en toda regla de Erdogan a Putin y a Pezeshkian, sus antiguos aliados, y refuerza su posición independiente como potencia influyente en Oriente Próximo y en Europa. Su privilegiada localización geográfica y sus hábiles maniobras geopolíticas (Turquía es el único país musulmán que es a la vez miembro de la OTAN) así se lo permiten.

Erdogan ha conseguido ser considerado como un aliado de los dos bloques -sus relaciones con Putin son excelentes e incluso llegó a recibir a las delegaciones rusa y ucraniana en Estambul al principio de la guerra para negociar un alto el fuego- sin que eso suponga obligación alguna hacia ninguno de los dos. En la primavera de 2022, su decisión de no permitir a Rusia utilizar sus aguas territoriales en el Mar Negro fue clave para que los rusos no se hicieran con el puerto de Odesa. Posteriormente, Turquía consiguió romper el bloqueo de mercancías que había impuesto Putin en la zona al considerar que perjudicaba a sus intereses.

En cuanto a Oriente Próximo, Turquía siempre ha mantenido una posición muy hostil respecto a Israel, como atestigua el hecho de que fuera uno de los máximos apoyos de Hamás. De hecho, se rumorea que la cúpula de la organización terrorista podría trasladarse en breve de Doha a Estambul. Ahora bien, Turquía siempre va a mostrarse recelosa hacia Irán y Hezbolá, de confesión chií. Su dominio absoluto sobre Siria no le gusta y le parece peligroso. ¿Prefiere algo parecido a un ISIS como vecino? Se entiende que no, pero tampoco muestran entusiasmo alguno respecto a la deriva de Al-Assad, al que ven, con razón, como una marioneta de Moscú y Teherán.

Aparte, también está la cuestión kurda, que siempre ha sido un factor clave en las relaciones entre Siria y Turquía. A lo largo de sus más de veinte años en el poder, Bashar Al-Assad ha pasado de la represión a los kurdos a su aceptación a la represión de nuevo. Erdogan vería con buenos ojos un régimen en Siria que permita unas relaciones parecidas a las que mantuvo en su momento con el Kurdistán Iraquí de Masoud Barzani. Lo que no va a permitir en ningún caso es una represión que desemboque en una oleada de refugiados hacia su país, una baza que, sin duda, tanto Irán como Rusia intentarán jugar a su favor.