Es el fin de una era en Siria. El régimen de Bashar Asad ha caído este domingo, 8 de diciembre, tras 12 días de ofensiva relámpago de los insurgentes que ha culminado con la toma de Damasco y la huida del presidente sirio a un destino desconocido, según ha confirmado Rusia. Se trata del final de un mandatario vil y despiadado con cualquier atisbo opositor después de 24 años aferrado al poder, 13 de ellos en una guerra civil cruel y sangrienta que se ha saldado con cientos de miles de muertos y millones de refugiados.
Al Asad heredó el poder en Siria de su padre, Hafez, quien a su vez lo tomó en 1971. Estudió Medicina y se especializó en oftalmología en Damasco, donde al acabar sus estudios ejerció como médico militar por un tiempo. El joven, al que no se le atribuían aspiraciones políticas, se marchó luego a Londres para continuar con su formación profesional.
Sin embargo, dos años más tarde, en 1994, una fortuita tragedia familiar cambiaría el curso de su vida para siempre: el accidente de tráfico que acabó con la vida de su hermano Basel, el hijo mayor y presumible heredero en el poder del entonces presidente sirio, Hafez al Asad.
Bachar fue llamado a Siria por su padre y se embarcó en un lustro de preparación para eventualmente tomar la batuta del país, al igual que había hecho el primogénito los años previos a su muerte, ganando experiencia en las filas castrenses y peso en la vida pública.
El momento llegó en 2000 cuando Hafez al Asad falleció tras casi tres décadas en el poder, al que había accedido por un golpe de Estado.
Si bien no era el elegido inicialmente para heredar de su padre, tras obtenerlo se aferró a él con uñas y dientes, silenciando a sus adversarios, aplacando revueltas multitudinarias y sobreviviendo a más de diez años de guerra civil.
Enseguida se enmendó la Constitución para que Bachar, entonces de 34 años, cumpliese con los requisitos de edad -mínimo 40 años- y se celebró un referéndum que respaldó su ascenso a la jefatura de Estado.
Después de cuatro décadas de gobiernos del Partido Baaz, casi todos encabezados por su progenitor, Al Asad fue visto inicialmente como una esperanza para el cambio y un probable instigador de reformas democráticas y aperturistas.
Una esperanza truncada
Sin embargo, pronto llegaron las campañas de arrestos de activistas y opositores, y, una década más tarde, la brutal represión de las protestas que estallaron en Siria en contra de su Gobierno en el marco de la Primavera Árabe.
Resistió la presión de las calles y fue uno de los pocos dirigentes que continuaron en el poder desde las revueltas que estallaron en 2011 y tumbaron a los gobiernos de varios países de Oriente Medio y el Norte de África, si bien a costa de una guerra civil y la liquidación en la práctica de la unidad siria.
Su superviviencia desde 2016 quedó en manos de sus aliados rusos y de las milicias chiíes iraníes, libanesas e iraquíes que le permitieron recuperar territorio de los insurgentes, a costa de una devastación brutal de las ciudades y territorios que se habían rebelado.
Formalmente, ocupó el poder durante con unas abultadas "victorias" electorales, como en los últimos comicios de 2021, donde logró hacerse con un 95% de los votos.
Sin embargo su mandato se enfrentó a un creciente descontento popular por la grave crisis económica y la escasez de productos básicos, que ha llevado a la inmensa mayoría de la población a sufrir inseguridad alimentaria y a vivir por debajo del umbral de la pobreza.
A ello se suman 14 millones de desplazados internos y refugiados a otros países, la mayoría de ellos en Oriente Medio, y todo un proceso de reconstrucción por delante, algo que se planteaba como casi imposible ante el aislamiento internacional al Gobierno de Al Asad y las múltiples sanciones internacionales impuestas por Occidente.
En cuanto sus aliados principales quedaron envueltos en problemas más agudos que el sirio (Ucrania y Líbano, fundamentalmente), sus debilidades quedaron expuestas y, en último lugar, abrieron el paso a su caída.