Oriente Próximo

En el interior de la cárcel de los horrores de Asad: "Quemaron a reclusos. Si necesitábamos un médico, nos daban una paliza"

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“Soy Suleiman el-Baghdadi y mi hermano Jáled el-Baghdadi lleva aquí preso desde 2014”. “Este es mi hijo Yihad, lo detuvieron en Binnish”. “Mi marido se llama Omar al-Numan y está en esta cárcel, esta es su fotografía”.

Los que suben andando a la prisión detienen su peregrinaje cuando ven una cámara. Hacen cola alrededor y esperan su turno para contar su historia. Muestran retratos de las personas que han venido a buscar, explican cómo fueron capturados de manera aleatoria por el gobierno de Bashar al Asad y reanudan la marcha por un camino lleno de minas sin explotar.

Así es llegar a Sednaya, la cárcel insignia de la represión de Al Asad durante los 24 años que dirigió Siria. Aunque fue abierta por su padre, Hafez, desde la revolución de 2011 este edificio se consolidó como un ‘matadero humano’, según denuncia en un informe Amnistía Internacional. De 1.500 en 2007, Sednaya llegó a albergar a 20.000 reclusos. En sus dependencias han muerto más de 30.000 personas, y al menos 13.000 han sido ejecutadas.

La prisión, que está a los pies de la carretera por la que entraron en Damasco los rebeldes que derrocaron a Al Asad el pasado domingo, fue liberada por la Organización Tahrir el-Sham (HTS, por sus siglas en inglés) antes de llegar a la capital. Desde entonces, este edificio ha pasado de ser la antonomasia de la tortura del régimen a reunir a miles de personas que, por primera vez en años, pueden ir a buscar a sus familiares desaparecidos.

Pero entrar en Sednaya no se siente liberador. Sus esquinas aún huelen a sangre y a podredumbre, y sus pasillos los ocupa gente que corre desesperada por no saber ya dónde buscar a los suyos. El edificio, que tiene forma de T, gira en torno a unas escaleras de caracol. Arriba de estas, Abu Jalil, que pasó aquí dos años, asegura que los correccionarios guardaban un arsenal de RBK rusos.

Alrededor del eje que proporcionan las escaleras tenía lugar todo tipo de carnicerías. Una de las estancias la gobierna una prensa hidráulica. Según el testimonio de quienes consiguieron salir de Sednaya, los penitenciarios utilizaban la máquina para aplastar a los internos con o sin vida. Entre 2014 y 2016, los peores años de la guerra civil siria, “el gobierno recurrió cada vez más a quemar a los reclusos”, cuenta Mohamed, que tiene un hermano preso desde 2013 y sospecha que haya sido ese su paradero. En los sótanos del edificio, decenas de personas excavan con palas o con sus propias manos, convencidos de que hay celdas subterráneas a las que no se ha podido acceder.

Más allá de las ejecuciones, las condiciones a las que estaban expuestos los presos eran infrahumanas. Los supervivientes denuncian agresiones sexuales, haber sido forzados a dormir de pie, comer del mismo barreño en el que se lavaban…. Abu Jalil, detenido con sus cuatro hijos por ‘terroristas’, narra las humillaciones a las que se enfrentó durante sus dos años en Sednaya: “Por la mañana, nos daban tres aceitunas y un pan fino y más pequeño que una mano. Para el almuerzo, cinco cucharadas de yogur, y por la noche un huevo para cada tres personas”, recuerda. “Cuando necesitábamos que nos viera un médico, el custodio nos daba una paliza y nos decía que esa era la única medicina que íbamos a ver”, añade.

Rana lleva tres días apostada sobre una cama de sacos de tierra en la colina bajo la cárcel. Su cuñada y ella no piensan moverse de ahí hasta que no sepan algo de su marido. Cuenta que la alegría del primer día, marcados por los reencuentros y la incredulidad de que hubiera caído el gobierno de Al Asad, ha remitido. Ahora, como ella, los que siguen en Sednaya buscan desesperados información sobre sus allegados.

“Nos dijeron que se lo habían traído a esta cárcel, y si llegabas aquí era porque no ibas a salir más. Vivo o muerto, necesito encontrarlo”, cuenta Rana entre lágrimas. Viene desde Idlib, al norte, dirigida por la HTS desde la guerra civil. “A mi marido lo internaron por terrorista cuando iba de camino a la mezquita. ¡Por terrorista!”, incide. “Después de lo que estoy viendo estos días, la palabra ‘terrorista’ solo los describe a ellos [el gobierno de Bashar al Asad].

Alrededor de Rana, los combatientes rebeldes casi compiten en número con los familiares. Custodian el espacio sin un uniforme claro, pero exhibiendo los mismos rifles. La mayoría son sirios, aunque los soldados extranjeros también abundan. “Creo en la lucha, y me alegra haber contribuido a que caiga el régimen opresor”, cuenta un albanés con Abdelfatah como apodo. La barba de algunos de ellos sugiere que, por primera vez desde que Siria es Siria, las autoridades de este país serán de corte islamista.

Entre los militares y los que vienen a Sednaya a buscar información de sus seres queridos, se deja ver un miembro del novísimo cuerpo de policía del Gobierno de la Salvación. Son las fuerzas que sustituirán a los hombres armados de la HTS y que ya han se han incorporado en ciudades más al norte como Alepo y Homs, tomadas por los rebeldes antes que Damasco. Pese a que lleva el uniforme, el agente no ha venido a Sednaya de servicio: “Simplemente quiero ver los horrores de aquí”, cuenta. “Estamos en un momento histórico de cambio. La Siria libre no puede olvidarse nunca de lo que ha pasado aquí dentro”.