El entorno de Netanyahu acusa a Trump de obligar a Israel a aceptar una tregua con Hamás que la ultraderecha rechaza
Aunque Blinken y el presidente electo dan por hecho el acuerdo, los problemas pueden venir por parte de los socios del primer ministro israelí y de Sinwar.
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Tanto la administración Biden como la futura administración Trump dieron este martes por cerrado el acuerdo entre Israel y Hamás para el inicio de un alto el fuego y el intercambio de 33 rehenes -mujeres, niños, heridos y mayores de 50 años, no todos ellos con vida- por prisioneros palestinos. “Creo que incluso se han dado un apretón de manos”, afirmó el presidente electo de Estados Unidos, quien mandó la semana pasada a su enviado especial, Steve Witkoff, a supervisar las negociaciones en Doha y El Cairo y colaborar con el equipo del aún secretario de estado, Antony Blinken.
De hecho, Blinken lleva meses trabajando en un plan para Gaza después de la guerra, apostando por la creación de dos estados para dar más poder a la Autoridad Palestina y apartar por completo a Hamás de cualquier puesto de gobierno.
Para ello, la Autoridad Palestina tendría que colaborar con el resto de países árabes y someterse a una serie de reformas para asegurarse el control sobre los territorios aún ocupados por Israel. Hay que recordar que, aunque Fatah, el partido de Mahmoud Abás, gobierna a duras penas en Cisjordania, hace más de 17 años que no pinta nada en Gaza, tras un duro enfrentamiento con Hamás.
Según Blinken, la solución de los dos estados no sería un premio para los terroristas del 7 de octubre, sino todo lo contrario: un golpe a la línea de flotación de Hamás, que se vería completamente acorralada por las estructuras de un estado poderoso sin necesidad de que Israel tenga que seguir defendiéndose.
Está por ver lo que piensa la administración Trump de este plan. De momento, el presidente electo solo ha insistido en la liberación de los rehenes y en que esta se produzca antes de su investidura, el 20 de enero. Más allá de ese golpe de efecto, no hay una estrategia definida o al menos no se ha hecho pública.
El acuerdo entre la organización terrorista y el gobierno israelí sigue las directrices del plan de tres fases propuesto por la Casa Blanca y sus aliados de Qatar, Egipto y Emiratos Árabes Unidos el pasado verano.
En la primera, se establecería un alto el fuego limitado de seis semanas, con la liberación parcial de rehenes y la retirada de las FDI de los principales núcleos de población. En la segunda, se produciría la retirada total de tropas israelíes y la liberación del resto de rehenes y, en la tercera, se trabajaría en la reconstrucción de la Franja y la formación de un nuevo gobierno en Gaza que pudiera convivir con Israel.
Aunque Netanyahu llegó a aceptar en su momento estas condiciones, se desligó en julio de un posible acuerdo cuando entendieron que podían conseguir mayores réditos con el asesinato selectivo de los líderes de Hamás y Hezbolá.
Presión de Trump y problemas internos de Netanyahu
¿Qué ha cambiado después de todos estos meses para que Israel decida aceptar ahora una propuesta que ha rechazado repetidas veces? Sin duda, el papel de Steve Witkoff y la amenaza de Trump de que “desataría un infierno” en Oriente Próximo si no se le concedía ese alto el fuego para el inicio de su mandato. Desde el entorno del primer ministro Benjamin Netanyahu se insiste en que la presión de la nueva administración ha sido exagerada y que no ha quedado más remedio que aceptar un acuerdo que no les acaba de gustar del todo.
“La presión que Trump nos está poniendo no es lo que esperábamos de él”, manifestó este martes al periódico Haaretz uno de los asesores del primer ministro. Netanyahu y Witkoff se reunieron el pasado sábado pese a las reticencias iniciales del gobierno israelí, que puso como excusa la celebración judía del sábado para evitar una reunión que Witkoff no aceptó retrasar. Trump conoce perfectamente a Netanyahu: su relación ha pasado por toda clase de altos y bajos y sabe que puede llegar a ser un aliado de lo más desleal. En ese sentido, ha querido marcar territorio desde el primer momento.
Tampoco está claro hasta qué punto todo este discurso de “no nos queda más remedio” es real o si responde a la necesidad de quedar bien ante sus aliados de la derecha ultraortodoxa.
Uno de los principales motivos que siempre se han apuntado para la negativa de Netanyahu a llegar a un acuerdo ha sido el miedo a que Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, los líderes de la coalición Sionismo Religioso, rompieran la coalición de gobierno. Así lo ha dejado caer repetidas veces el propio Antony Blinken y fue uno de los motivos por los que tanto el exjefe de las fuerzas armadas, Benny Gantz, como el exministro de defensa, Yoav Gallant, acabaron abandonando el Gabinete de Guerra.
Smotrich ya ha declarado públicamente que el acuerdo le parece una vergüenza para Israel y que supone una rendición ante los terroristas. Está por ver qué ocurre si se acaba consumando: las fuerzas radicales suelen tener mucha facilidad para las amenazas, pero poca para llevarlas a cabo. ¿En qué gobierno tendría mejor encaje una fuerza como Sionismo Religioso? ¿Cuándo han vivido mejor los ultraortodoxos que bajo este gobierno de Netanyahu? Una repetición electoral puede volver a condenarles a la irrelevancia.
A la espera del “sí” de Sinwar
Con todo, y por mucho que desde Catar y Estados Unidos se transmita optimismo, el acuerdo aún no está formalizado. Hemos estado demasiado cerca demasiadas veces como para darlo por cerrado. En rigor, aún quedan cinco días hasta la investidura de Trump y puede que ambas partes quieran modificar algún punto en su favor. A Israel no le gusta nada tener que retirar parte de sus tropas de Gaza y a Hamás no le gusta nada que la otra parte se quede. Ese ha sido el principal motivo de desencuentro durante estos meses.
Aparte, una cosa es lo que acuerde el ala política de Hamás en Doha y otra muy distinta lo que decida su líder militar en la propia Franja. Desde que tomara el relevo de su hermano, Muhammad Sinwar no ha dado muestra alguna de estar abierto a negociaciones. Se trata de un tipo de la línea dura, que participó en la organización del 7 de octubre y que pone la destrucción de Israel por delante de cualquier objetivo razonable para su propio pueblo. No está claro hasta qué punto los negociadores de Hamás tienen una verdadera influencia en sus decisiones.
Sin el “sí” de Sinwar, los acuerdos no valen para nada. Él es quien controla el paradero de los rehenes y quien los va moviendo de túnel en túnel y de casa en casa. Él es a quien escuchan y respetan los terroristas armados y su prestigio en Gaza es mucho mayor del que, pongamos, Khaled Meshal. Sinwar no entiende de política, sino de odio y venganza. Sus cálculos tienen más que ver con multiplicar el daño al enemigo que con paliar el daño recibido. Resistir sobre el terreno durante un año y tres meses para acabar aceptando un acuerdo forzado por sus dos grandes enemigos -Israel y Estados Unidos- puede que no esté entre sus planes.