El Árbol de la Vida, de Terrence Malick y las reglas básicas del cine (sin spoilers)
Además, se basan en que es una película demasiado “compleja”, ya que el 10% de los espectadores abandonan la sala antes de superar la media hora.
Creo que es una norma justa –aunque discutible– el hecho que puedas retractarte de tu decisión, devolver la entrada y escoger otra proyección sin superar, obviamente, cierto metraje.
Sin embargo, esta noticia, convertida en una especie de nota de prensa sensacionalista y ridículamente seria que, entre líneas, intenta oficializar algo tan simplón e inviable como que lo construido por Terrence Mallick en su último trabajo es un tostón infumable, me hace plantear ciertos comportamientos que tenemos al ir al cine:
Así que, punto número uno, si no la entiendes es tu problema, o mejor dicho, es problema de tu limitación intelectual, no del director. No confundas la idiotez propia con una mala película, puesto que, para juzgar algo –que no para opinar, porque todos tenemos ese derecho–, necesitas tener conocimiento de causa y profesionalidad temática.
Punto número dos, de la misma forma que existen películas destinadas exclusivamente al entretenimiento, hay otras que con la misma exclusividad buscan causar miedo en el espectador. Otras, tensión, otras, risa y despreocupación. Y muchas otras, denuncia social. O reflexión, meditación.
Ninguna producción cinematográfica tiene el derecho de ser superior a otra por el simple género narrativo al que pertenezca. Hay obras maestras de la comedia, simplonas y complejas, igual que sucede con el género de acción, thriller, drama, aventuras, western, etc.
Cada película tiene una historia que contar, un mundo ficticio construido por y para la consonancia y lógica de esa historia y unos personajes que, en harmonía con esa ficción, intentan causar, junto con todos los departamentos técnicos y artísticos, emociones dirigidas por un realizador, que lanza información a esa persona que se sienta en la butaca y contempla la obra en su totalidad.
Por esta razón, me parece una pedantería, además de un gesto arrogante, levantarse, probablemente cabreado, y exigir que te devuelvan el dinero porque no entiendes lo que estás viendo. Tal vez se trate de la rabia y enojo al aceptar tu propia estupidez, lo que ya sería un ejercicio intelectual extremadamente profundo. Si no te gusta lo que ves, bien, estupendo, pero si no entiendes lo que ves, no culpes a nadie salvo a tus propias limitaciones.
Pase lo que pase, nos lleva al punto tres. Tal y como deben existir películas comerciales con el único propósito de generar beneficios en la industria, deben existir cintas que traten la introspección del ser humano, la filosofía. Deben existir obras de todo tipo, para cubrir la demanda de todo tipo de personas. Eso es justicia, se mire como se mire.
Para listos, para tontos, para personas despiertas, para perezosos, para intelectuales escritores y para ágiles cocineros. Todos ellos merecen películas que, en mayor o menor grado, les causen sensaciones por dentro y satisfagan sus inquietudes.
Y cuarto y último punto. Ser director de cine, por experiencia, es uno de los trabajos más duros que pueden existir. De la misma forma que el pintor o el fotógrafo componen su arte según su propósito y luego, libremente, puedes acceder o no a su exposición –si es que consigue exponer–, el director de cine construye un mundo que forma parte de su espíritu más auténtico.
Él, como artista, como técnico, como profesional, y, por encima de todo, como persona, tiene todo el derecho del mundo de poder trabajar en lo que le gusta y como le gusta.
Tiene derecho a ser dichoso desarrollando su oficio.
A veces, debe tener incluso el derecho de hacer lo que le gusta sin tener en cuenta la inmensa audiencia y sin dar explicaciones comerciales. Porque, en ocasiones, como ser humano, sólo necesita hacer una película para purgarse por dentro y renacer como persona. Otras veces, necesita contactar con un público concreto y sentir que su compleja visión de la vida también es compartida por otros seres, sintiéndose así aceptado en sociedad.
Hay tantas razones para dirigir una película como directores sobre la tierra.
Pero una cosa está clara:
Herzog, Tarkosvky, Zvyagintsev o Haneke, por poner unos ejemplos entre muchísimos, incluido Mallick, no hacen películas de mierda o complejas por el simple hecho de tener tiempos de narración paulatinos, con pulso lento, casi condensado, en consonancia con sus personajes y los extraños mundos que habitan. Son tipos que construyen historias, que hacen sus sueños realidad, que adaptan libros que les han marcado o que escriben los suyos propios para darles forma, color y vida en la pantalla.
Y nadie en el mundo debería cambiar esto. Porque cambiar eso, es cambiar el propio derecho de ser libre.