El achatarramiento y posterior reciclaje suele marcar el punto final de la vida útil de todo tipo de embarcaciones. Un proceso muy común en España que no parece aplicarse en otros países como Brasil, cuyo portaviones São Paulo tiene todas las papeletas de terminar en el fondo del océano Atlántico.
Este buque militar lleva abandonado desde hace meses a unos 32 kilómetros de la línea costera y la Marina del país sudamericano quiere hundirlo de forma controlada mediante la colocación y detonación de explosivos, según recoge Infodefensa. Las últimas inspecciones realizadas por los técnicos arrojan un estado preocupante con altísimos niveles de corrosión e inundación interna.
La compañía Sök adquirió el barco para su desmantelamiento, pero el Ministerio de Medio Ambiente de Turquía —donde se iban a realizar los trabajos— revocaron la licencia de importación justo cuando estaba a punto de llegar a Gibraltar. El organismo turco se escudó en una elevada cantidad de materiales muy tóxicos, como asbestos, presentes en el portaviones.
Todo eso ocurrió el pasado agosto y, desde entonces, el São Paulo se ha convertido en un auténtico dolor de cabeza para la Marina brasileña. La Agencia de Medio Ambiente de Brasil ordenó que el barco se remolcara de vuelta al país, pero todos los puertos capaces de acoger a la embarcación se negaron e impidieron a la Armada el atraque.
El São Paulo entró en servicio en julio de 1960 en la Marina Francesa y pasó a la brasileña en 2001, donde permaneció en activo 16 años. Tiene una eslora de 265 metros, 51,2 de manga y 32.800 toneladas a plena carga.
En su momento suponía uno de los portaviones más modernos y avanzados del mundo con la última tecnología embarcada. Disponía de todo tipo de sensores y radares, sistemas de guerra electrónica con contramedidas y armamento como misiles. También contaba con un motor de 126.000 caballos de potencia que se generaban a partir de 2 turbinas y le permitían una autonomía de hasta 13.890 kilómetros con 1.017 tripulantes a bordo.
El portaviones fue la base de operaciones del ala embarcada de Brasil que se compone de aviones de combate Douglas A-4 Skyhawk. En total, podía acomodar entre 10 y 16 unidades. Este caza entró en servicio en Estados Unidos en los años 50 y cuenta con un peso máximo al despegue de 11.136 kilogramos que se impulsan con un único motor.
El caza tiene una velocidad máxima de 1.077 kilómetros por hora —por debajo de la velocidad del sonido— con un techo de vuelo de casi 13.000 metros. En el apartado del armamento cuenta con un par de cañones y compatibilidad para una gran variedad de bombas, misiles y cohetes. El São Paulo también contaba con espacio para helicópteros.