El impulso que está haciendo Rusia a su proyección nuclear también tiene un apartado espacial. La guerra contra los satélites que orbitan la Tierra no es algo realmente nuevo y lleva planteándose —e incluso probándose— desde que los primeros objetos fabricados por el hombre se lanzaron al cosmos. Pero la nueva edad de oro que vive la industria de estos dispositivos ha disparado el interés del Kremlin por investigar la mejor forma de dejarlos fuera de juego.
"Estados Unidos está extremadamente preocupado de que Rusia pueda estar considerando la incorporación de armas nucleares en sus programas contraespaciales basándonos en información que consideramos creíble", ha declarado Mallory Stewart, subsecretaria de Estado para el control de armas, disuasión y estabilidad.
También apunta a que Rusia lleva años buscando hacerse con esta capacidad, pero que sólo recientemente han "podido hacer una evaluación más precisa de su progreso". La principal pista que explican desde el Departamento de Estado es que Rusia ha desplegado satélites con supuestas intenciones científicas en lugares poco frecuentados por este tipo de orbitadores y que serviría como parte del desarrollo tecnológico del arma nuclear.
La órbita elegida por estas plataformas "se encuentra en una región que no es utilizada por ninguna [otra] nave espacial", asegura Stewart. "Eso en sí mismo es algo inusual". Esta órbita en la que Moscú tiene desplegado un satélite corresponde con una región de mayor radiación que las órbitas terrestres inferiores normales. "Pero no tanto como para permitir pruebas de la electrónica como Rusia ha descrito en el propósito" del satélite sospechoso.
Explosión nuclear espacial
"No estamos hablando de un arma que pueda usarse para atacar a los humanos o causar daños estructurales en la Tierra", afirma Stewart. Los análisis de inteligencia llevados a cabo por Estados Unidos van más encaminados en la detonación de un dispositivo nuclear en una ubicación particular en un lugar preciso con el que dejar inutilizada toda esa órbita y aledañas durante un cierto periodo de tiempo.
El objetivo de Rusia estaría situado en lo que se conoce como órbita terrestre baja (LEO, por sus siglas en inglés), que cubre la altitud desde los 160 a los 2.000 kilómetros de altura respecto a la superficie del planeta. Una zona del espacio esencial donde se encuentran establecidas algunos de los satélites y constelaciones más importantes para la humanidad.
"El concepto que nos preocupa es que Rusia desarrolle [...] y vuele un arma nuclear en el espacio", asegura en este caso John Plumb, subsecretario de Defensa para política espacial. Se trata de un tipo de "arma indiscriminada" que no entiende de fronteras nacionales y tampoco diferencia sus efectos entre satélites militares, civiles y comerciales.
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Evaluar el posible impacto de explotar una bomba nuclear en el espacio supone "un desafío" todavía hoy. Sin embargo, Plumb señala que la mayoría de satélites que están ahora mismo en el espacio no disponen de protección contra detonaciones nucleares y podrían resultar dañados, tanto de forma inmediata como a más largo plazo.
El dato que sí aportó es que una explosión en las órbitas bajas de la Tierra podría dejar la región inutilizable durante un año si un arma de este tipo se detona en el espacio. Dependiendo también de cantidad de radiación que es capaz de emitir y de la extensión que está ocupe en la zona.
En cuanto al estado del desarrollo del arma, Plumb evitó añadir más datos de forma pública, pero sí aportó algunos detalles como que la amenaza "no es inminente en el sentido de que deberíamos preocuparnos por ella ahora mismo". Pero sí que supone una preocupación importante tanto para el Departamento de Defensa como para toda la Administración liderada por Biden.
El pasado abril, tal y como recoge TWZ, Rusia vetó una resolución propuesta por Estados Unidos y Japón por la que se pretendía defender el artículo 4 del Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre de 1967; que prohíbe a los países colocar armas nucleares en órbita o en cuerpos celestes.
En ese mismo tratado se prohíbe también a los países desarrollar armas nucleares y otras armas de destrucción masiva para su uso en órbita. Como curiosidad, Moscú sí firmó el tratado hace ya 57 años, pero rechaza apoyarlo ahora. El siguiente movimiento diplomático ruso ha sido circular su propia resolución de la ONU sobre las armas espaciales, que aboga por la prohibición del despliegue de cualquier tipo de armamento en el espacio y no sólo de origen nuclear.
Efectos devastadores
La creciente preocupación estadounidense por el desarrollo de este tipo de arma por parte de Rusia responde a algunos factores clave en su estrategia de proyección militar espacial. Una de las más importantes es que el Departamento de Defensa ha impulsado varios programas para el despliegue de satélites en órbita con el fin de monitorizar amenazas atmosféricas y espaciales, conformando una de las capas principales de su escudo antimisiles y de alerta temprana.
Otro pilar fundamental es todo lo que rodea a las capacidades de recolección de inteligencia y vigilancia. La órbita baja, por sus características de cercanía con la superficie, es una de las regiones preferidas por los servicios de inteligencia para colocar sus satélites equipados con sensores y cámaras.
También las telecomunicaciones —especialmente las que requieren baja latencia y gran ancho de banda— utilizan esta región espacial. Todos esos sistemas quedarían potencialmente inutilizados por una explosión nuclear, debido fundamentalmente a la enorme dosis de radiación que se emite en cada una de esas detonaciones y la cantidad de basura espacial generada que desencadenaría un efecto dominó de impactos con otros satélites.
Los funcionarios de Estados Unidos indican que uno de los problemas que plantean este tipo de armas es su carácter caótico que no diferencia de tipos de orbitadores o de países a los que está afectando. Sería, por tanto, arrasar de forma indiscriminada los satélites situados en una región extensa del espacio.
Láseres y misiles
Fuera de la rama nuclear, Rusia dispone desde hace tiempo de armamento capaz de atacar satélites. El sistema de combate láser A60 Sokol-Eshelon basado en el avión de transporte Il-76 y el sistema de combate Peresvet, este último ya desplegado, conforman los dos métodos para dejar fuera de juego a los orbitadores.
La aeronave con láser a la que hacen referencia desde el Kremlin comenzó andadura en los años 70, plena época soviética. Por aquel entonces, Moscú contaba con un denso programa de armas antisatélites —conocidas como ASAT por sus siglas en inglés— enfocadas principalmente en naves espaciales con gran capacidad de maniobra y destrucción.
El miedo a una guerra espacial que se anunciaba inminente se unió entonces con los últimos avances tecnológicos en los láseres de alta energía y, de esta forma, nació el A-60 como plataforma aérea volante. El primer vuelo se realizó en 1981 y los ingenieros soviéticos de Taganrog fabricaron una segunda unidad que levantó el vuelo en 1991.
La caída de la Unión Soviética paralizó todos los planes y no fue hasta 2002 cuando comenzaron a mover fichas de nuevo. En 2016 anunciaron que el desarrollo continuaba y en 2020 presentaron una patente del sistema láser integrado en la aeronave.
La información sobre el láser Sokol Eshelon es realmente escasa y Moscú guarda los detalles bajo secreto. Algunos reportes indican que Rusia habría empleado el arma láser contra un satélite japonés en 2009 en una órbita a 1.500 kilómetros con el fin probar el alcance y la efectividad, aunque oficialmente no se ha publicado.
El otro tipo de arma que han mencionado recientemente es un misil aire-espacio lanzado desde un caza Mikoyán MiG-31. Este modelo en particular se ha convertido en el banco de pruebas de Rusia y ha sido protagonista del desarrollo de otros misiles como el hipersónico Daga que actualmente ya se encuentra en servicio.
El cohete que usa el misil Kontakt fue desarrollado por la Oficina de Diseño Fakel, que se especializa en la creación de misiles aire-aire, según Global Security. Cuenta con un total de 3 etapas que se reparten los 10 metros de largo por 74 centímetros de diámetro y los 4.550 kilogramos en el momento de despegue.
El lanzamiento del cohete se llevaría a cabo desde una altura de entre 15.000 y 18.000 metros y que podría alcanzar objetivos en el rango orbital de los 120 a los 600 kilómetros, suficiente para atacar satélites en órbita baja. Oficialmente, no se conocen sus datos y tampoco si han mejorado las especificaciones en los últimos años.