La asistencia en directo a un lanzamiento es, sin duda, uno de los momentos vitales más mágicos para cualquier persona con interés en el mundo espacial. Es también el culmen de miles —a veces millones— de horas de trabajo de ingenieros, técnicos y científicos; condensadas en los dos segundos que el ojo humano tarda en percibir los efectos de la Tercera Ley de Newton y el cohete se despega de la superficie rumbo al cosmos.
Algo que en absoluto pasó el miércoles día 4 de diciembre. En EL ESPAÑOL-Omicrono nos desplazamos al Centro Espacial Europeo de Kourou (Guayana Francesa) para seguir a pie de campo el despegue del satélite Sentinel-1C a bordo de un cohete Vega C. Sin embargo, un problema técnico nos dejó con la miel en los labios cuando apenas quedaban dos horas para la ignición.
De hecho, el cohete despegó satisfactoriamente sólo 24 horas después de lo que tenía originalmente planeado, pero ya era demasiado tarde. El grupo de periodistas —compuesto por profesionales de Italia, Francia y España— tuvo que embarcar en un avión sin remedio ni opción a alargar la estancia en un vuelo rumbo a París, exactamente a la misma hora que el cohete despegaba.
"Vamos a decirle al piloto que se dé prisa, a ver si con suerte vemos el lanzamiento desde el aire y sacamos la foto de nuestra vida", bromeó un italiano mientras esperábamos la hora del vuelo. Tampoco funcionó, el Airbus A350-900 despegó cuando el satélite ya se encontraba a cientos de kilómetros de la superficie terrestre rumbo a su órbita.
Pero antes de todo eso, de la vuelta a España con el recuerdo vacío de lanzamiento, pasaron muchas cosas. El día fue largo, aunque realmente más corto, soso y complicado de lo que nos hubiera gustado experimentar.
Todo iba bien
O, mejor dicho, "nominal". En la jerga espacial, esa es la palabra que todos quieren oír y la más repetida cuando quedan pocas horas para el momento del encendido del motor del cohete, el denominado T-0 por ser el final de la característica cuenta atrás.
La primera vez que la escuchamos ese mismo miércoles de lanzamiento frustrado fue en el edificio Pandora. Se trata del Centro de Lanzamiento del cohete Vega C donde tienen desplegado un nutrido equipo de ingenieros de la compañía italiana Avio, la encargada de la fabricación del cohete.
En ese momento todavía quedaban algo más de 8 horas para el T-0 y el cohete se encontraba en las condiciones óptimas para ejecutar el lanzamiento. Además, el equipo italiano soportaba en esta misión una presión extra, un sentimiento que no permeaba ni por parte de los portavoces que atendieron al despliegue de medios ni desde el personal de la sala de control.
El cohete Vega C fue el responsable del fracaso de su última misión —ahora penúltima— hace justo dos años. La segunda etapa de propulsión no funcionó como se esperaba y se vieron obligados a neutralizarla después de sólo unos minutos en el aire. Los ingenieros de Avio han trabajado duramente durante todo ese tiempo para dar con la composición correcta del material que conforma la tobera, el elemento identificado como responsable del fallo.
"Todos los componentes de este lanzador se han revisado y probado individualmente para esta ocasión", explicó Stefano Bianchi, jefe de programas de vuelo de la Agencia Espacial Europea, a EL ESPAÑOL-Omicrono. Quien también señaló la extrema meticulosidad con la que se ha diseñado la nueva tobera de la segunda etapa de propulsión.
Además, Bianchi insistió durante la charla que todo iba según lo previsto cuando el reloj todavía indicaba 6 horas para el despegue y la comitiva de medios se encontraba el mirador Tangara. Esta ubicación es la más cercana a la que se puede acceder cuando queda tan poco tiempo para el lanzamiento, aunque el cohete todavía estaba debajo del pórtico móvil que, spoiler, ocasionó todos los problemas.
Luces rojas, fundido a negro
De vuelta del almuerzo, el grupo de periodistas montamos el campamento base en la sala de prensa. Los monitores del centro de control de la misión llevaban toda la mañana con los indicadores de estado en un color verde vivo y saludable, signo del natural y correcto progreso de la misión de lanzamiento del Sentinel-1C.
Pero todo cambió en un abrir y cerrar de ojos. Mientras la zona empezaba a llenarse de gente yendo y viniendo por las instalaciones del Centro, alguien en la sala de prensa avisó en voz alta de que dos de los indicadores estaban ahora en rojo. "No puede ser", dijo, con una importante dosis de premonición, un incrédulo periodista de la expedición italiana.
Los monitores frente a los pupitres para escribir los artículos tenían una réplica de algunos parámetros que también se podían ver desde el centro de control principal. Y, efectivamente, un par de indicadores estaban teñidos de rojo prohibición. "No vayamos a preocuparnos, esta mañana, de forma puntual y para hacer pruebas, también se han puesto así", apuntó el más optimista, agarrándose al único clavo ardiendo disponible y con la esperanza de ver ese día a un cohete elevándose a los cielos.
"Mirad el cronómetro de la misión, ya no marca la hora programada por la Agencia Espacial". Mal asunto. "¿Alguien recuerda qué ventana temporal de lanzamiento tenemos?". Esta misión no tenía ventana temporal, el cohete debía despegar a una hora, un minuto y un segundo exactos.
Los rostros se comenzaban a torcer ante el desasosiego, la información no llegaba a la sala de prensa y unos cuantos nos acercamos al centro de control rápidamente. "No os podemos decir nada más de momento, sabemos lo que pone en la pantalla, estamos esperando a que nos digan algo", explicaban desde la ESA. La situación allí era de absoluta calma, el personal seguía trabajando como si nada, aunque es más que posible que ya conocían el problema.
Las dos luces rojas no daban muchas pistas sobre lo que sucedía 11 kilómetros más allá, en plena plataforma de despegue. El más superior de los avisos, que engloba a todos los demás, apuntaba a la cancelación de la autorización del lanzamiento. Mientras que el segundo acusaba directamente a algo denominado "conjunto de lanzamiento".
En un momento de despiste colectivo sin una ubicación clara en la línea temporal, la pantalla del centro de control se apagó y, con ella, la réplica en los monitores de la sala de prensa donde el grueso de medios estaba concentrado esperando noticias frescas.
"Ya sí que no vamos a ver nada, no tenemos pantalla de datos". Así que emprendimos el camino de vuelta al centro de mandos. Alguien nos detuvo justo en la entrada y nos invitó a abandonar la zona donde ahora se reunían, en pequeños grupos de discusión, varias personas de las diferentes compañías e instituciones participantes en la misión.
El corto camino de vuelta ya fue con las caras a medio camino entre la tristeza y la certeza de que algo no iba para nada bien. Ni los más entusiastas del lugar, que habían mantenido cierto halo de esperanza, ya pensaban que el asunto se arreglaría.
De hecho, el aplazamiento ya se daba por hecho hasta en el bar que habían preparado para dar un tentempié a los asistentes al evento. Las bandejas de medianoches, antes dispuestas con esplendor a lo largo de toda la barra, estaban apiladas en un rincón. "Si no has cogido comida ya, tendrás que esperar a la cena", bromeó alguien con la suficiente experiencia en estas lides como para saber que siempre es buen momento para llevarse algo a la boca.
Pero el estómago no estaba para muchas masas horneadas con lonchas de embutidos colocadas en su interior. El hambre era de conocer qué había pasado con el cohete y si existía alguna remotísima posibilidad de verlo volar ese mismo día. "He visto 10 lanzamientos en mi vida y es la primera vez que me pasa esto". Como si la culpa fuese suya o, incluso, de alguien en concreto.
Poco después, Stéphane Israël, CEO de Arianespace, operador del cohete Vega C, acudió a responder todas las dudas. Comentó que el problema estaba relacionado con la megaestructura que sirve para integrar el lanzador y protegerlo de las inclemencias meteorológicas. La misma cubierta que habíamos visto unas horas antes desde el mirador Tangara.
Se trata de un pórtico móvil montado sobre unos raíles que se retira entre 3 y 4 horas antes del momento del lanzamiento. Según explicó, la estructura permanecía bloqueada por lo que ejecutar el despegue ese día iba a ser imposible; nada de fallos del cohete, cuyo estado seguía nominal igual que horas antes. Ya había confirmación oficial y oficiosa de la cancelación. Jarro de agua fría para todos los asistentes que vimos diluirse la oportunidad de ver el cohete ascendiendo al firmamento. Otra vez será.