El confinamiento por el coronavirus ha hecho que el teletrabajo se instale en España, y con ello ha aumentado el uso de las diferentes aplicaciones para realizar videollamadas. De WhatsApp a Zoom, Meets o Skype. Las videollamadas están en todas partes, ya sean para conectarnos con familias o amigos como, por supuesto, con los compañeros de trabajo. Tantas, que empezamos a estar hartos.
Un reciente estudio liderado por Jeremy Bailenson, experto en comunicaciones de la Universidad de Stanford (California), está investigando las consecuencias físicas y psicológicas que tiene pasar horas al día en este tipo de aplicaciones, a la denominada como 'fatiga de Zoom'.
Bailenson sugiere que hay una serie de factores clave que hacen que la gente esté harta de tantas videoconferencias, que se han convertido en un modo principal de comunicación. Sin embargo, pasar horas sentados delante de una pantalla y en videollamadas puede provocar fatiga en los usuarios. El objetivo del estudio no es otro que resaltar que las implementaciones de este tipo de tecnologías son agotadoras, además de sugerir algunos cambios para evitar el cansancio.
La rutina
A raíz del estudio, José Ramón Ubieto, psicoanalista y profesor de psicología de la UOC (Universitat Oberta de Catalunya) explica a OMICRONO que también ha analizado esta nueva modalidad de cansancio y las claves que lo generan. "A estas alturas la fatiga ya es de todo, no sólo de las videollamadas. Llevamos mucho tiempo en casa por culpa de la Covid-19 y nos hemos cansado de la rutina, que produce el efecto del 'Día de la Marmota'", explica.
Una de las cosas que forman parte de esas rutinas es lo virtual, las pantallas. "Hemos desplazado a lo virtual cuestiones que antes se llevaban de otra manera, incluido lo presencial. Por lo tanto, ahora pasamos más tiempo delante de la pantalla, y eso también nos agota; y más después de un año con esta rutina".
La rutina es algo que el ser humano necesita porque le sirve para organizarse. Sin embargo, ésta tiene incluir un efecto sorpresa que rompa dicha rutina. "En un periodo pandémico como el que vivimos, que se alarga tanto, el efecto sorpresa queda reducido. Y esto también influye en que la gente esté harta de las videollamadas, ya que todos los días es siempre lo mismo", apunta.
Exceso de contacto visual
Una de las consecuencias psicológicas de las videollamadas es que el usuario está sometido a una cantidad excesiva de contacto visual. En una reunión presencial, las personas suelen mirar a aquella que está exponiendo o al cuaderno para tomar notas. Sin embargo, en las videollamadas el usuario mira a todo el mundo todo el rato, por lo que la cantidad de contacto visual aumenta drásticamente.
"En una reunión presencial se focaliza más en la persona que habla, mientras que en Zoom existe una hiperatención porque se tiende a mirar a todos los demás, ya que son demasiados estímulos al mismo tiempo. El usuario necesita una mayor atención y al final eso se traduce en más fatiga", explica Ubieto.
Además, la ansiedad social de hablar en público es una de las mayores fobias que existen. En una videollamada el usuario está allí parado y recibe las miradas del resto de participantes, "por lo que es una experiencia estresante". El tamaño del monitor también influye, ya que puede hacer que las caras de los otros sean demasiado grandes.
De esta manera, dichas caras no son naturales, por lo que el usuario tiende a mirarlas fijamente. "La no presencia del cuerpo del otro hace que se reduzca a una imagen y eso obliga a estar más pendientes y a focalizar mucho la atención en los gestos, miradas y este tipo de cosas que en lo presencial se dispersa más. Por ese motivo, las videollamadas exigen una atención y una concentración que produce fatiga", indica el profesor.
Una buena solución a este problema sería no activar el tamaño de la pantalla completa y reducir la ventana de Zoom en relación con el monitor para minimizar la cara de la persona que está exponiendo y del resto de participantes de la videollamada. Del mismo modo, durante las reuniones virtuales existen una serie de ruidos, como desconexiones o parpadeos de la imagen, que interrumpen la conversación.
"Todo eso también contribuye a la fatiga, y exige que uno tenga que estar en un estado de atención mayor que la que mantiene cuando la reunión es presencial. Incluso el silencio no se sabe interpretar en una videollamada, ya que se puede dar por una pausa o porque una persona ha terminado de hablar. Por lo tanto, aquí la comunicación es más complicada, por lo que requiere más atención", afirma Ubieto.
Efecto espejo
La gran mayoría de las plataformas de vídeo muestran un cuadrado de cómo el usuario se ve en la cámara durante una de estas llamadas. Esto es anti natural, es como si en la vida real un usuario tuviera a otra persona siguiéndole todo el rato con un espejo.
"La lógica es que la fatiga es la rutina, y verse a uno mismo todo el día se convierte en rutina. Al final te estás viendo a ti mismo todo el rato, sin ningún aliciente ni efecto sorpresa, y eso se convierte en un problema", indica José Ramón Ubieto.
De hecho, varios estudios han demostrado que cuando uno ve su propio reflejo, es más crítico consigo mismo; y verse durante muchas horas todos los días resulta agotador y estresante. Para solucionarlo, se recomienda utilizar el botón para ocultar la cámara durante las videollamadas en las que no sea prescindible.
Se reduce la movilidad
Las conversaciones telefónicas permiten al usuario moverse y caminar, mientras que en las videoconferencias le obligan a permanecer quieto en un mismo lugar, ya que la gran mayoría de las cámaras tienen un campo de visión establecido.
Por lo tanto, aquí el movimiento está limitado de formas que no son naturales. "Por muchos fondos, colores e imágenes que uno se ponga, las videollamadas no dejan de ser una imagen estática. La falta de movimiento hace que sean más monótonas. En presencial un ponente se mueve, hace gestos, cambia de tono... En cambio, en Zoom es un efecto más plano".
Las videollamadas tampoco permiten el desplazamiento, que supone un cambio de óptica. En un trabajo presencial se puede parar para tomar un café o comer, cambiando de escenario. "Esos cambios de ritmos en las videollamadas es más difícil, ya que estás en casa y no hay desplazamientos. A pesar de que sean útiles, este tipo de llamadas ofrecen una interacción un poco más fría que la presencial, y eso produce fatiga", indica.
Una solución para evitar la falta de movimiento es pensar en la sala donde se realiza la videollamada, dónde está colocada la cámara y si se cuenta con elementos, como un teclado externo, que puedan ayudar a crear una distancia con el monitor. Por ejemplo, utilizar una cámara externa más alejada de la pantalla permite caminar y hacer garabatos en reuniones virtuales como se hace en las presenciales.
Carga cognitiva
Las videoconferencias, a diferencia de las presenciales, exigen que el usuario tenga que esforzarse más para comunicarse, tanto en el envío de la información como en el de recepción. Unos esfuerzos como acompañar con gestos, aplausos o el mero hecho de estar bien centrado en la imagen que capta la cámara.
"Con Zoom te esfuerzas más en comunicarte y en inventar cosas para sostener la videollamada, para que la gente aguante y no se aburra. Hay que buscar fórmulas y hacer un esfuerzo mayor en situaciones que en presencial serían más livianas", concluye Ubieto.
En una reunión de vídeo los gestos también pueden significar cosas diferentes dependiendo del contexto. Por ejemplo, una mirada de reojo a alguien durante una reunión significa algo muy diferente a una persona en una cuadrícula de chat de vídeo mirando fuera de la pantalla a su hijo que acaba de entrar al cuarto. En este caso, una solución sería apagar la cámara para darse un descanso y usar únicamente audio.
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