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¿De qué hablamos cuando hablamos con nosotros mismos?

3 mayo, 2013 09:46

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Da un paseo por la calle. Si te concentras podrás escuchar a tu alrededor fragmentos de diferentes conversaciones. Pero aunque el ruido de fondo esté formado por decenas de conversaciones, existe un “ruido” que nunca podremos escuchar: las conversaciones internas de los demás con ellos mismos.

A nuestro cerebro le encantan los monólogos. Incluso mientras hablamos con otras personas, y especialmente cuando estamos solos, continuamente hablamos con nosotros mismos en nuestras cabezas. En este discurso interno no necesitamos usar las cuerdas vocales ni controlar nuestra respiración. Podemos hablar con nosotros mismos sin hacer ruido. Al andar por la calle no escuchamos todo el conjunto de conversaciones internas y privadas en nuestro alrededor, permanece oculta como un mensaje escrito con tinta invisible encima del texto de otro libro.

Los científicos han tratado de estudiar la naturaleza de estos diálogos internos. Se sabe que son importantes para tener una mente sana y existen enfermedades en las que el diálogo interno falla, ya sea por falta del mismo (como en el autismo), o por una malinterpretación del diálogo interno por nuestro cerebro, creyendo que es real (como en algunos casos de esquizofrenia).

Uno de los casos que se estudian para conocer la importancia del habla interna es el de la doctora Jill Bolte Taylor, que en 2006 sufrió una embolia cerebral en el hemisferio izquierdo, dejándole sin la capacidad de hablarse a sí misma. Escribió sus experiencias en un libro llamado “My Stroke of Insight” y ha dado conferencias en todo el mundo hablando de su experiencia personal. La pérdida de dialogo interno produce una falta de percepción corporal, disminuye la idea de individualidad y reduce la autoconsciencia de sí mismo, incluyendo las emociones y los recuerdos autobiográficos.

Para tratar de analizar como es nuestro dialogo interno, los psicólogos han diseñado experimentos en los cuales se entrena a un voluntario a escribir lo que piensa en ese determinado momento, o a grabarse en voz alta. Esta técnica no es del todo precisa y está abierta a errores ya que es probable que el voluntario no quiera decir en voz alta todo lo que piensa, ya que en ocasiones serán pensamientos demasiado privados. Además se sabe que el dialogo interno es muy rápido, ya que no necesita seguir todo el procesamiento verbal y gramatical necesario para expresar palabras en voz alta, de manera que al “traducir” nuestro pensamiento en palabras perderemos información.

Uno de los principales investigadores en habla interna es Andrew Irving, de la Universidad de Manchester. Cuando realizó su doctorado en los años noventa, la especialidad de Andrew era la experiencia cercana a la muerte. Estaba interesado en cómo cambia la manera de percibir el mundo en pacientes terminales de diferentes enfermedades para tratar de desarrollar nuevas terapias que eviten la angustia y depresión en este periodo. Actualmente ha tomado como enfoque estudiar las conversaciones internas de este grupo de personas y saber que pasa por su cabeza.

Para hacerlo pero evitar la atmósfera tensa que se produce en un laboratorio rodeado de investigadores Andrew realizó el experimento en la calle. Al voluntario se le puso un micrófono y se le pidió que pensara en voz alta mientras era grabado por detrás. En ese momento Andrew se dio cuenta de que aunque el voluntario estuviera sentado en un banco o paseando sin hacer nada, realmente en su mente transcurría un gran dialogo interno, que hablaba de su infancia, de religión o del pensamiento de qué habría después de la muerte.

Esto sucede con pacientes terminales, pero ¿qué pasa por la cabeza de la mayoría de nosotros? Para comprobarlo el experimento se realizó a gente anónima por la calle con la frase: “seguramente le resulte una petición extraña, pero ¿le importaría ponerse este micrófono y pensar en voz alta mientras se dirige a su destino? Nosotros grabaremos con una cámara su paseo”. Sorprendentemente un gran número de personas (casi cien voluntarios) accedió a transmitir sus conversaciones internas. Al superponer el audio de los pensamientos con el paseo se crea un vídeo que refleja los pensamientos cotidianos de una persona, dando un aspecto casi literario. Algunos de estos vídeos se han subido a Internet (con el permiso de los voluntarios) con el nombre del proyecto (New York Stories: The Lives of Other Citizens). Aquí hay uno de estos vídeos, con la conversación interna en inglés.

Muchos escritores, por ejemplo Virginia Woolf, estaban obsesionados con retransmitir en sus libros una conversación interna de manera realista, así que estos vídeos les habrían resultado especialmente ilustrativos. Cada vídeo explica un fragmento de la vida de una persona llegando a ser auténticas novelas en algunos casos. En un fragmento del vídeo superior, una chica joven llamada Meredith está paseando por Manhattan buscando una tienda antes de recordar la reciente visita a su amigo Joan, que (como descubrimos en ese momento) tiene cáncer. Meredith contempla la situación de su amigo durante dos minutos, pasando por la idea de “Nueva York sin Joan”. De repente se cruza con una cafetería a la que solía ir y observar a la gente pasear, se lamenta de cómo ha cambiado la cafetería y continúa su búsqueda de la tienda. Menos de treinta segundos más tarde, vuelve a pensar en Joan y hace reflexiones sobre la mortalidad. Cuando rememora el momento en el que Joan anuncio su cáncer, hace una pausa y aguanta las ganas de llorar, pero cuando va a cruzar un paso de cebra se queja del tráfico “¿Qué es esta locura? Cinco coches en medio”. El fragmento acaba con Meredith preguntándose de nuevo si la tienda estará cerca.

Esa es la estructura de nuestras conversaciones internas: caóticas, con continuos cambios de tema e increíblemente rápidas. Aunque normalmente menos pesimistas que las circunstancias de Meredith. Si tuviéramos acceso al cúmulo de conversaciones internas de la gente de nuestro alrededor, veríamos que cada persona tiene una historia extensa detrás, aunque quizá la cuente demasiado rápido como para enterarnos.

Fuente e imágenes | Scientific American