El dolor crónico podría ser genético
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En otras ocasiones os hemos hablado sobre el dolor crónico y como cada vez se sabe más sobre él. Ya sabíamos la estrecha relación entre el dolor crónico y el sueño, e incluso hemos hablado sobre como afecta el dolor crónico a la percepción de nuestro futuro. Sin embargo hoy traemos algo más que seguramente no será del agrado de nadie: El dolor crónico podría ser genético.
Dolor crónico, ¿cosa de genética?
Al menos así lo sugiere una nueva investigación presentada en la 66a Reunión Anual de la Academia Americana de Neurología. Como ya sabéis, el dolor crónico no tiene nada que ver con el dolor agudo (la sensación que nos da nuestro organismo delante de lesiones puntuales), ya que este es persistente y las señales que lo desencadenan se disparan continuamente durante semanas e incluso años.
Hay veces que dicho dolor es secundario a enfermedades determinadas, como puede ser la artrosis o el cáncer, o por una lesión puntual que posteriormente se ha hecho crónica (lesiones lumbares, las más típicas), o en el peor de los casos, sin causa justificada. Existen muchas maneras de enfocar este dolor, y por desgracia hay casos donde cualquier enfoque es inútil (lo mejor sería encontrar la causa y solucionarla, y muchas veces no existe o no somos capaces de descubrirla).
En anteriores investigaciones se había detectado que los pacientes propensos a este tipo de dolor tienen una menor cantidad de endorfinas en el líquido celorraquídeo o líquido cerebral, por lo que algunos tratamientos tratan de estimular la producción de estas moléculas, conocidas sobre todo por su secreción tras el ejercicio físico. Sin embargo, la nueva investigación de la que hablaremos hoy demuestra que hay similitudes genéticas entre los pacientes más propensos a sufrir este dolor.
Intensidad de dolor y similitud genética
Para el estudio se pidió a 2.721 personas que calificaran su dolor crónico (tratado con medicación opioide prescrita) en una escala del 0 al 10. Así se dividió a los participantes en tres grupos: Del 1 al 3 o “baja percepción del dolor”, del 4 al 6 o “percepción moderada del dolor” y del 7 al 10 o “alta percepción del dolor”.
La mayoría de los participantes, hasta un 46%, tenía una “percepción moderada del dolor”, y otro nada desdeñable 45% afirmaba que tenía una “alta percepción del dolor”, por lo que el 9% restante era el de la “baja percepción del dolor”. Tras realizarse un análisis genético, se detectó que una variante del gen DRD1 era un 33% más frecuente en el grupo con baja percepción del dolor respecto al grupo con alta percepción. Por su parte, las personas con un dolor moderado eran más propensas a tener otras dos variantes (COMT, un 25% más frecuente en este grupo, y OPRK, un 19% más frecuente). Finalmente, el grupo con una alta percepción del dolor tenía un 25% de probabilidad de tener la variante DRD2 respecto al grupo con dolor moderado.
Así, resumidamente, podríamos afirmar que:
– La variante DRD2 se asocia a un dolor elevado.
– La variante COMT y OPRK se asocia a un dolor moderado.
– La variante DRD1 se asocia a un dolor bajo.
Eso si, hablamos de percepción del dolor, es decir, tolerancia. Cada uno tenemos un umbral diferente respecto al dolor, y parece ser que la genética determina si lo sentiremos más, o menos. De todas formas, como siempre decimos, habrá que seguir investigando.
Vía | American Academyof Neurology.