¿Nuestros rasgos faciales están hechos para recibir puñetazos?
Las teorías evolutivas para explicar muchos de los conceptos de nuestra vida actual siempre me han parecido, como poco, graciosas. De hecho una de las últimas que tuve el placer de comentar fue hace un tiempo, en MedCiencia, cuando expliqué por qué los hombres estamos obsesionados con los pechos de las mujeres (aunque muchas de ellas no estuvieron de acuerdo con el artículo).
Hoy no hablaremos de pechos, que nadie se emocione, sino más bien de rasgos faciales, pues resulta que existe una teoría bastante polémica sobre el hecho de que nuestra cara tiene la forma que tiene: Es el resultado de una serie de medidas defensivas evolucionadas para resistir los puñetazos.
Rasgos faciales…¿evolucionados?
De hecho, no sería la primera vez que se esgrime una teoría como esta, pues ya en 2012 se publicó un estudio al respecto donde se hacía hincapié en la importancia de los puños dentro de la evolución humana. El argumento era que “los puños son nuestra arma anatómica más importante, usada para amenazar, golpear e incluso matar para resolver un conflicto”. Evidentemente el argumento fue respondido con muchas críticas, pues había poca evidencia que demostrara esto, aunque no por ello deja de ser curioso.
Actualmente el argumento no nos sirve de mucho, pues es demasiado anticuado, simple y machista, aunque puede que en épocas pasadas (hace cientos o miles de años) tuviera su importancia dentro de la selección sexual. Si bien en su momento ese argumento no valía, parece que David Carrier y Michael Morgan, cuyo estudio se ha publicado en Biological Reviews, no escarmentaron y han seguido la misma estela en su investigación.
Una cara hecha para recibir puñetazos
Según estos científicos, los rasgos faciales de nuestros antepasados tenían un gran número de características que solo podrían ser descritas como “protectores”. Evidentemente hace cientos o miles de años existían muchos más combates cuerpo a cuerpo que ahora (digo más, porque las peleas callejeras siguen existiendo hoy en día, queramos o no).
Como imaginaréis, y por pura lógica, la cara suele ser el objetivo principal de un puñetazo, por lo que suele ser el punto más fracturado junto al cráneo, el cual ha evolucionado incrementando su robustez delante de golpes (y, aún así, sigue siendo terriblemente frágil).
Esta es la conclusión que han sacado Carrier y Morgan tras echar un vistazo a los cráneos de los australopithecus, los cuales describen de la siguiente forma:
“La tendencia ha sido hacía un rostro más ortognático; la forma bunodonta y la expansión de los dientes postcaninos; el aumento de la robustez de las órbitas; el aumento de la robustez del sistema masticatorio, incluyendo el corpus y el cóndilo mandibular, malar y pilares anteriores del maxilar; y los músculos aductores de la mandíbula se han ampliado. Son rasgos que pueden representar yuxtaposición de protección para la cara”
Pero no solo se han quedado ahí, sino que han comparado su teoría con los humanos modernos analizando varios estudios de salas de emergencia de hospitales para ver como las luchas con puñetazos producen lesiones en la cara.
¿Adaptación a la dieta, o adaptación a las peleas?
Anteriormente se creía que las características faciales que ostentamos en la actualidad se debían a una adaptación a la dieta, donde consumimos frutos secos, semillas y hierbas, además de carne. Esta nueva teoría podría ser un poco más plausible, ya que la anterior no explica la diferencia de forma facial entre hombres y mujeres, por ejemplo. De todas formas, habrá que buscar más y mejores pruebas, pues de momento solo se quedará en una hipótesis.
Finalmente, los investigadores también destacan que es un fenómeno masculino, pues estos rasgos faciales son bastante más diferenciados en hombres. Esto se debería, según comentan, a una adaptación evolutiva de los machos para pelear por las hembras y los recursos. Además, también explicaría porque actualmente podemos evaluar con precisión la fuerza y la capacidad de lucha de otro hombre tan solo con ver su cara y oírle hablar.
Por parte del hecho de que poseemos unos rostros menos robustos que los de nuestros antepasados, los investigadores indican que esto se debería a que la robustez ha ido disminuyendo, pues actualmente no necesitamos tanta protección contra las peleas como antaño.
Vía | Biological Reviews.