Encuentran un nuevo "eslabón perdido" en Cataluña
La evolución, esa teoría que tan asiduamente se gana el calificativo de ‘elegante’ por parte del Sr. Richard Dawkins, nos ha puesto en tierras catalanas la siguiente pieza o eslavón perdido del puzzle. Esta vez, la pieza encaja en el Mioceno, una época geológica que discurre entre los 23 y los 5 millones de años más cercanos a nuestros días.
El nuevo eslabón perdido es catalán
El registro fósil de la evolución humana después de la divergencia de los simios es copioso. Sin embargo, los escalones anteriores son más difusos debido a un registro menesteroso. Así, este ‘eslabón perdido’ bautizado como Laia, que ha recibido el nombre científico de Pliobates cataloniae, trata de arrojar, en estos escalones menos nítidos, un poco de luz, a pesar de tanto polvo.
Según se calcula, hace unos 30 millones de años se pudo empezar a diferenciar a los ancestros de la superfamilia Hominoidea. Los primates integradores de este grupo son y/o han sido primates catarrinos sin cola. Esta superfamilia tiene una subclasificación: la familia de los gibones (Hylobatidae) y la de los homínidos (Hominidae), los cuales empezaron a poder distinguirse, como decíamos al principio, en el Mioceno, hará unos 15 o 20 millones de años. No olvidemos que los integrantes de la familia de los homínidos son los bonobos, los chimpancés, los orangutanes y los gorilas, además de nosotros, los humanos.
El caso es que, hasta hace unas horas, no sabíamos qué aspecto tendría ese ancestro común de los gibones y los homínidos, cómo era o a qué se parecía. Ahora sabemos que esa tatarabuela que vivió hace unos 11 millones y medio de años pesaba unos 4 kilos, quizás 5, y que, aunque tuvo las particularidades anatómicas correspondientes a un ancestro tan primitivo, ya presentaba características tan cercanas a nuestros parientes más próximos y a nosotros mismos como la anatomía del brazo, la articulación en la muñeca y entre el húmero y el radio.
Así, un análisis filogenético en el que se tienen en cuenta alrededor de 300 caracteres, lo que lo declara fidedigno, posiciona a Laia como el hominoide más cercano a la divergencia evolutiva entre los simios superiores y los inferiores (gibones y homínidos respectivamente). Una pieza menos para completar el puzzle más fascinante y complejo que se haya podido imaginar.
Como dato curioso, resulta que, antes de la muerte de Laia, los alimentos que estaban en su superficie dental dejaron unas huellas microscópicas que vienen a sugerir una dieta frugívora, que incluye frutos carnosos y frutos secos, es decir, como los gibones de hoy en día. Por ello, se baraja la hipótesis de que Laia fue más parecida a los gibones que a los homínidos actuales, lo que significa la ruptura de las hipótesis y tendencias de pensamiento que gobernaban en este aspecto. Una vez más, la ciencia evoluciona.
Fuente: News Daily (Reuters).