La importancia del afecto para los niños
Hoy día, a muchos padres les resulta imposible pasar el tiempo que desearían con sus hijos por sus jornadas laborales. A esto hay que sumarle el tiempo que los niños dedican a estar en el colegio y a las tareas escolares. Esta es una dinámica peligrosa porque la relación que el niño tiene con sus padres es fundamental para un desarrollo emocional adecuado y, por tanto, puede marcarle de por vida.
La importancia del afecto en las relaciones
Este campo de investigación se inició a mediados del siglo pasado, con los estudios psicológicos de John Bowlby. Sin embargo, sigue estando muy vigente. Hace tan solo una semana, varios investigadores de la University of Notre Dame publicaron un estudio que constataba la importancia de una buena relación afectiva entre padres e hijos para el óptimo desarrollo de éstos. La profesora Darcia Narvaez, jefa de investigación, lleva trabajando en este tema más de una década y ha llegado a conclusiones concluyentes.
Para ella, esta relación afectiva se basa en varios pilares. En primer lugar, es necesario aportarle al niño un ambiente confortable y mantenerse cerca suya constantemente, con un contacto físico afectivo regular. Además, hay que dar respuesta a sus necesidades, siendo importante, por ejemplo, anticiparse al llanto y comprender sus requerimientos antes de que los manifieste. El juego con amigos o con adultos también es una herramienta necesaria para su óptimo desarrollo. Por último, son factores clave amamantar al niño durante un amplio periodo de tiempo y las relaciones perinatales con la madre, es decir, las que se establecen durante el embarazo.
De este modo, Narvaez y sus colaboradores comprobaron que los adultos que aseguraron haber recibido este tipo de afecto durante su niñez padecen con menor frecuencia un gran número de enfermedades mentales como la ansiedad y la depresión. Asimismo, presentaban más empatía hacia los demás y sus conductas tendían a ser más compasivas. Por el contario, los adultos que habían tenido una relación más distante tenían una menor salud mental, se sentían más incómodos al establecer relaciones sociales y eran menos transigentes con puntos de vista diferentes al suyo.
Estos estudios demuestran que proveer al niño de un entorno afectivo adecuado es esencial para su desarrollo emocional y moral. El estrés y las experiencias negativas en un periodo tan crítico de la vida impiden desarrollar todo el potencial emocional, lo que terminará repercutiendo en los procesos mentales y las conductas sociales en los años posteriores.
Los mamíferos necesitamos afecto de nuestros padres
Para encontrar la explicación de esta conducta hay que trasladarse hasta nuestras raíces evolutivas, la aparición de los mamíferos. La naturaleza ha desarrollado dos mecanismos respecto del cuidado de la descendencia. La primera de ellas es la de tener un gran número de crías pero no gastar demasiado tiempo y recursos en cuidarlas, por lo que su tasa de mortalidad es muy alta. La segunda, propia de la mayoría de mamíferos, consiste en dar lugar a un número menor de descendientes pero reducir su tasa de mortalidad gracias a los cuidados constantes. Esta alternativa presenta más ventajas evolutivas. Además, la gestación interna de los mamíferos hace que la madre pueda moverse libremente y buscar alimento mientras está embarazada, así como el amamantamiento permite alimentar a las crías sin que tengan que salir del nido y sin tener que trasladar la comida.
Todas estas características confieren ventajas evolutivas respecto de otros seres vivos. Sin embargo, también son las responsables de que, en los mamíferos, la relación entre padres e hijos sea mucho más estrecha que en otros animales. En los seres humanos, esta relación toma incluso más importancia. La locomoción bípeda conlleva un estrechamiento de la pelvis, por lo que el parto debe llevarse a cabo cuando el bebé aún no está muy desarrollado. Esto implica que los bebes humanos necesiten más cuidados, sobre todo durante los primeros meses de vida. Para compensar esto, los humanos llevarían a cabo la crianza cooperativa, por la que el cuidado del bebé está a cargo de muchos miembros de la comunidad, no solo de sus padres. Este mecanismo, no muy habitual en el mundo animal, es prueba del profundo comportamiento social del ser humano.
Fuente | University of Notre Dame