¿Es posible sobrevivir al aislamiento en Marte?
La película “Marte” (The Martian) ha sido criticada muy positivamente desde su estreno no sólo por tratarse de una entretenida y conmovedora historia de ficción, sino también por la exactitud científica con la que se desarrollan los acontecimientos. Por si algún lector todavía no la ha visto, este artículo no contendrá spoilers, sólo una simple descripción del argumento para que nos sirva de contexto. El protagonista, un astronauta llamado Mark Watney (Matt Damon) debe intentar sobrevivir solo en el planeta rojo hasta que la NASA lo rescate. Mark, al contrario de lo que se puede esperar después de ser accidentalmente abandonado en un planeta no apto para la vida, muestra una actitud optimista y humorística poco usual frente a semejante situación adversa. Como ya les comentó mi compañero Al Gepe, cultivar patatas en Marte como método de supervivencia además de ingenioso es científicamente factible, pero ¿qué le sucede a la mente humana en semejantes condiciones de aislamiento? ¿Es posible mantener la cordura y el sentido del humor en tales condiciones?
El aislamiento en la vida real
Sarah Shourd tuvo la desdicha de ser arrestada por tropas iraníes en la frontera del Kurdistan iraquí e Irán mientras estaba de excursión con dos amigos por las montañas. Acusados de espionaje, los tres excursionistas fueron separados y mantenidos en aislamiento dentro de una pequeña celda sin apenas contacto con otros seres humanos. Sarah, quien estuvo algo más de un año encarcelada, tardó aproximadamente dos meses en empezar a oír pisadas y ver luces parpadeantes donde no las había, además de pasar la mayor parte del tiempo recostada en el suelo escuchando a través de una rendija en la puerta. Según contó al New York Times, “llegué al punto de escuchar a alguien gritar, y no fue hasta que sentí las manos de uno de los guardias más amables en mi cara, intentando reanimarme, que me di cuenta de que esos gritos eran los míos.”
No hay duda de que el aislamiento tiene consecuencias graves para el estado físico y mental de cualquier ser humano. Las personas crónicamente aisladas tienen la presión sanguínea más alta, son más vulnerables a las infecciones y tienen mayor probabilidad de desarrollar Alzheimer y demencia. El cuerpo humano en aislamiento desata una respuesta inmunológica extrema que se traduce en un torrente hormonal e inflamaciones que tendrían como objetivo mantenernos a salvo. Para nuestros antepasados, separarse del grupo conllevaba grandes riesgos y puede que esta respuesta inmunológica haya resultado favorable, pero para nosotros hoy en día no lo es.
El sentido del tiempo se ve especialmente afectado por el aislamiento, así como diversos patrones biológicos como por ejemplo el de vigilia-sueño. Maurizio Montalbini, sociólogo y aficionado a las cuevas, pasó 366 días en una cueva subterránea en Italia diseñada por la NASA para simular misiones espaciales. Cuando Montalbini salió a la superficie después de un año, estaba convencido de que sólo habían pasado 219 días. Además, su ciclo del sueño se había alterado hasta casi doblarse en el tiempo. En otros estudios, investigadores han observado que las personas adoptan este mismo patrón alterado en situaciones de total oscuridad, ajustándose a ciclos de 48 horas: 36 horas de actividad y 12 horas de sueño aproximadamente. Las razones se desconocen hasta el momento. En la película “Marte”, Matt Damon lleva rigurosa cuenta de cada día que pasa para mantener la noción del tiempo, lo cual puede haber contribuido a su proactividad y su lucha por la supervivencia.
Aislamiento y deprivación sensorial
El psicólogo Donald Hebb del McGill University Medical Center en Montreal pagó a voluntarios de la universidad para que pasaran una semana en cubículos a prueba de sonido y desprovistos de contacto humano. A través de unas gafas especiales y unos guantes de algodón con puntas de cartón, el Dr. Hebb mantuvo al mínimo la estimulación sensorial que los participantes podían percibir. Incluso colocó un aparato de aire acondicionado que transmitía un sonido constante, impidiéndoles oír el más mínimo sonido. Tras un par de horas, los estudiantes empezaron a mostrar los primeros signos de ansiedad y sensibilidad emocional. Hablar, cantar, incluso recitar poesía son algunas de las conductas que realizaron para intentar romper con la falta de estimulación inicial. Su rendimiento mental en simples tareas aritméticas y asociación de palabras también se vio alterado. Pero luego aparecieron las alucinaciones. Al principio se trataba de puntos luminosos y formas, pero conforme pasaban las horas éstas se transformaban en escenas completas de lo más descabelladas. Desde ardillas marchando en fila con sacos sobre sus hombros hasta gafas alineadas una por una en plena calle. No tenían ningún control sobre lo que veían: un hombre vio perros, otro bebés. Las alucinaciones auditivas y táctiles también fueron protagonistas: cajas musicales, sensación de recibir disparos en el cuerpo con balas de goma, incluso el contacto con el pomo electrificado de una puerta.
Nadie duró una semana, y muy pocos pasaron de los dos días. El experimento tuvo que finalizar porque los signos de estrés que mostraban los voluntarios eran alarmantes. Al salir de la condición experimental, la mayoría tuvo problemas para reajustarse a la realidad, convencidos de que la habitación se movía y apreciando cambios en forma y tamaño de ciertos objetos. Hebb reconoció en la revista American Psychologist que una cosa es saber que hay prisioneros sufriendo en China y otra muy distinta es ver en tu propio laboratorio que la simple privación de los sentidos puede tener efectos tan devastadores en estudiantes universitarios sanos. En 2008, este estudio fue repetido en una versión más “light” para la televisión por la BBC, encontrando resultados similares sobre todo en cuanto a las alucinaciones.
¿Por qué la mente nos juega estas malas pasadas en situaciones de privación sensorial? La psicología cognitiva dice que el cerebro tiene que procesar una cantidad inmensa de información estimular constantemente. Cuando dicha estimulación es pausada drásticamente por un largo período de tiempo, los distintos sistemas nerviosos que envían señales al cerebro permanecen activos, pero sin una razón determinada. Es por eso que el cerebro, transcurrido un período de tiempo, se encarga de darles sentido por sí mismo, explica el psicólogo clínico Ian Robbins. Creamos imágenes completas a través de figuras parciales, construyendo una realidad con las pocas señales disponibles que acaban formando un mundo de fantasía.
Según la biología, las emociones humanas evolucionaron a partir del beneficio compartido que supone la cooperación en un grupo. Por lo tanto, las emociones tienen una función principalmente social que cobran sentido cuando estamos en contacto con los demás. La prolongada ausencia de personas con las que calibrar y dar sentido a esos sentimientos de tristeza, miedo o ira conlleva una desregulación que nos supera. Es el caso de las prisiones de máxima seguridad de Estados Unidos, donde el aislamiento y la privación de interacción social es frecuente. Terry Kupers, psiquiatra forense del Wright Institute en Berkeley, cree que este tipo de medidas sólo empeoran el problema, generando a menudo disputas entre prisioneros y el personal de la prisión.
Estrategias de afrontamiento en situaciones de aislamiento
Muchos de nosotros hemos soñado con retirarnos a una isla desierta, probablemente después de una estresante semana de trabajo. Careful what you wish you may regret it, nos advierte Metallica. ¿Hay algo positivo que se pueda obtener del aislamiento? Aunque la ciencia tiene menos respuestas en este aspecto, lo cierto es que no todos respondemos igual a situaciones extremas. Sarah Shourd y sus dos amigos en Irán lo tuvieron muy complicado para mantenerse mentalmente estables. Su encarcelamiento fue abrupto, de la nada, y no había ningún “bien común” o hito científico con el cual contribuir que les pudiese ayudar a mantener los pies sobre la tierra.
Sin embargo, Hussain Al-Shahristani sí que pudo. Como consejero nuclear de Saddam Hussein, se resistió a cooperar en la construcción de una bomba atómica por razones morales. Durante diez años de aislamiento, protegió su cordura en un mundo de abstracciones, inventando problemas matemáticos que después intentaba resolver. Actualmente el señor Al-Shahristani es ministro de energía de Iraq. Edith Bone, médico y traductor, siguió una estrategia similar durante los siete años que el gobierno comunista húngaro lo mantuvo en aislamiento después de la Segunda Guerra Mundial. Construyó un ábaco con pan duro para llevar la cuenta de un inventario de las palabras que sabía en los seis idiomas que hablaba con fluidez. Al parecer, estar familiarizado con las tácticas de interrogación y detención como las que se enseñan en el ejército parece ser un factor protector de los síntomas del aislamiento.
Cuando la realidad supera la ficción
Los psicólogos que estudian los mecanismos de afrontamiento del aislamiento han aprendido mucho de los exploradores y montañistas. La mayoría de ellos son privados voluntariamente de la compañía humana durante sus aventuras y buscan servirse de la naturaleza como sustituta y compañera. Esta técnica consiste en hacer a un lado la percepción de individuo y dejarse llevar por la belleza y la grandiosidad de lo que nos rodea. Expertos aventureros afirman que así se sienten más seguros y menos solos.
De manera similar, los náufragos que han acabado en islas desiertas dan vida a objetos inanimados para evitar sentirse aislados. A casi todos nos resultará familiar la figura de Wilson en la famosa película protagonizada por Tom Hanks. En “Marte”, la gran inspiradora de este artículo, el carismático Mark Watney habla con la cámara de la nave a modo de diario cinematográfico y le cuenta sus avances, dificultades e incluso sus momentos de debilidad y frustración. Ellen MacArthur, quien nombró a su yate “Mobi” durante su vuelta al mundo en solitario en 2005, mandaba mensajes a su equipo firmados por ambos –Mobi y yo, con amor- y hacía continuas referencias a “nosotros” cuando hablaba de sí mismo.
Pero el mejor ejemplo de cómo una situación de aislamiento puede tener efectos tan dispares en un individuo es el caso de Bernard Moitessier y Donald Crowhurst. Ambos navegantes compitieron en el Sunday Times Golden Globe en 1968. El trofeo fue entregado al primer navegante en completar una vuelta completa alrededor del mundo sin parar. Robin Knox fue el único de nueve competidores que logró llegar a la meta, tardando 313 días desde que partiera. Knox disfrutaba de la soledad que le brindaba su embarcación, pero no tanto como Moitessier, un francés que practicaba yoga en cubierta y alimentaba a las aves marinas que lo visitaban. La experiencia de Moitessier fue tan enriquecedora para su persona que la idea de volver a la civilización le pareció desagradable. Tanto que abandonó la carrera que probablemente hubiese ganado de seguir navegando, dio media vuelta al mundo otra vez y desembarcó en Tahití. “Navego sin detenerme porque soy feliz en el mar, y quizás porque quiero salvar mi alma”, dijo a los medios. Por otro lado, Crowhurst tuvo problemas desde el comienzo. Salió desde Inglaterra mal preparado y mandó mensajes falsos sobre su supuesto progreso a pesar de no poder haber avanzado más allá del Atlántico. Tras navegar sin rumbo durante meses por las costas de Sudamérica, se deprimió y alienó, para finalmente retirarse en su camarote a escribir sus fantasías en un escrito de más de 25.000 palabras. Saltó por la borda y su cuerpo jamás fue encontrado.
Conclusiones finales
La primera conclusión que surge después de exponer relatos tanto reales como ficticios de aislamiento social es que todos somos vulnerables ante la falta de contacto humano. En cualquiera de los escenarios descritos, todos nosotros anhelaríamos la compañía de otra persona sin importarnos en absoluto su raza, sexo, ni su ideología política aunque sea por el mero fin de cesar los devastadores efectos de la soledad. Sin embargo, a pesar de que la vida nos puede poner en situaciones extremas que no esperábamos con mayor facilidad de la que creemos, alivia saber que es posible encontrar cobijo en nuestra psique y en la naturaleza que nos rodea. La resiliencia característica de los supervivientes de campos de concentración y la preparación mental de ciertas disciplinas como la psicología o el ejército ayudan, pero aunque nada de esto estuviese a nuestro alcance debemos confiar en la fortaleza de nuestra imaginación para sobrevolar cualquier muro por muy difícil que pueda parecernos al principio.
Mi última referencia a una película en el artículo de hoy es una cita del fallecido Robin Williams en “El mejor papá del mundo”, escrita por Bobcat Goldthwait:
“Solía pensar que lo peor que te podía pasar en la vida era estar solo. No lo es. Lo peor que te puede pasar en la vida es estar con personas que te hacen sentir completamente solo.”
– Lance Clayton (Robin Williams)-
Fuente: BBC News, Medical Daily
Imágenes: Ron Cogswell, jondoeforty1, JD Hancock, Karolos Trivizas