La psicología de las vacunas
El ser humano se enfrenta continuamente a nuevas amenazas. Pobreza, guerras, hambre, intereses, desigualdad, somos muy conscientes de su papel y localización. Pero por supuesto, no son las únicas, pues existen amenazas de las que no somos totalmente conscientes hasta que como si la mecha de la dinamita se tratase, estallan en algún lugar y luchan por alcanzar el máximo número de individuos posibles: los virus.
Argumentos a favor que son seres vivos, otros que son seres inertes, lo cierto es que invaden nuestro organismo e intentan adueñarse de la maquinaria genética de nuestras células, manipulándola a su voluntad. Pero no estamos indefensos, disponemos de numerosos mecanismos para atacar los patógenos que invaden nuestro organismo y preparar una defensa para su siguiente infección: el sistema inmune. El resultado, es un equilibrio entre los virus que entran, y los que son eliminados o atenuados.
La realidad se resume, en virus que tras infectar a varios organismos han definido su identidad como una que difiere del virus inicial en tal medida, que puede ‘engañar’ a nuestro sistema inmune e infectarnos, extendiéndose fácilmente y pudiendo ocasionar una gran epidemia o pandemia.
La carrera cronometrada en el desarrollo de nuevas defensas
Mientras que el virus progresivamente va consiguiendo mejorar el método que posee para evadir y entrar ileso en nuestro organismo, el ser humano dispone de una solución que lleva cosechando éxitos desde que Edward Jenner concibió la idea para acabar con la viruela: Las vacunas.
De diversos tipos, las vacunas tienen como objetivo asegurar y neutralizar la invasión vírica. Debido a la naturaleza de las vacunas, concretamente la que utiliza virus vivos pero atenuados, surge un colectivo que intenta por todos los medios concienciar que son perjudiciales, que originan síndromes como el autismo, incluso llegando a oír que son un método de las farmacéuticas para controlar el cerebro a la población.
¿Por qué son tan peligrosas estas personas?
El genocidio moderno
Esta postura no sería ningún problemas si la tomasen adultos, y que solo pusiese en peligro su propia salud. Pero la realidad es distinta, pues esta decisión no solo la toma el adulto, sino que la impone a sus hijos, de forma que durante su crecimiento y desarrollo no recibe vacunación.
¿Os imagináis los resultados? Un niño que no ha sido vacunado de la triple vírica no solo es vulnerable a la infección de todas los patógenos que cubre esta vacuna, sino que además es un recipiente para que dichos patógenos puedan extenderse a otros niños o adultos, que por cualquier motivo no hayan sido aun vacunados de todas las dosis, ya sea por la edad, o porque posean alguna deficiencia en su sistema inmune.
Casualmente, se ha registrado que este colectivo antivacunas posee un foco de origen común, es decir, están geográficamente unidos. Esto nos lleva a concluir que el motivo de la postura se debe a una idea común, y que no depende del razonamiento y sabiduría humana (por que si fuese así, podría ocurrir en más sitios y no habría una idea tan generalizada en el mismo lugar).
Los antivacunas son los genocidas modernos, pues sin saberlo (o incluso siendo conscientes de ello) ponen en peligro su salud, la de los demás, e incluso la de todo el mundo.