Desde hace algunos años, coincidiendo prácticamente con el auge de las redes sociales y de los teléfonos móviles, se viene anunciando que los datos son el oro del siglo XXI. Ingentes cantidades de información personal que se transforman dinero constante para algunas grandes corporaciones bajo la vigilancia de la Unión Europea y fuertemente legislado en países como España, donde la ley de protección de datos es una de las más estrictas de todo el mundo.
Prácticamente todas las redes sociales y las webs de comercio online son granjas de datos donde se 'cosechan' terabytes todos los días gracias a sus usuarios. Algunas compañías ya cuentan con políticas de transparencia e incluso han surgido proyectos que directamente pagan a sus usuarios por recoger y usar sus datos.
Bajo una premisa muy similar ha arrancado el proyecto español Data Pro Quo, que tiene como eje principal una máquina de vending donde la moneda son los datos del usuario. De igual modo que cedemos prácticamente toda nuestra vida a las redes sociales a cambio de estar conectados, por qué no hacer lo propio con un par de datos más o menos relevantes y llevarnos algo tangible a cambio.
Pagar con tus datos
El proyecto lo está liderando la agencia de publicidad Shackleton quienes han colaborado con el equipo de Innovación de Accenture Interactive para hacer realidad la máquina expendedora. "Fue una idea que apareció un tiempo antes de la pandemia, pero la hemos rescatado ahora", ha contado a OMICRONO Annette Barriola, directora de comunicación y relaciones externas de Shackleton. "Surgió como una acción publicitaria. Aunque quedó en un segundo plano al ver que era muy complejo desde el punto de vista técnico y no llegábamos a tiempo", afirma.
"Tuvimos que hackear una máquina de vending tradicional. Es un modelo que se puede encontrar en cualquier lugar en la calle". Así que se pusieron manos a la obra y modificaron todo el sistema para que nuestro nombre, correo electrónico y unas cuantas preguntas a modo de cuestionario fueran lo único que nos separara del producto deseado.
La experiencia de usuario, a pesar de ser la primera versión, es muy similar a la de una máquina de vending tradicional. Lo primero que hay que hacer es elegir el producto entre los 55 diferentes que dispone. Comida, bebidas, artículos de papelería, o electrónica como uno de los populares AirPods... Son solo algunos ejemplos de los productos que se pueden sacar con nuestros datos.
Una vez se tiene claro, una pantalla táctil será el único intermediario. Para la prueba de la máquina han adaptado el formulario a periodistas, pero la idea es que sea una plataforma flexible que sea capaz de adaptarse según el lugar donde se coloque. Los campos elegidos para la ocasión consisten en el nombre, el cargo, el correo electrónico y algunas preguntas relacionadas con los intereses de quien está delante de la máquina.
Y el producto cae al dispensador. Como cada uno tiene un coste diferente, Data Pro Quo lo ha separado en tres categorías. De esta forma, si elegimos los más caros habrá que responder más preguntas (lo que genera más datos), mientras que si hacemos lo propio con alguno de la zona más económica basta con responder un par de cuestiones.
La idea de Data Pro Quo no es protagonizar los mejores emplazamientos dentro de estaciones de tren o aeropuertos. Se quieren enfocar en un público mucho más cerrado compuesto por profesionales que puedan llegar a necesitar los servicios de la compañía donde esté instalada. "Por ejemplo, si viene a la oficina un jefe de ventas de otra compañía, se le puede invitar a llevarse algo de la máquina de vending respondiendo a unas cuantas preguntas".
Esos datos luego podrán usarse para futuros contactos o para saber si su empresa necesitará de ciertos servicios en el futuro. Aunque la idea de la máquina Data Pro Quo es que pueda ser lo más flexible posible. "No es lo mismo que esté en una feria de tecnología que en la sala de reuniones de una oficina", nos ha explicado Barriola.
Cuánto valen tus datos
Seguramente nos hayamos sorprendido viendo anuncios en las redes sociales o por páginas web de productos que hayamos buscado en Internet. Coches, seguros de salud, alarmas, viajes... Si estamos interesados en algo en concreto terminará apareciendo -más pronto que tarde- entre las Stories de nuestros amigos en Instagram o en banners publicitarios.
Aunque no nos creamos tan especiales. Salvo que seamos alguien famoso, con mucho poder o realmente influyente, nuestros datos no valen prácticamente nada. Lo más que común es que las grandes firmas de publicidad usen enormes bases de datos sin personificar para realizar sus campañas.
Por ejemplo, si se requiere anunciar un nuevo restaurante en Madrid, no tiene sentido que ese anuncio en Facebook le aparezca a alguien de Barcelona. Exactamente igual ocurre con todos los datos que las aplicaciones y servicios puedan tener de nosotros. Como la edad, el sexo e incluso se puede llegar a conocer el poder adquisitivo o los entornos por donde un sujeto se mueve basándose en la localización del teléfono móvil.
En 2018, el británico Oli Frost realizó un experimento subastando todos sus datos personales de Facebook en eBay. La subasta se cerró finalmente por unos 350 euros, aunque más que por dinero, Frost hizo todo esto para realizar una donación a la Electronic Frontier Foundation (EFF), una organización en defensa de los derechos de Internet y la privacidad.
También en 2018, Future Majority realizó un estudio sobre el beneficio derivado de la recolección de datos de las empresas tecnológicas en Estados Unidos. Se calculó que el beneficio fue de 76.000 millones de dólares y, sabiendo cómo se ha comportado el mercado en estos últimos tres años, no habrá hecho otra cosa que aumentar. En el mismo estudio se detalla que a cada estadounidense le correspondería unos 122 dólares en solo un año.
Un segmento de los datos personales más delicados son el relativo a los informes médicos y de salud. Y aquí entramos de lleno con los ciberdelincuentes, cuyo trabajo en este campo es uno de los más dañinos. Por ponerlo en perspectiva, la ventana de precio de los datos médicos arranca desde 1 dólar y puede llegar hasta los 30 en la dark web. Con ellos se puede conseguir servicios de compañías de salud, comprar medicamentos restringidos e incluso pare realizar chantajes.
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