La sequía en España es ya un problema recurrente cada año, el último registro hidrológico de 2022-2023 ha sido el sexto más seco de lo que va de siglo en el país. Esta situación, que no parece que vaya a mejorar, obliga a recurrir a la desalinización como fuente de agua potable. Pero desalinizar el agua del mar implica mucha energía e impacto negativo para la naturaleza, algo que quieren solucionar alguna de las innovaciones que han surgido en los últimos años como plantas desalinizadoras que utilizan placas solares flotantes y que se están estudiando en Málaga o este proyecto que usa las olas del mar.
La tecnología de Oneka Technologies, una start-up canadiense, convierte el agua de mar en agua dulce de forma sostenible, sin consumir electricidad y reciclando materiales. A diferencia de los muchos proyectos que usan energía solar, esta empresa propone producir hasta 500 metros cúbicos (medio millón de litros) de agua dulce utilizando energía undimotriz en la costa.
Más de 300 millones de personas en todo el mundo dependen ahora del agua desalinizada, según el organismo de comercio mundial, la Asociación Internacional de Desalinización. Es probable que esta demanda crezca aún más a medida que el cambio climático provoca más zonas desérticas en el planeta. De ahí que se requieran soluciones fáciles de instalar a gran escala evitando el mayor impacto medioambiental posible.
Energía de las olas
Oneka se basa en la conocida como tecnología undimotriz que aprovecha la fuerza y movimiento de las olas para funcionar o generar energía. Ancladas al fondo marino y sujetas por un cable, las boyas flotan en la superficie e impulsan su sistema con el movimiento de las olas. Convierten esa fuerza de bombeo en la mecánica para atraer el agua del mar, la cual pasa por un sistema de desalinización por ósmosis inversa para obtener agua dulce y potable que se termina bombeando con energía mecánica hasta la orilla.
Existen actualmente dos métodos principales para desalinizar: el que usa calor para evaporar el agua y separarla de la sal, el cual supone un alto gasto de energía; y el que se realiza por membranas, conocido como ósmosis inversa. Este segundo método tiene como eje principal un tipo de membrana semipermeable a través de la cual se hace pasar el agua salada del mar. El agua sin purificar se somete a una presión (que puede llegar a varias decenas de bares) para que atraviese la membrana que consigue atrapar iones, moléculas y partículas grandes.
De esta forma, se eliminan bacterias, lodos, arenas, microplásticos... Así como otros elementos químicos disueltos en el agua. Normalmente, para proporcionar mejor calidad de agua, este proceso de desalinización del agua se lleva a cabo en diferentes etapas, siendo la ósmosis una de las últimas.
La empresa canadiense ha diseñado tres tamaños diferentes de desalinizadoras: Icecube es el más pequeño, pasando por el modelo Iceberg, hasta el gigante Glacier. El punto intermedio que ofrece Iceberg está pensado para proporcionar servicio a comunidades, industrias y centros turísticos costeros. Mide 5 x 8 metros de ancho y largo y 11.000 kg. Con estas proporciones la desalinizadora puede suministrar 50 metros cúbicos de agua al día (el equivalente a 50.000 litros), dependiendo de la altura de las olas, lo que serviría para una población de entre 100 y 1.500 personas, según el consumo.
Por su parte, la boya Glacier sigue en fase de desarrollo, llegando a 500 metros cúbicos al día, lo que equivale a 500.000 litros. Las desalinizadoras se instalan a menos de un kilómetro de la costa como mínimo, pero siempre que haya entre 13 y 30 metros de profundidad y manteniendo 20 metros entre cada unidad. Estas boyas pueden resistir olas con una altura de hasta 6 metros en caso de tormenta.
Más agua, menos impacto
Entre sus principales beneficios está la falta de contaminación en comparación con los mecanismos más tradicionales. Oneka afirma ser capaz de ahorrar una tonelada de CO2 al año por cada metro cúbico de agua dulce que se produce al día. En la fase de pruebas habrían ahorrado unas 50 toneladas de CO2.
Aparte del gasto de energía no renovable que suelen acarrear las desalinizadoras tradicionales, otro de sus mayores impactos es el vertido de sal o salmuera altamente concentrada. Si no se diluye bien puede crear zonas muertas donde el nivel de sal acaba con la vida marina. Oneka, por su parte, asegura que la salmuera que vierten al mar sus boyas tras la desalinización es "ligeramente superior" al nivel de sal que ya integra el propio océano para evitar ser perjudicial en la naturaleza.
Esto, explican a la BBC, se consigue mezclando la salmuera con las tres cuartas partes del agua de mar que atraen las boyas pero que no ha atravesado la membrana. A esto hay que añadir que el sistema no usa ningún producto químico externo a lo que se puede encontrar en las aguas.
Oneka, además, promete que su sistema respeta el medioambiente en el que flotan las boyas integrando mallas con huecos de 60 micras que sirven de colador para evitar la succión de huevas de peces o los animales más pequeños. Por último, las dimensiones de las boyas no alteran en exceso el entorno natural de la costa más de lo que lo harían los barcos.