Había, en las Cortes, 473 diputados. Las derechas contaban con 211 escaños: 115 la CEDA, 30 los agrarios, 20 tradicionalistas, 15 miembros de Renovación Española, 11 nacionalistas vascos, 18 independientes, un miembro de Falange y otro del Partido Nacionalista Español. El centro sumaba 161 escaños. 102 radicales, 24 de la Lliga, 18 republicanos conservadores, y el resto, independientes, liberales demócratas y progresistas. La izquierda, a su vez, rondaba el centenar de diputados, de los cuales 59 eran socialistas y 17 de Esquerra, los grupos más representativos. La Acción Republicana de Azaña tenía cinco, y los comunistas uno.
El nuevo presidente del Gobierno, Joaquín Chapaprieta, ya ministro de Hacienda con Lerroux, había anunciado que su gabinete era continuador del anterior y que seguiría con el mismo programa, lo que no causaba ningún entusiasmo. Por lo demás, la continuidad de Gil-Robles en la cartera de Guerra a duras penas satisfacía las aspiraciones de los miembros de la CEDA, que aguantaban la farsa del nuevo Gobierno radical donde la única novedad era la integración, por primera vez, de un diputado de la Lliga. Poco más puede decirse de este arranque del curso parlamentario donde, fuera de las invectivas recurrentes contra el regionalismo por parte de Royo Villanova, notorio anticatalanista cuya negativa a acceder al traspaso de competencias a la Generalitat había provocado la anterior crisis y su dimisión (sus insultos a la Lliga tenían un sabor tan conocido que no lograban sino la indiferencia general), lo único novedoso fue que Calvo Sotelo hubiese aprovechado la sesión de inauguración de las Cortes para dirigirle a la presidencia de la República el ataque más directo que se le había lanzado hasta la fecha.
Y es que empezaba a ser complicado el llevar cuenta de las crisis en los últimos dos años. ¿Cuántas eran?, ¿trece?, ¿catorce? ¿Y los ministros?, ¿sesenta?, ¿setenta? Algunas carteras habían pasado por treinta manos, y había titulares que habían ocupado hasta cuatro veces la misma. Y en medio de todo este baile don Niceto Alcalá-Zamora, el presidente y supuesto poder moderador de la República, como denunciaba Calvo Sotelo, no había dejado en todo aquel tiempo de salirse totalmente de su jurisdicción a través de las incesantes notas públicas con que explicaba en la prensa qué se había de hacer y porqué, rompiendo con su pretendida neutralidad e interfiriendo gravemente en el normal funcionamiento de la Cámara.