Chantal Akerman decidió poner fin a su vida el lunes pasado. Se suicidó. La gran cineasta belga tomó la determinación de concluir con su existencia. Quizá, algún día, podamos cada uno decidir cuándo deseamos terminar con nuestro periplo por la vida sin que nadie se sobresalte, o lo impida. Al menos, si las condiciones en las que vivimos resultan insufribles.
No pretendo elogiar la muerte, ni tampoco la vida al otro lado. Sería estúpido hacerlo: nadie sabe qué hay allí. Pero sostengo que la vida que nos dieron quienes nos crearon pasa a ser, con la madurez, nuestra. Exclusivamente nuestra.
Andrea, en Galicia, comienza ya a despedirse del mundo. Su enfermedad neurodegenerativa es irreversible, como el movimiento de los planetas; como la salida del Sol. Y si la ciencia no puede detenerla, ni tampoco a los planetas, ni tampoco al astro, los jueces no deberían pretender prolongarla.
A sus doce años, ¿a quién va a pertenecer la decisión de cuánto tiempo debe sufrir en el hospital de Santiago más que a sus padres? La Justicia, si pretende tener sentido en este ámbito, deberá contemplar escenarios diferentes a los que actualmente nos someten.
Es difícil vivir. Nadie tiene las reglas para una existencia plena. Pero, al menos, debería resultar sencillo irse, dadas unas circunstancias de sufrimiento, angustia e irreversibilidad. Al menos, que ese salto al vacío, el único que damos absolutamente a ciegas, sin red, se produzca con cierta comodidad. O, como mínimo, sin soportar, por decisión de otros, un calvario innecesario.
Sin embargo, con demasiada frecuencia algunas asociaciones, médicos y jueces complican un proceso sobre el que no aprendemos nada a pesar de que sea la única certeza que afrontamos.
Pero la muerte podría ser un proceso armonioso. Edward Downes y su esposa Joan, 85 y 74 años, después de una vida hermosa y tras 54 años juntos, decidieron en 2009 dejar de batallar contra sus insalvables y crueles problemas de salud. Downes, tras medio siglo dirigiendo la orquesta de Covent Garden y cuatro décadas la Filarmónica de la BBC, eligió junto a su cónyuge cómo y dónde morir. Se despidieron de su familia y amigos y, juntos, en calma, abordaron el paso al otro lado. ¿Existe algún privilegio mayor?
Llega, al final, la paz para Andrea gracias al amor y al esfuerzo de sus padres más que a ninguna otra cosa. Devoción por la vida, sí, es lo que tienen. También, sensibilidad e inteligencia ante la muerte.