El otro día escribí un artículo -grueso en las formas- sobre la vestimenta del alcalde de Ferrol en un acto oficial en el Ayuntamiento de Lugo. En él le reprochaba las pintas que había gastado en una recepción en la casa consistorial. Me respondió con una corrección exquisita, superior a la que yo hubiese usado en su lugar, defendiendo su indumentaria y su comportamiento.
Si ahora volviese a escribir el texto suavizaría las maneras, y así se lo hice saber a Jorge Suárez, pero lo redacté en pleno calentón después de haberle visto avanzar por el salón de plenos vestido con unos vaqueros, la camisa por fuera del pantalón y la barba de tres días. El caso es que al cabo de unas horas las redes sociales ardían como sólo ellas saben hacerlo.
Los insultos no tardaron en llegar, ni tampoco las acusaciones de clasismo, aunque en ningún momento hacía yo alusión al origen social (que desconozco) de la persona que criticaba. En medio de la refriega, recibí un mensaje privado. Era del alcalde de Ferrol en el que lamentaba el revolcón que estaba sufriendo y me aseguraba no tener la más mínima intención de atizarlo.
Nunca sabrá este hombre, al que no conozco, lo que agradecí su generosidad conmigo, pues seguramente no la merezco. Otro en su lugar se estaría frotando las manos. A veces nos olvidamos de que frente a nosotros, en las antípodas, bien lejos de lo que somos y de lo que defendemos, hay personas a las que deberíamos conocer un poco mejor. No hablo de políticos, ni de alcaldes, ni nada de eso. Hablo de seres humanos que merecen la pena. Las personas que son, como diría Machado, "en el buen sentido de la palabra, buenas".
La vida, que es muy rara, nos coloca donde menos lo pensamos las oportunidades para la reflexión: empieza una criticando las pintas de un alcalde y acaba descubriendo que ahí hay alguien de quien habría podido ser amiga.
No reniego del fondo de lo que escribí: han llegado a las instituciones personas que parecen empeñadas en mandarnos el mensaje de que la cosa no va con ellos. No me gusta ver camisetas estiradas en los escaños, vaqueros en los actos oficiales, jerseys llenos de bolas en un salón de plenos, ni creo que sea necesario iniciar una rebelión en las formas de vestir para indicar que los tiempos han cambiado. Pero tengo que reconocer que, en el caso de el alcalde de Ferrol, bajo esa apariencia que tan poco me gusta, habita un auténtico caballero. Mis respetos, alcalde. Y muchas gracias.