Empana Irene Lozano, con el pan rallado del oportunismo rastrero, la poca ética que quedaba en el túper nacional. Y su traición recuerda, pertinentemente, la palabra de Dios -es decir, de Gabriel García Márquez- cuando nos dijo: "Lo más importante que aprendí a hacer después de los 40 años fue a decir no cuando es no".
Podría haber aprendido al menos esta lección, Irene Lozano, en sus tiempos de reportera dicharachera. Pero no. Ella, tan folclórica como siempre, ha optado por el sí. Por el sí a todo. El sí a la traición. Al mamoneo rampante. Caiga quien caiga. Cueste lo que cueste. A cambio, eso sí, del cheque en blanco del chaqueteo más ruin.
Aquí, el que no corre… vuela. Pero tan alto como puede. En clase business. A costa de la obcecación de algún votante furibundo y arrojando lastres -los de la moral- por la ventanilla del Airbús. E Irene Lozano se ha propuesto pasar a la cutrehistoria de la infamia cañí, junto a Tamayo y Sáez, dejando bien claro que no existe vergüenza torera en los entuertos políticos perpetrados por Trepas Sin Fronteras. ¡Decencia, cuántos crímenes cometen los politicastros españoles en tu nombre!
Estamos asistiendo al tiempo de los traidores. Retrato de grupo estafado por mujer al borde de un ataque de escaños: Irene Lozano. O cómo pasar de camisa vieja a chaqueta nueva comprada en el Primark de Gran Vía, ante el pasmo vergonzante de los primorks de riesgo, que asistimos a estas corruptelas parlamentarias, como siempre ocurre en periodo electoral, guturalmente anonadados. En política, como en ningún otro patio del recreo, hay que tener claro eso de no aceptar caramelos de extraños.
Del lozanazo como metáfora nauseabunda de las próximas elecciones. Yo lozanaceo, tú lozanaceas, ella lozanacea… Eso, sobre todo ella, la Lozano, es quien lozanacea sin ningún complejo. O por revolver, un poco más, el gallinero. Sociatas y upedistas andan a la greña; peperos y ciudadanos, encantados de mantenerse ajenos a este apaño. Todos ganan, de nuevo. Menos nosotros, los ingenuos. Así, ¿cómo no va a ir bien España?, ¿la España oficial?, ¿la suya?, ¿la de los politiquillos boyantemente asentados?
Queda de este modo visto y comprobado que a casi todos les da igual ser de un color u otro. Mantener tal o cual ideología. O pertenecer a cualquier partido. En esto sí que han salido, feroz, unánime y sospechosamente, marxistas (de la rama grouchiana): "Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros".