Pocas cosas provocan más satisfacción que un equipo de fútbol pequeño eliminando de la Copa del Rey a uno de los grandes. Es de esas cosas que te reconcilian con la vida, que te hacen creer que tú también puedes ser tanto como los que ya lo son todo.
Pues no se me emocionen.
Nuestro fútbol quiere mártires, no héroes. El héroe es ese chaval que amanece a las cinco de la mañana para barrer las calles del pueblo y que corre más que el mismísimo Messi o sortea a Sergio Ramos y hasta puede batir a Oblak si se le pone por delante. Hasta el partido de vuelta. En ése, el héroe se convierte en mártir. A un partido todo es posible, hasta los milagros.
En la temporada 2009-2010 el Alcorcón ganó en su campo 4 a 0 al equipo que entonces tenía 9 orejonas en sus vitrinas. Obligó a la afición blanca, poco acostumbrada a codearse con cualquiera, a llenar el Bernabéu en el partido de vuelta pidiendo a gritos los 5 goles que necesitaban. Un solo tanto de Van der Vaart sentenció a Pellegrini en dieciseisavos. El pez chico se comió al tiburón deglutiéndolo en dos partidos. Excepto los madridistas, aquí se emocionó hasta el apuntador.
Puede que Florentino Pérez se la cobrara al uruguayo cuando dejó al equipo subcampeón de Liga y se le escapó la décima copa de Europa en el cruce de octavos frente al Olympique Lyonnais. A mí no me engañan, en esas gradas y sobre todo en esos despachos, lo que escoció fue el alcorconazo. Insisto, queremos mártires.
No sabemos comportarnos como un país brújula por mucho que tengamos dos Eurocopas y un Mundial conseguidos uno detrás de otro. Ni siquiera aprendemos de los que más saben: Los ingleses juegan su Cup siempre a un único partido en el campo del más débil hasta llegar a una final a la que asiste un miembro de la familia real, aunque no den nombre al título que se disputa. Jamás se perderían no felicitar a sus héroes; eso es su justicia futbolera. Lo demuestran hasta en la final, siempre en el mítico estadio de Wembley, un campo amado y venerado hasta por el más cafre de los hooligans.
Aquí, si el que llega a la final es el eterno rival, que se joda y busque otro campo. Él y su maldita afición.
A ver si se creen que sólo se le nota al presidente de la Federación Española lo mucho que nos gusta el furbo.