La frase "las mujeres y los niños primero" nació en 1852, después de que la fragata de guerra británica HMS Birkenhead chocara con unas rocas cerca de Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Cuando el hundimiento ya era inevitable, el capitán Robert Salmond ordenó que las mujeres y los niños embarcaran los primeros en el cúter, la embarcación auxiliar de la fragata. De los seiscientos cuarenta y tres ocupantes del barco, la mayoría de ellos hombres, solo sobrevivieron ciento noventa y tres. Entre ellos las siete mujeres y los trece niños que viajaban a bordo.
La frase puede interpretarse como una cortesía masculina decimonónica o como un cálculo fríamente racional (en igualdad de condiciones, un hombre sobrevivirá unas pocas horas más que una mujer, quizá el tiempo necesario para que llegue ayuda). Pero la explicación subyacente es otra: desde un punto de vista evolutivo, la vida de un hombre vale menos que la de una mujer.
Las razones para ello son varias pero basta con saber que la muerte de un hombre perjudica menos la posibilidad de reproducción del grupo que la de una mujer. En un hipotético apocalipsis zombi, las únicas razones para contar con un mismo número de hombres que de mujeres en el grupo serían de tipo defensivo. Sin amenazas a la vista, cada hombre adulto que se añada al grupo supone un coste extra para este (en recursos).
Es por eso por lo que me sorprende el éxito de Tinder, esa feria de ganado a peso para perdedores y horteras de bolera, entre las mujeres. Tinder es una herramienta que encaja tan perfectamente en las estrategias sexuales masculinas que resulta extraño que haya una sola mujer capaz de autoconvencerse de que la aplicación cubre de alguna manera sus necesidades.
No estoy hablando de moralidad (no aplicable), ni de un supuesto menor deseo sexual femenino (debatible), ni de un supuesto mayor interés femenino en las relaciones estables (falso). Estoy hablando de la escasa autoestima necesaria para aceptar jugar contra tu rival cuando su principal miedo es que estés gorda y el tuyo, acabar violada. Incluso cuando lo único que quieres es follar sin más, el hecho de que un usuario masculino de Tinder te acepte como socia debería ser razón más que suficiente para no querer formar parte de su club jamás.
De hecho, la evolución de Tinder es más que previsible: la devaluación del valor de la mercancía femenina en Tinder es tal que en poco tiempo una tinderella valdrá mucho menos en el mercado masculino que una mujer que jamás haya estado en la aplicación.
Otra cosa es que la vocación de uno como ser humano sea la de ser un saldo. Ahí ya ancha es Castilla, oigan.