Busco y rebusco –cautivo y desarmado, como casi todo dios en el día de hoy- respuestas sensatas para interpretar lo que el Parlament denomina ‘desconexión con España’, ese sindiós que supone “el inicio del proceso de creación del Estado catalán independiente en forma de república”. Busco y rebusco, pero las únicas imágenes válidas que me vienen a la mente frente a este Parlament en rebeldía son tres: ‘catacrack’, Mariscal y Lluís Llach.
Por eso trato de explicarme, aquí, al menos, las dos últimas. A ver qué sale:
Mariscal. Javier (o Xavier) Mariscal. Lleva Mariscal semanas dándonos la matraca con la murga de su inevitable ruina. Una pena, lo suyo. Aunque también es cierto que más vale arruinarse en vida, tras haberse megaforrado, que morir sin conocer otra cosa que no sea la pobreza. Vaga Mariscal de entrevista en entrevista, cual ánima en pena, y difunde así -en plan coñazo, la verdad- los sinsabores de su insolvencia. Amenaza Mariscal, en reiterada cansinez, con rediseñarse. Porque ya le toca. Regresará Cobi y no dejará de dar la murga comparándose con los ‘manteros’. Me temo que no estamos preparados para esto.
¿Sabrá Mariscal lo que supone, en realidad, ejercer de ‘mantero’? Resucitará Cobi, que estaba en los cielos, y lo hará en forma de emoticono quejoso en este mundo cruel que no admite restos de boyantes pasados. Su intención era jugar al Candy Crush, pero acabará, a pesar suyo, e inoportunamente, cotizando en un Puerto Hurraco® virtual de lo más sangriento.
Llach. Luis (o Lluís) Llach. Un error del Parlament atribuye al cantautor -y diputado de Junts pel Sí- un patrimonio de 9,8 millones de euros. Alguien se equivoca al introducir los datos en el PC y convierte, sin proponérselo, a Llach en el Tío Gilito. Ojalá hiciesen lo mismo con el patrimonio de Mariscal. Y con el de todos los demás. Catalanes, madrileños, murcianos... Equivocarse.
Todo o nada. Junto a ese deseo de enriquecernos, aunque sea de forma fraudulenta. Lo ocurrido con Llach es de estaca. Pero de estaca oportunamente atizada sobre el costillar del Parlament. De estacazo sublime, sonoro y sentimental. Porque esto no deja de ser cuestión de pasta. De la pasta gansa de los cotizantes en pleno. Y de errores informáticos. Y de onerosas fortunas, como la de los Pujol. Y de fatídicas ruinas (metáforas de una Cataluña que, una vez independiente, será un ‘catacrack’ anunciado, como lo de Mariscal y Llach).
Y me temo que de poco más.