Este lunes concluía el plazo para presentar ante la Junta electoral las candidaturas que concurrirán a los comicios del 20 de diciembre. Un minuto después de haberse hecho oficialmente públicas las listas, a falta de ser impresos los nombres de los candidatos en el BOE, pese a que la gente aún no conoce ni sus promesas ni los programas, cuando quedan varias semanas para la campaña y más de un mes para las votaciones, sabemos ya cuál será la composición de la mayoría del Parlamento.
El estudio de estimación de escaños que hoy ofrece EL ESPAÑOL es harto significativo. Un centenar de aspirantes al Congreso tiene un 99% de posibilidades de obtener su acta. No sólo eso: otros cien, la lograrán seguro al 90%. Es decir, de los 350 escaños de la Cámara, la primera y amplísima mayoría absoluta es la de los enchufados por los partidos políticos. La inmensa mayoría han sido elegidos a dedo; al margen de cualquier procedimiento democrático.
Aunque Rafael Catalá -número uno del PP por Cuenca- o Irene Lozano -cuatro del PSOE por Madrid-, por poner dos ejemplos sangrantes, se fueran hoy de vacaciones y no aparecieran hasta el día de la recogida de actas, nada habrían de temer: tienen asegurados sus escaños en el Congreso.
Es cierto que la irrupción de partidos como Ciudadanos y Podemos ayudará a que el Parlamento presente esta vez una cierta imagen de renovación, pero prevalecerán los veteranos debido al peso que estos siguen manteniendo en las listas del PP y del PSOE. En otros países también se da la situación de "asientos seguros", pero están más extendidas las primarias y, además, cuando no se vota en distritos uninominales se permite a los ciudadanos marcar sus preferencias en listas desbloqueadas.
Igual que hace 40 años
El 20 de diciembre los españoles iremos a votar con la misma ley electoral con la que arrancó la Democracia, hace casi cuarenta años, cuando la sociedad era, por fuerza, políticamente inmadura. Es inconcebible que, transcurrido todo ese tiempo, todavía sean hoy las cúpulas de los partidos las que decidan quiénes nos representarán en el Parlamento, hurtándole al ciudadano algo que debería ser un derecho.
Pero es que además, ese sistema está en el origen de algunos de los problemas del país. El diputado que se debe a su líder y no al ciudadano, trabaja antes para su líder y para su partido que para los ciudadanos a los que dice representar. Es un modeolo perverso, porque no genera vínculos ni compromisos entre el elegido y el elector. Eso favorece la corrupción, el servilismo, el encubrimiento, las falsas unanimidades... El parlamentario sabe que su acta no depende ni de su trabajo ni de su comportamiento, sino de la obediencia al jefe.
La reforma del sistema electoral, una de las 30 Obsesiones de EL ESPAÑOL, tiene que ser una prioridad para esta próxima legislatura. La verdadera "fiesta de la democracia" tiene que ser superar de una vez el actual modelo.
Hay que ir a un sistema que recoja las preferencias de los ciudadanos: el alemán debería ser la referencia, pues permite elegir de forma directa a la mitad de los parlamentarios en circunscripciones uninominales y desbloquea las listas de las que procede el resto. El sistema de listas cerradas y bloqueadas es casi una anomalía ya en la UE: aparte de en España, sólo se mantiene en Italia y Portugal. ¿Hasta cuándo?