Respeto a quienes dejan velas en la vía pública en memoria de los asesinados en París. Y tengo que agradecer a las radios que anden estos días pinchando Imagine cada dos por tres, una de mis canciones favoritas. No somos tan distintos de los yihadistas. Ellos creen que alcanzarán el cielo un instante después de tirar de su cinturón de explosivos, y nosotros que estas manifestaciones son del agrado de las víctimas, allá donde quiera que estén.
No sólo París; toda Francia y también sus embajadas en medio mundo se han llenado de cirios y fotos en memoria de los muertos. Cuando pasen los días, si no los han retirado antes los servicios de limpieza, serán como esos ramos marchitos en las carreteras que nos recuerdan que alguien, algún día, dio allí su último respiro. Hitos de esperanza que en realidad lo son de muerte. Mojones del dolor.
Es pura escenografía para hacer llevadero lo insoportable: que la californiana Nohemi, que decidió estudiar este curso en Europa, ya no terminará nunca la carrera; que Michelli, la mejicana que acababa de comprometerse con su novio, ya no oirá campanas de boda; que Hélène, en fin, ya no arrullará más a su hijo de diecisiete meses.
Los protagonistas anónimos del espectáculo de la solidaridad que asoman cada vez que hay una tragedia me recuerdan al periodista que aprovecha el acontecimiento del que debería informar para hablar de sí mismo. A veces pienso si pesará más en sus ánimos la necesidad de reconfortarse que el sentimiento de misericordia; si buscan calmar su conciencia para poder hacer vida normal al día siguiente, antes que homenajear a personas a las que la vida no les dará una segunda oportunidad; si exhiben su bonhomía para que veamos no lo valiosos que eran quienes se han ido, sino lo virtuosos que son ellos.
Hay muchas formas de consolarse. Y la de las velitas no es la peor. Todavía he leído hoy a quien culpa a Aznar, a Bush y Blair de la masacre de París. Supongo que también se les puede atribuir el lanzamiento de homosexuales desde las azoteas en Irak, el fusilamiento de aquellos adolescentes que intentaron ver un partido de su equipo por televisión o el secuestro masivo de niñas en Nigeria.
Respeto a quienes dejan velas en la vía pública, pero no estoy seguro de que a los fallecidos les hubiera gustado esta demostración de haber sabido cuál iba a ser su destino. El almíbar chirría con los asesinatos.