En Notre-Dame el monaguillo abre la procesión con el incienso. Los jóvenes del coro vestidos con sotanas azules desfilan con los prelados de iglesias de todo París. Llevan los cirios y las cruces en alto. Cierra la comitiva el arzobispo de la ciudad, André Vingt-Trois, un cardenal de 73 años que ha cargado contra el matrimonio entre personas del mismo sexo y que cree que la masacre de Charlie Hebdo tenía un motivo. El toque de difuntos lo da la campana de 13 toneladas que sobrevivió a la revolución francesa.
En el templo del catolicismo, el arzobispo empieza su homilía defendiendo “los valores de la República”. No habla de religión. Habla de la República francesa, fundada sobre la separación del Estado y la Iglesia, el beligerante laicismo y el derecho a los placeres de la vida. Fundada sobre el espíritu de aquella revolución que obligó a desacralizar Notre-Dame y a fundir todas las campanas de la catedral menos una. Indivisible, laica, democrática y social, como dice la Constitución.
Los valores que hacen de la religión algo íntimo, discreto, sin relación con las reglas de vestir ni con las ganas de convertir a los demás.
Entre las frases del cardenal, entre los amenes, entre los coros, se cuelan las sirenas, que no dejan de sonar. Cada vez que para el órgano se escuchan esos pitidos de alarma mientras en la plaza de la República se produce una estampida por un ruido inofensivo y cerca de la catedral corre la voz de un falso aviso de bomba.
La sensación de emergencia es constante unas horas después de la masacre, pero también el desafío de los parisinos. El sábado por la mañana no sólo desoyen la llamada del presidente a permanecer en casa y la de los altavoces de la policía a abandonar la plaza de la República, sino que salen a la calle con los niños. Delante del cristal de un café agujereado por las balas, unas gemelas juegan a pelear con dos ramitas y ríen. Unos metros más allá, en la siguiente escena de serrín y sangre, otra niña que deja una vela va vestida de princesa. Hay algo más que curiosidad o fraternidad. Pese al frío, las cámaras y las alertas, las terrazas junto a los restaurantes de la muerte están llenas.
Es el desafío de una república que sitúa en el centro al individuo y no a los valores de una religión. Una república donde a pocos metros de Notre-Dame un puesto de libros expone juntos a Andy Warhol, La femme chic y Charlie Hebdo. La defensa de los valores de la República es el primer discurso que deberían haber hecho todos los imanes de Francia. Lo hizo un cardenal en Notre-Dame.