La integración europea tal cual la conocemos hoy arranca fundamentalmente de un impulso político: la correlación de fuerzas entre Francia y Alemania. Se trataba de superar la confrontación histórica entre ambas naciones que nos llevó a dos guerras mundiales. Así, “padres fundadores” fueron el ministro francés de Asuntos Exteriores Robert Schuman y el Canciller alemán Konrad Adenauer, figuras preeminentes en la elaboración de los primeros acuerdos económicos que desde su propio origen contenían las bases de una integración política en la que no se ha dejado de avanzar desde entonces.
Pues bien, en el proceso de construcción europea primó desde sus inicios una regla no escrita que comportaba la paridad entre Francia y Alemania. Ambas naciones compartían de facto las decisiones más significativas en el seno de la Comunidad Europea, en cuyo desarrollo a lo largo de los años el diálogo franco-alemán era indispensable para superar crisis y afrontar nuevos retos.
Dos acontecimientos históricos no obstante concurrieron para ir modificando progresivamente el status quo:
Por una parte la reunificación alemana, ante cuya aceleración Francia no se mostró precisamente como uno de los países más entusiastas (basta recordar las inquietudes mal disimuladas del presidente François Mitterand). La conformación del actual Estado alemán trajo como una de sus consecuencias objetivas la ruptura del equilibrio demográfico y económico entre Francia y Alemania, que poco después se plasmó explícitamente a través de una reforma de los Tratados que consagró nueva relación de peso político dentro de la Unión Europea.
Por primera vez desde su fundación se plasmaba la preponderancia alemana en el ámbito institucional al otorgársele un peso específico superior a Francia tanto en el Consejo como en el Parlamento Europeo.
Al mismo tiempo, la progresiva pero rápida implantación de regímenes democráticos en los países de la antigua Europa del Este generó una fuerte presión alemana para afrontar una ampliación sin precedentes en la Unión Europea, integrando al mismo tiempo a un número de nuevos Estados miembros (no todos suficientemente preparados, como el tiempo ha demostrado) y en un plazo muy breve de tiempo, países que en su mayoría reconocían en Alemania un cierto liderazgo natural de la Unión Europea.
Una vez superadas las dificultades económicas que generaron ambos procesos y situado el debate y las cuestiones preponderantes en el tablero geoestratégico de la Unión, Alemania emergió claramente como el país predominante dentro de la Unión Europea. Prueba de ello es que a partir de cierto momento, de manera natural, se produce en las instituciones comunitarias el sistemático nombramiento de personalidades cercanas a Alemania. Basta repasar la relación de los últimos presidentes tanto del Parlamento como de la Comisión, sin excepción personalidades de clara filiación progermánica, cuando no directamente de nacionalidad alemana.
A raíz de los atentados de París, el protagonismo de los Estados con mayor capacidad militar emerge frente al poderío económico alemán
Nadie pone en duda que la política económica marcada por las Instituciones de la UE desde hace un tiempo, de obligado cumplimiento para los Estados miembros, es reflejo de la política económica alemana de los sucesivos gobiernos de la canciller Angela Merkel, y por lo tanto que interesa a Alemania: control de la inflación, establecimiento de límites al déficit público, reducción de la deuda externa, contención del gasto público…
Al margen de que esas recetas en términos generales han demostrado su eficacia para el desarrollo económico (fundamentalmente en los países del primer mundo), lo cierto es que objetivamente han favorecido los intereses alemanes, mientras que su imposición a todos los Estados miembros, y la rigidez con que la Comisión europea y el Banco Central Europeo han venido obligando a su cumplimiento, han colocado a varios países en una difícil situación interna, comprometiendo su estabilidad política y social (con la indefectible pérdida de las elecciones por parte de los partidos en el gobierno, salvo precisamente en el caso de Alemania).
En ese contexto se produce además otro fenómeno relevante como es la decisión del Premier británico, David Cameron, de someter a referéndum la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. El gobierno conservador británico a estos efectos requiere de la UE una renegociación sobre aspectos varios (monetarios, sociales y de justicia e interior), que le permitiera afrontar el proceso refrendario con garantías de éxito, propuestas que recibieron toda una serie de reproches coherentes con lo políticamente correcto en ese momento.
A nuestro juicio la situación está cambiando bruscamente como consecuencia de los atentados de París y de la escalada terrorista por parte de los movimientos radicales islamistas en el ámbito global. El protagonismo de los Estados miembros con una mayor capacidad militar (Francia y Reino Unido) emerge frente al poderío económico alemán.
Algunos hechos que vendrían a refrendar esta tesis son las decisiones respecto a la seguridad interna que adopta la Asamblea Nacional francesa, y que en otro momento algunos no dudarían en calificar como antieuropeas, cuando no reaccionarias, pero que ahora reciben el aplauso general. O las decisiones del último Consejo de Interior de la UE (reunión de los ministros de Interior de los Estados miembros), estableciendo controles a la libertad de movimiento dentro del territorio de la UE (no muy lejano a lo demandado por el Reino Unido). O la decisión del Gobierno francés (no petición) de sobrepasar los límites impuestos por la Comisión Europea de su déficit interno, para atender a los gastos públicos que generarán las nuevas necesidades para incrementar sus índices de seguridad, lo que inmediatamente recibe manifestaciones de comprensión por parte del Comisario de Economía, Laurent Fabius. O las declaraciones del Presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, anunciando la posibilidad de establecer a corto plazo medidas de estímulos económicos a las economías nacionales, sin que los representantes de alemanes hayan puesto el grito en el cielo.
La nueva correlación de fuerzas europea podría devolver el protagonismo a los Estados
La concatenación de esta serie de acontecimientos que de manera acelerada se están produciendo en el seno de la UE puede devenir, a nuestro juicio, en un cambio en la correlación de fuerzas que imperaba, asumiéndose de hecho por parte de todos la hegemonía alemana en el proceso de toma de decisiones.
Tal vez nos encontremos ante el retorno a una situación política más equilibrada, que obligue a reforzar el eje franco-alemán, que no desprecie las peculiaridades británicas y que otorgue la oportunidad a otros países, fundamentalmente los que tengan peso económico pero también político y demográfico para contribuir al proceso de toma de decisiones. Es decir, que un proceso federalizante bajo el poder hegemónico alemán se transforme sutilmente en otro, no menos identificado con la construcción europea, pero que devuelva el protagonismo a los Estados.
Ese cambio, de producirse, si es bien aprovechado por el Gobierno que salga del 20 de diciembre en España, no tendría por qué ser necesariamente negativo para nuestros intereses, sino todo lo contrario.
***Gerardo Galeote es abogado y exmiembro del Parlamento Europeo