Desde que hace un año comenzó a avistar en lontananza sus urnas, Mariano Rajoy es no un personaje en busca de autor, que para eso ya tiene a Arriola y Viri, sino un personaje en busca de horror. Su in fear we trust es el reflejo de quien, hundido toda la legislatura en la sima de la impopularidad -nunca ha llegado en el CIS ni siquiera a un 3 de valoración-, deposita todas sus esperanzas en que los votantes acudan a los colegios electorales lo suficientemente asustados como para cobijarse bajo el manto de la experiencia del que esté ahí, aunque sea él.
Al principio era el horror a Podemos. La formación de Pablo Iglesias parecía a comienzos de año con su veintitantos por ciento de intención de voto, y subiendo, un huracán tropical capaz de troncharlo todo a su paso. Aniquilada Izquierda Unida, desbordado el PSOE, el PP se presentaba como el último dique de contención de la civilización occidental ante las hordas del Coletas. Cuando la estrategia no funcionó y los principales ayuntamientos y unas cuantas comunidades pasaron a manos de la izquierda, el estigma desestabilizador se extendió a Pedro Sánchez por abrir las puertas del poder a los asaltadores de capillas.
La experiencia ha demostrado luego que Carmena, Colau y compañía se dedican mayormente a gestionar -entre regular y mal, por cierto- los servicios municipales y no hay el menor atisbo de que los piquetes revolucionarios vayan a hacer visitas domiciliarias para expropiar inmuebles y enseres en los barrios burgueses. Tan poco horizonte ha terminado teniendo esa fobia que ahora resulta que entre Mariano y Pablo ha surgido algo más que una buena amistad, Monago está en su salsa reeditando la pinza extremeña, la alcaldesa de Madrid se abraza efusivamente al embajador americano como invitada especial de su fiesta de Thanksgiving y el timbre al que llama Errejón es el del cielo de la competitividad. ¿Quién dijo miedo?
Luego vino el horror a lo de Cataluña. Pese al mediocre resultado de su heterogénea coalición con la que apenas logró mantener los escaños que su partido tenía antes en solitario con Unió, Artur Mas se nos vino arriba y, echándose en manos de la CUP, sacó adelante la resolución del "desenchufe". España se rompía por la frontera con Aragón y Valencia. La nave catalana parecía a punto de zarpar rumbo a oriente con sus almogávares separatistas al timón, dejando un vacío insoportable en el seno materno y una avería irreparable en la máquina económica y social de la Nación.
Ahora resulta que entre Mariano y Pablo ha surgido algo más que una buena amistad, Monago está en su salsa reeditando la pinza extremeña, la alcaldesa de Madrid se abraza efusivamente al embajador americano...
Pero afortunadamente ahí estaba Mariano el Proporcional. Una, dos, diez veces nos dijo que "mientras él" fuera presidente del Gobierno -o sea que sólo "mientras él" fuera presidente del Gobierno- estaba garantizada la aplicación de las leyes y la protección de los derechos constitucionales. Eso sí, con "sentido de la proporcionalidad" para ahuyentar a la vez el miedo a que desde Madrid se haga nada que soliviante aun más a los sediciosos. Y ahí estamos, en plena guerra de pega, con la confrontación declarada pero sin hostilidades reseñables, pendientes de si hay o no investidura de Mas.
De momento el mismo Parlament que aprobaba ignorar al Tribunal Constitucional acaba de reconocer su autoridad, personándose en los procedimientos abiertos, alegando que la resolución rupturista es sólo un "deseo" sin fuerza vinculante y enredándose, como no podía ser menos, en la pugna por el principio de legalidad. O sea que esto de la "desconexión" es tan fácil de decir como imposible de hacer.
Finalmente han sido los atentados de París los que han desencadenado en la población española el horror que más puede favorecer en las urnas a un gobernante. Un horror poco menos que presencial, ya que la capital francesa es el teatro de algunas de nuestras mejores experiencias y de muchos de nuestros sueños. Un horror por analogía puesto que, a pesar de las flagrantes diferencias en el modus operandi que reavivan las incógnitas sobre los atentados de Madrid, el balance de víctimas y sobre todo el carácter indiscriminado de la carnicería urbana nos devuelve a la pesadilla del 11M. Un horror tangible, justificado, inmediato que estimula el instinto primario de buscar refugio en lo ya conocido.
De momento el mismo Parlament que aprobaba ignorar al Tribunal Constitucional acaba de reconocer su autoridad, personándose en los procedimientos abiertos
Este horror tiene para Rajoy la gran ventaja de que, de momento, no le obliga a hacer nada, más allá de la retórica de la solidaridad y la liturgia de medio pelo del reactivado pacto anti-yihadista. Mientras Francia no concrete peticiones de ayuda militar, será el escenario perfecto para alguien tan proclive a la inacción: los toros más peligrosos que recordarse puedan están en el ruedo pero la lidia les corresponde a otros y él permanece tras la barrera.
Acabamos de comprobar cómo mientras la campaña transcurra bajo el signo del miedo y gire en torno a los riesgos para la seguridad pública, será mucho más difícil para los contrincantes de Rajoy fijar la atención del electorado en el ajuste de cuentas pendiente. Especialmente en lo tocante a su papel como protector de la corrupción extendida cual metástasis por todo su partido.
Los llamados "papeles de Rosalía", divulgados por EL ESPAÑOL, han devuelto al primer plano los sobresueldos periódicos que de forma doblemente ilegal -porque eran en "B" y porque vulneraban la incompatibilidad- percibía Rajoy cuando era ministro de Aznar, ampliando además las sospechas de pagos irregulares a las obras de su vivienda. El portavoz del PSOE ha dicho que los votantes tienen derecho a saber, "si además de viajar con dinero de la Gürtel y reformar su despacho con dinero de la Gürtel, también reformó su casa con dinero de la Gürtel"; pero soslaya la cuestión esencial que es la contribución a sus anteriores campañas del dinero de la Gürtel.
En cualquier país acostumbrado al escrutinio democrático de los candidatos un documento como el que hemos reproducido este viernes desataría un vendaval político pues acredita que un mes antes de las elecciones del 2004, las primeras a las que se presentó Rajoy, el hombre de confianza del aún vicepresidente Rato entregaba importantes cantidades en billetes que Bárcenas troceaba y camuflaba como donaciones legales. Y no digamos si el documento está en manos de la Policía pero no del juez como consecuencia de que el entonces comisario de Asuntos Internos "recibió y ejecutó órdenes ilegales" de las que dice haber sido testigo uno de sus compañeros.
Los llamados "papeles de Rosalía", divulgados por EL ESPAÑOL, han devuelto al primer plano los sobresueldos periódicos que de forma doblemente ilegal percibía Rajoy cuando era ministro de Aznar
Como siempre, las cloacas; pero en España el sistema audiovisual controlado por el Gobierno tiene muy claras las líneas rojas y pone sordina al gran escándalo que dificulta la continuidad de Rajoy. Algunos comunicadores aparecen teñidos de vivos colores críticos pero en la práctica ejercen el mismo papel de disidencia tolerada del Pueblo de Emilio Romero durante el franquismo, supeditados a la postre a las "órdenes desde arriba".
Y espero equivocarme pero los tres contendientes que aspiran a arrebatar la victoria al PP empiezan a dar inquietantes señales de conformismo con las expectativas de una derrota digna que tanto Sánchez, como Rivera e Iglesias justificarían en función de que para ellos es su primera vez. De hecho su aquiescencia a aceptar que Soraya represente al PP en el único debate a cuatro que habrá durante la campaña les degrada metafóricamente a una contienda entre vicepresidentes que de entrada les empequeñece y sólo puede servir para engrandecerla a ella como buena dialéctica que es.
Especialmente incomprensible es la concurrencia en esas circunstancias de Rivera pues en definitiva Sánchez pasará a la final del cara a cara con Rajoy y en el imaginario colectivo él se quedará compitiendo con Iglesias por la medalla de bronce. Es cierto que también pensé que era un error que no fuera candidato a la Generalitat, para optimizar así el resultado de Ciudadanos, y los hechos han demostrado que era yo el equivocado, pues la fulgurante irrupción de Arrimadas no sólo ha fortalecido su posición en Cataluña sino que está sirviendo para diluir la percepción de que detrás de Rivera no hay nadie más.
Pasábamos en todo caso del horror al hedor y del hedor al error en el deprimente tobogán del fatalismo cuando hétenos aquí que han irrumpido las Nuevas Generaciones del PP para levantarnos el ánimo. Me refiero a su remedo de videojuego "Quiero tirar mi voto" en el que toda ficha favorable a Ciudadanos termina indefectiblemente en una casilla en la que pone "Has pactado con el PSOE". Habrá que preguntarles lo que opinan a Cristina Cifuentes o al presidente de la Rioja, por poner sólo dos ejemplos de mandatarios azules sustentados por los naranja, pero eso es lo de menos.
La fulgurante irrupción de Arrimadas no sólo ha fortalecido la posición de Rivera en Cataluña sino que está sirviendo para diluir la percepción de que detrás de Rivera no hay nadie más
Lo esencial es que con la ingenuidad de los imberbes o los locos, los jóvenes populares nos han recordado el carácter adversativo de una cita con las urnas en la que cada papeleta puede ser un proyectil. Claro que quiero tirar mi voto contra quien durante cuatro años me ha engañado, decepcionado o simplemente perjudicado, dirán desde perspectivas y posiciones diversas algo así como el 70% de los españoles. Las elecciones generales son ante todo un referéndum sobre el Gobierno saliente y el balance de Rajoy está ahí con muchas más sombras que luces, listo para ser tasado, juzgado y condenado.
El mal gobernante merece su castigo. Los españoles hemos votado contra González y contra Zapatero y no votamos contra Aznar porque no se presentó cuando hubiera merecido que lo hiciéramos. Ahora es de justicia votar contra Rajoy y de hecho todos los sondeos indican que perderá al menos un tercio de los casi once millones de votos que recibió y dilapidó en 2011.
Cuestión distinta es cómo encauza cada uno su protesta, trocándola en esperanza regeneradora. Afortunadamente esta vez con Vox, Ciudadanos, UPyD, PSOE, Podemos e Izquierda Unida habrá seis propuestas democráticas de carácter nacional entre las que elegir. Yo ya lo tengo claro, pero de ello hablaremos cuando empiece la campaña.