Empeñados siguen ciudadanos y peperos en resetear las infamias de nuestra historia más reciente. Nos embaucan -dándoselas de material didáctico, aunque obsoleto-, por Dios y por España, como si fuésemos un párvulo alicaído, feo y sentimental. Gajes de la desmemoria histérica. Redecoran estos novísimos fachas las cunetas, despejando previamente sus fosas, y nos obligan a pasar las páginas más sangrientas.
La última sandez que han puesto a la nutrida cola de esta Operación Túrmix consiste en cuestionar ahora, a estas alturas de la Champions, que el franquismo fuese "impuesto por la fuerza" y acusan a la izquierda de pretender "montar una Inquisición" que revise los nombres de algunas calles.
Si nos descuidamos, acabarán por afirmar que la Guerra Civil empezó como uno de esos findes que se alargan tontamente hasta engarzar una juerga dominguera. Un macrobotellonazo sin resaca ni remate que, al final, se nos fue de las manos y, una vez reconvertido en despedida de soltero mancomunitaria, acabó con nuestros fatigados huesos en un Paintball. Eso nos dirán que fue, en cuanto se lo propongan.
Un jueguecito de guerra de pintura, con uso obligatorio de máscaras.
O una técnica antiestrés para yuppiesdesactualizados.
Habrá quien sostenga, ya puestos a enmugrecer, que lo ocurrido a partir del 36 fue una coproducción cinematográfica, rollo Cifesa hollywoodiense y en plan precuela de Los juegos del hambre. Cine. Ilusión. Cambiarán, eso sí, el puñetero sinsajo por la milana bonita que tan a mal traer tuvo al pobre señorito Iván. Si admiten que su florido Alzamiento Nacional fue fruto de consenso asambleario, pueden, a partir de ahora, mancillarlo todo.
¿En la tuya o en la mía? Es decir, ¿en tu checa o en mi campo de concentración? Pues me temo que, de seguir así las cosas, acabaremos pidiendo asilo político en la cocina de Bertín. Porque no me negaréis que algo tiene ese nolugar -que ni consta en los gps- donde seguro que caben, al completo, las dos Españas. La de la charanga y pandereta, y la otra. Además de Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia y el toro de Osborne.
Cabremos todos bajo el techo de esa megacocina en la que nadie sabe nunca dónde se encuentra el abrelatas para las anchoas.
Jugaremos al ping-pong de las preguntas estúpidas.
Degustaremos los mejillones al vapor de nuestro chef más insustancial.
Cataremos el insípido zumo de otro ilustre candidato.
Porque nos habremos convertido, de una maldita vez, en un país de campechanos. Necios, sí; pero campechanos.