En una viñeta del dibujante americano Tom Stiglich se pueden ver dos armas. La primera de ellas es una pistola de llave de chispa de finales del siglo XVIII. La llave de chispa es un primitivo mecanismo de disparo que se compone de un trozo de pedernal que enciende la pólvora del depósito al golpear una pieza de acero llamada rastrillo. Tan lentas y poco fiables y precisas eran las pistolas de llave de chispa que a nadie en su sano juicio se le habría ocurrido presentarse en el campo de batalla armado solo con una de ellas. Los sables, las hachas y los machetes eran por aquel entonces armas mucho más letales.
Las pistolas de llave de chispa eran las más comunes cuando los firmantes de la Constitución americana aprobaron en 1791 la Segunda Enmienda, que consagra el derecho de los ciudadanos de los EE. UU. a poseer armas de fuego.
La segunda arma que aparece en la viñeta de Tom Stiglich es un fusil de asalto similar al HK416 de Heckler & Koch. El HK416 tiene una cadencia de tiro de entre 700 y 900 disparos por minuto. Este es el tipo de arma que tienen en la cabeza aquellos que siguen defendiendo el derecho de los ciudadanos a poseer armas de fuego. La diferencia entre una pistola de llave de chispa y un fusil de asalto moderno es la misma que existe entre un tam-tam y un iPhone 6S.
Los tiroteos de la última semana en Colorado Springs y San Bernardino, los que cualquiera de los lectores de EL ESPAÑOL ha podido ver en las noticias, son solo dos de los trece que se han producido durante la última semana en los EE. UU. Si el número de víctimas no supera lo razonable (pongamos uno o dos muertos), los tiroteos de segundo nivel apenas merecen ya la atención de los medios locales, no digamos ya de los internacionales.
El ritual tras cada nuevo tiroteo se repite una y otra vez. Los republicanos rezan acongojados por las víctimas y hablan de un país en el que los ciudadanos derrocan tiranos con las armas que guardan en el garaje y abaten a tiros a los asaltantes de escuelas, clínicas abortistas y centros de asistencia para minusválidos. La realidad dice lo contrario. ¿Tiranos derrocados en los últimos doscientos años en los EE. UU.? Cero. ¿Terroristas abatidos por un-ciudadano-pacífico-que-pasaba-por-allí-con-un-rifle-de-asalto-al-hombro? Cero. ¿Tiroteos mortales a cargo de radicales islamistas desde el 11S? Veinticuatro. ¿Tiroteos a cargo de extremistas de derecha desde esa misma fecha? Sesenta y cinco.
Quizá sea posible debatir algún día sobre el derecho a la posesión de armas con argumentos adultos basados en la realidad y no en pueriles fantasías de macho vengador.