El debate sobre la cuestión Nombela
(8 de diciembre de 1935, domingo)
8 diciembre, 2015 02:19Resumen de lo publicado.- Navarrete y Lenin tratan de escapar de la Policía tras el atraco. Juan Ramón Jiménez opin asobre los escritores españoles. Y Alejandro Lerroux, presidente del Partido Radical, continúa siendo investigado sobre el asunto Nombela.
A las cuatro de la tarde, con las tribunas atestadas de público, todo el Gobierno en el banco azul y una sorprendente cantidad de escaños llenos, arrancó el debate sobre la cuestión Nombela con un largo discurso introductorio de Muñoz de Diego, presidente de la comisión. Muñoz de Diego defendía el dictamen con frases hechas y tópicos que la Cámara recibía con frialdad. Solo después se entró a fondo de la cuestión y José Antonio Primo de Rivera pidió la palabra y expuso su visión del asunto. José Antonio barajó las cifras del negocio de Tayá, leyó fragmentos del dictamen y el expediente y al concluir se encaró con Gil-Robles.
Después de todos mis elogios al señor Nombela, no puedo sino terminar presentándole a su señoría, de cuya honestidad nunca he dudado, los enormes peligros que supone, de aquí en adelante, su contacto con los miembros del Partido Radical –dijo, entre los primeros rumores de protestas–. Lo que le pido, por tanto, es que se desvincule de esas personas y que en las próximas elecciones patrocine, por el bien de la nación española, un frente electoral en el que quepan tanto las extremas derechas como las extremas izquierdas, y que tenga por bandera la moralidad pública. Fíjese su señoría, señor Gil-Robles, en si puede seguir con este peligroso bordado de, por salvar sabe Dios qué cosas, estar aceptando la vecindad de gentes y estilos absolutamente descalificados. Piense su señoría que no hay nada que esté por encima de la moral pública: que el mal contra ella es siempre el mal mayor, y que a esto debe subordinarse todo…
A aquello contestó González Ramos, un exsocialista, recordando que en el segundo bienio no había habido sino inmoralidades, comentario que suscitó abucheos y risas. Sin embargo la intervención de la tarde fue la de Pérez Madrigal, un diletante bohemio, considerado un simple interruptor, a veces ingenioso, nunca prestigioso, pero que hoy se estaba superando a sí mismo –como pensó Pla desde la tribuna de prensa– con todo tipo de aciertos en la exposición y en la adjetivación al hablar de la cuestión del África Occidental en la época del Gobierno Provisional presidido por Alcalá-Zamora.
También hablaron Royo Villanova, Martínez Moya y Cano López, pero el tono decaía y todos anhelaban la interrupción que se produjo pronto. Durante ese tiempo Pla solo tuvo ojos para Lerroux. Llevaba siguiéndole a través de su particular Vía Crucis y no pudo evitar reflexionar sobre los caprichos de la fortuna. Hacía apenas un par de años, con el advenimiento de la República, Lerroux no podía pasear por las calles sin que se le aclamara. España entera tenía vueltos los ojos hacia él. Banqueros, grandes comerciantes e industriales se hacían radicales. Los católicos y las monjas creían que él los iba a salvar. Los liberales sostenían que solo Lerroux garantizaría el ejercicio de la libertad. Las tertulias rebosaban de sus admiradores. Y ahora, allí estaba, defenestrado, apagado, acabado, pensó, cuando de repente lo sacaron de sus reflexiones, las voces que daba, abajo, un radical.
–¡Esto es un linchamiento! ¡No lo toleraré más! Lo que merecen ustedes es que todos abandonemos esta Cámara. Y el día en que eso ocurra y desaparezca el Partido Radical, Dios nos ampare a todos…–dijo. Y salió del hemiciclo, entre protestas por la interrupción.
Entregas anteriores
La sordera de Lerroux (5 de diciembre de 1935, jueves)
Largo Caballero regresa a casa (6 de diciembre de 1935, viernes)
Entrevista a Juan Ramón Jiménez (7 de diciembre de 1935)
Mañana: Chapaprieta dimite
Joaquín Chapaprieta se ve obligado a dimitir después de que Gil-Robles deje de apoyarle y, prácticamente, le pida que dé un pasa atrás.
aws