Sostienen por ahí que la frase de marras mantiene atareadas, desde hace días, a legiones de filólogos, comunicolojetas y sufridos psiquiatras del Mundo Libre. Y que algunos de ellos han optado, infaustamente abatidos, por tirar la toalla. "No hay dios que la entienda", concluyen. Y añaden: "Groucho, con el Cohiba realquilado en su sonrisa, hubiese sido mucho más claro".
¿Listos? Pues recordémosla: "Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde". La soltó Rajoy, prohombre de Estado, rodeado de micros y sin complejos, mientras permanecía subido a un banco, en un mitin en Benavente.
Desde entonces, al pobre de Noam Chomsky, a sus 87 años de edad, no han dejado de pitarle los oídos, motivo por el cual permanece ingresado en la UCI del Hospital General de Massachusetts. El lingüista no deja de repetir, totalmente enajenado, otra perla célebre salida del cacumen de Rajoy: "Los españoles son muy españoles, y muchos españoles". Pues eso.
Y si "el alcalde quiere que sean los vecinos el alcalde", no digamos ya si se trata de una alcaldesa, también de la escuela marxista, división grouchiana, como Manuela Carmena, la misma Manuela Carmena que prepara un torneo infantil de recogida de colillas en Madrid, y se queda tan pancha: "Estamos viendo la posibilidad de que hagamos una campaña divertida, que les demos unas tarjetas rojas a sus padres cuando vean que tiran una colilla o un papel al suelo. O un concurso de ver quién recoge más colillas y darles unos premios". De sobra está decir que, al conocer estas palabras de la alcaldesa, el estado de salud de Chomsky ha empeorado gravemente. Tras superar un nuevo jamacuco, se teme por su vida.
Pretende Carmena, ¡ay Carmena!, ¡ay Carmena!, rumba la rumba la rumba la, novísima regidora que en ocasiones apenas rige, reconvertir Madrid en el lúgubre escenario de un cuento navideño a lo Dickens. En él, nuestros bambinos pulularán, oliveriotwisteados hasta las trancas, latita en mano, en busca de un Fajin el judío al que colocar sus humeantes colillas. También los universitarios dejarán de vaguear y barrerán las sucias calles. Y los conductores montarán un BlaBlaCar de chichinabo para mitigar los rigores de la contaminación ambiental. De ahí, pasaremos a obligar a los mayores de 65 años a recoger las mierdas de perro para abono de rotondas.
Y es que la ignorancia, sobre todo entre nuestros políticos, es la madre putativa del atrevimiento.